Выбрать главу

Sin confiar en su propia voz, Brooke hizo un gesto afirmativo.

– Muy bien, entonces. ¿Qué te parece si salimos esta noche? Podemos ir a algún sitio agradable y discreto. Sin periodistas, ni amigos… Tú y yo solos. ¿Qué te parece?

Ella se había hecho a la idea de pasar en casa su primera noche juntos; pero cuanto más lo pensaba, más le costaba recordar la última vez que habían salido solos. Todavía tenían mucho de que hablar, pero podían hacerlo mientras bebían una botella de buen vino. Pensó que tal vez estaba siendo demasiado dura con él y que sería bueno para los dos si conseguía relajarse un poco.

– De acuerdo, salgamos. Pero antes tengo que secarme el pelo, para que no se me encrespe.

Con expresión de alegría, Julian la besó.

– Excelente. Walter y yo saldremos a dar una vuelta, para encontrar el sitio perfecto. -Se volvió hacia Walter y le dio también un beso-. Walty, muchacho, ¿adónde me aconsejas que lleve a mi mujer?

Rápidamente, Brooke se pasó el secador por el pelo húmedo y sacó su mejor par de bailarinas. Se aplicó un poco de brillo en los labios, se puso al cuello una cadena de oro de doble vuelta y, después de un largo debate interno, se decidió por un cardigan largo y suave, en lugar de un blazer de líneas más cuadradas. No iba a ganar ningún concurso de moda, pero fue lo mejor que pudo hacer, sin tener que desvestirse completamente y empezar de cero.

Julian estaba hablando por teléfono cuando ella volvió al cuarto de estar, pero colgó de inmediato y salió a su encuentro.

– Ven aquí, preciosa -murmuró, mientras la besaba-. Mmm, sabes bien. Y estás guapísima. ¿Qué te parece si vamos a cenar, bebemos un poco de vino y volvemos aquí directamente, para empezar por donde lo dejamos?

– Yo voto que sí -respondió Brooke, devolviéndole el beso.

La sensación de incomodidad que había tenido desde que había entrado Julian (la sensación de que estaban pasando demasiadas cosas con excesiva rapidez y de que aún no habían resuelto nada) la seguía atormentando, pero hizo lo posible para no prestarle atención.

Julian había elegido un pequeño restaurante español muy agradable en la Novena Avenida, y todavía hacía buen tiempo para sentarse en la terraza. Cuando terminaron la primera media botella de vino, los dos se relajaron y la conversación volvió a ser fluida y más cómoda para los dos. Michelle salía de cuentas la semana siguiente; los padres de Julian pensaban viajar para fin de año y les habían ofrecido su casa en los Hamptons; y la madre de Brooke acababa de ver una obra fantástica en el off-Broadway e insistía en que ellos también la vieran.

Sólo cuando volvieron a casa y se desvistieron volvieron a sentirse incómodos. Brooke esperaba que Julian cumpliera su promesa de sexo inmediato nada más entrar en el apartamento (después de todo, ¡habían pasado tres semanas!), pero primero se distrajo con el teléfono y después con el ordenador portátil. Cuando finalmente se reunió con ella en el cuarto de baño para lavarse los dientes, ya eran más de las doce.

– ¿A qué hora te levantas mañana? -le preguntó Julian, mientras se quitaba las lentillas y les echaba solución limpiadora.

– Tengo que estar en el hospital a las siete y media para una reunión del equipo. ¿Y tú?

– Tengo que encontrarme con Samara en un hotel del Soho, para una sesión de fotos.

– Ya veo. ¿Me pongo ahora la crema hidratante o la dejo para más tarde? -preguntó, mientras Julian se aplicaba la seda dental.

Como Julian detestaba el olor de su crema nocturna de cuidado intensivo y se negaba a acercársele cuando la llevaba puesta, era lo mismo que preguntarle si iba a haber sexo aquella noche.

– Estoy agotado, nena. Tenemos un calendario muy apretado, ahora que se acerca el lanzamiento del nuevo single.

