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– Leo acaba de mudarse a un edificio nuevo en Duane Street, con jacuzzi en la terraza -prosiguió él-. Dice que nunca había visto tanta gente atractiva junta y que cena en Nobu Next Door algo así como tres veces por semana. ¿Te lo imaginas?

– ¿Quieres un café? -lo interrumpió ella, desesperada por cambiar de tema. Cada palabra que oía le preocupaba más que la anterior.

Julian levantó la mirada y pareció estudiarle la cara.

– ¿Te sientes bien?

Ella le dio la espalda y se dirigió a la cocina, donde empezó a echar café en el filtro.

– Estoy bien -respondió.

El iPhone de Julian zumbaba mientras él enviaba mensajes de texto o de mensajería instantánea desde la habitación contigua. Abrumada por una tristeza inexplicable, Brooke se apoyó en la encimera y se puso a mirar cómo caía el café en la cafetera, poco a poco, gota a gota. Preparó las tazas como siempre y Julian aceptó el café, pero sin levantar la vista del teléfono.

– ¿Hola? -dijo ella, tratando sin éxito de disimular la irritación.

– Perdona. Un mensaje de Leo. Me pide que lo llame en seguida.

– ¡Sí, claro! ¡Llámalo ahora mismo!

Ella sabía muy bien que su tono de voz expresaba exactamente lo contrario.

Julian la miró y, por primera vez desde que había llegado, se guardó el teléfono en el bolsillo.

– No, ahora estoy aquí. Leo puede esperar. Quiero que hablemos.

Hizo una pausa por un momento, como si estuviera esperando a que ella dijera algo. Fue como volver de manera extraña a los primeros tiempos de su relación, aunque ella no recordaba haber sentido nunca ese tipo de incomodidad o distancia entre ambos, ni siquiera al principio, cuando prácticamente no se conocían.

– Soy toda oídos -dijo ella, deseando únicamente que él la envolviera en un fuerte abrazo, le declarara amor eterno y le jurara que todo volvería inmediatamente a la normalidad, a la vida aburrida y previsible de los pobres, a la felicidad.

Pero como aquello era extremadamente improbable (y tampoco lo quería, porque habría significado el fin de la carrera de Julian), habría deseado que él iniciara una conversación seria sobre los problemas que estaban teniendo y la manera de superarlos.

– Ven aquí, Rook -dijo él, con tanta ternura que ella sintió que se le inflamaba el corazón.

«¡Gracias a Dios!», pensó. Por fin lo había entendido. Él también sufría por no verla nunca y quería encontrar una solución. Brooke vio un rayo de esperanza.

– Dime lo que piensas -dijo ella con suavidad, esperando que su actitud resultara receptiva y abierta-. Han sido unas semanas muy duras, ¿verdad?

– Así es -convino Julian, con una expresión familiar en la mirada-. Por eso he pensado que nos merecemos unas vacaciones.

– ¿Unas vacaciones?

– ¡Vámonos a Italia! Hace siglos que hablamos de ir, y octubre es una época perfecta. Creo que podría organizarme para tener seis o siete días libres, a partir de finales de la semana que viene. Tendría que estar de regreso antes de la entrevista en Today. Iremos a Roma, Florencia, Venecia… Pasearemos en góndola y nos hartaremos de pasta y vino. Tú y yo solos. ¿Qué te parece?

– Me parece fantástico -respondió, antes de recordar que el bebé de Randy iba a nacer el mes siguiente.

– ¡Ya sé lo mucho que te gustan los embutidos y el queso! -le dijo para tomarle el pelo, mientras le daba un codazo-. ¡Carnes saladas y ahumadas, y toneladas de parmesano!

– Julian…

– ¡Si vamos a hacerlo, hagámoslo a lo grande! Estoy pensando que deberíamos viajar en primera clase: manteles blancos, champán a discreción y asientos convertibles en camas. ¡Tenemos que cuidarnos!

– Me parece fabuloso.

– Entonces ¿por qué me miras así?

Se quitó el gorro de lana y se pasó los dedos por el pelo.

– Porque no me queda ningún día de vacaciones y octubre cae justo en medio del trimestre de Huntley. ¿No podríamos ir en Navidad? Si salimos el veintitrés, tendríamos casi…

Julian le soltó la mano y se dejó caer contra el respaldo del sofá, mientras exhalaba un sonoro suspiro de frustración.

– No tengo ni idea de lo que pasará en diciembre, Brooke. Sólo sé que puedo ir ahora. ¿Vas a permitir que todo eso nos estropee una oportunidad como ésta? No me lo puedo creer.

Esta vez fue ella quien se quedó mirándolo.

– Casualmente, Julian, «todo eso» es mi trabajo. Este año ya he pedido más días libres que nadie. No puedo ir allí y pedir una semana entera. ¡Me despedirían automáticamente!

La mirada de Julian era fría y acerada cuando se cruzó con la suya.

– ¿Y eso sería tan malo?

– Voy a fingir que no has dicho eso.

– En serio, Brooke. ¿Sería lo peor del mundo? Te has estado matando entre Huntley y el hospital. ¿Es tan horrible sugerir que te tomes un descanso?

Todo se estaba descontrolando. Nadie sabía mejor que Julian que Brooke necesitaba trabajar un año más para poder abrir consulta propia, por no hablar del cariño que les había tomado a algunas de las niñas, en particular a Kaylie.

Hizo una inspiración profunda.

– No es horrible, Julian, pero no va a pasar. Ya sabes que sólo me falta un año y entonces…

– ¿Por qué no lo dejas solamente por una temporada? -la interrumpió, agitando las manos-. Mi madre cree que incluso es probable que te guarden el empleo, si eso es lo que quieres; pero yo ni siquiera creo que sea necesario. ¡Como si no fueras a encontrar otro trabajo!

– ¿Tu madre? ¿Desde cuándo hablas con tu madre de algo?

Él la miró.

– No lo sé. Les conté a mis padres lo difícil que nos resulta estar tanto tiempo sin vernos y ella me dio algunas ideas que me parecieron buenas.

– ¿Como la de que yo deje de trabajar?

– No necesariamente, Brooke, aunque si decidieras dejarlo, yo te apoyaría. Pero quizá podrías tomarte un respiro.

Brooke ni siquiera podía imaginarlo. Por supuesto, la idea de no tener que pensar en los horarios, las guardias y la necesidad de hacer tantas horas extra como fuera posible le parecía fabulosa. ¿Quién no lo habría deseado? Pero realmente le gustaba su trabajo y le entusiasmaba la idea de establecerse algún día por su cuenta. Ya había pensado en un nombre para su consulta («Bebé y Mamá Sanos») y sabía perfectamente cómo quería que fuera la web. ¡Hasta tenía pensado el logo! Serían dos pares de pies, uno junto a otro: los de la madre y los de un niño pequeñito, con la mano de la mujer tendida hacia la mano del niño.

– No puedo, Julian -dijo, alargando la mano para coger la suya, pese al enfado que sentía hacia él por su falta de comprensión-. Estoy haciendo lo posible para participar en todo lo que pasa con tu carrera y compartir contigo la emoción, el entusiasmo y la locura, pero yo también tengo una carrera en que pensar.

Julian pareció reflexionar un momento, pero en seguida se inclinó hacia ella y la besó.

– Tómate un minuto y piénsalo, Rook. ¡Italia! ¡Durante una semana!

– Julian, de verdad…

– Bueno, no hablemos más -dijo él, apoyando un dedo sobre los labios de ella-. No iremos, si tú no quieres… o mejor dicho, si no puedes -se corrigió, al ver la expresión de Brooke-. Esperaré hasta que podamos ver Italia juntos, lo juro. Pero prométeme que al menos lo pensarás.