Dejó sobre el lavabo la cajita de plástico de la seda dental y le dio a Brooke un beso en la mejilla.

Ella no pudo evitar sentirse ofendida. Sí, comprendía perfectamente que él estuviera extenuado después del tiempo que había pasado fuera. Ella también estaba bastante cansada, después de levantarse todos los días a las seis para sacar a pasear a Walter, ¡pero él era un hombre y habían pasado tres semanas!

– Te entiendo -dijo, y de inmediato se untó la cara con una gruesa capa de crema amarilla, la misma que según todas las opiniones expresadas en Beauty.com era completamente inodora, pero que según su marido se podía oler desde la otra punta del cuarto de estar.

También tenía que admitir que sintió cierto alivio, lo que no significaba que no le encantara el sexo con su marido, porque le parecía fabuloso. Desde la primera vez, había sido una de las mejores cosas de su relación y, sin ninguna duda, una de las más constantes. Practicar el sexo a diario (o incluso dos veces al día) no es raro a los veinticuatro años, cuando todavía parece vagamente escandaloso quedarse a dormir en un apartamento prestado; pero el ritmo no decayó después de cierto tiempo de salir juntos, ni tampoco cuando se casaron. Durante años, Brooke había oído a sus amigas bromear sobre sus diferentes métodos para eludir los avances de sus maridos o novios cada noche, y Brooke se había reído con ellas, pero no acababa de entenderlas. ¿Por qué querían eludirlos? Meterse en la cama y hacer el amor con su marido antes de dormir había sido su parte favorita del día. ¡Pero si era la parte buena de ser una persona adulta con una relación seria!

Ahora las entendía. Entre ellos no había cambiado nada. El sexo seguía siendo tan fantástico como siempre, pero los dos estaban completamente agotados todo el tiempo. (La noche antes de irse, él se le había quedado dormido encima, a mitad de la fiesta, y ella sólo había conseguido sentirse ofendida durante unos noventa segundos, antes de caer rendida.) Los dos estaban siempre ocupados, a menudo separados, y abrumados por el trabajo. Brooke esperaba que todo fuera pasajero, y que cuando Julian pudiera pasar más tiempo en casa y ella tuviera más facilidad para elegir sus horarios, pudieran redescubrirse mutuamente.

Apagó la luz del baño y lo siguió a la cama, donde Julian se había instalado con un ejemplar de Guitar Player en la mano y con Walter acurrucado bajo un brazo.

– Mira, aquí mencionan mi nueva canción -dijo, mientras le enseñaba la revista.

Ella asintió, pero ya estaba pensando en irse a dormir. Su rutina era de una eficiencia militar, destinada a promover el sueño en el plazo más breve posible. Encendió el aire acondicionado, a pesar de que en la calle hacía una temperatura agradablemente fresca en torno a los dieciséis grados; se desnudó y se metió bajo el enorme y mullido edredón. Después de tragar la píldora anticonceptiva con un sorbo de agua, colocó junto al despertador un par de tapones de oídos de espuma y su máscara preferida para dormir, de satén, y satisfecha, empezó a leer.

Cuando empezó a tiritar, Julian se le acercó y le apoyó la cabeza sobre el hombro.

– La loca de mi nena -murmuró con fingida exasperación- no se da cuenta de que no es necesario pasar frío. Sólo tendría que encender un poco la calefacción o (¡Dios no lo quiera!) apagar el aire acondicionado, o tal vez ponerse una camiseta antes de meterse en la cama.

– Ni hablar.

Todo el mundo sabía que un ambiente fresco, oscuro y silencioso era bueno para el sueño; por lo tanto, era razonable deducir que el mejor ambiente posible sería frío como los carámbanos, negro como la pez y silencioso como una tumba. Brooke se había acostumbrado a dormir desnuda desde que tuvo edad para quitarse el pijama, y nunca había podido dormir realmente a gusto cuando las circunstancias (campamentos veraniegos, dormitorios compartidos en la universidad o noches pasadas en casa de amigos con los que aún no se había acostado) imponían el uso de alguna prenda.