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El mensaje era de Nola. Era la primera noticia que tenía de ella desde su partida (en realidad, era la segunda, ya que su primer mensaje había sido de una sola línea: «¡rescátame de este infierno!»), y Brooke se alegró de recibirla. ¿Habría alguna posibilidad de que lo estuviera pasando bien? No, era imposible. Las vacaciones de Nola eran más del tipo «esquiar en los Alpes», «tomar el sol en Saint-Tropez» o «ir de fiesta en Baja California», y por lo general eran frecuentes, caras y solían incluir a un hombre extremadamente interesado en el sexo que acababa de conocer y que posiblemente no volvería a ver cuando regresara a casa. Brooke no se lo había creído cuando Nola le había anunciado que había contratado un viaje organizado a Vietnam, Camboya, Tailandia y Laos… sin compañía. El plan era alojarse en albergues y hoteles de dos estrellas, con una sola mochila para tres semanas y viajando en autocar. No habría restaurantes con estrellas Michelin, ni servicio de limusinas, ni sesiones de pedicura de cien dólares, ni la menor oportunidad de conocer a gente que la invitara a fiestas en un yate, ni de ponerse sus zapatos de Louboutin. Brooke había intentado convencerla para que se echara atrás, enseñándole las fotos de su viaje de bodas al sureste asiático, repletas de primeros planos de insectos exóticos y de mascotas domésticas asadas para la cena, y le había hecho un collage con todos los retretes sin taza que se habían encontrado; pero Nola había insistido hasta el final en que todo iría bien. Brooke no pensaba decirle «te lo dije», pero a juzgar por su mensaje, las cosas estaban yendo como cabía esperar.

Saludos desde Hanoi, una ciudad tan superpoblada que, a su lado,

el metro de Nueva York en hora punta parece unas vacaciones en un club de golf. Estoy apenas en el quinto día de viaje y no si llegaré con vida al final. Las excursiones en mismas son fantásticas, pero el grupo está acabando conmigo. Se levantan cada día como si hubieran recibido una infusión de vida nueva: para ellos no hay trayecto en autobús demasiado largo, ni mercado demasiado atestado de gente, ni calor demasiado sofocante. Ayer me vine abajo y le dije al guía que estaba dispuesta a pagar el suplemento de habitación individual, después de cinco mañanas seguidas de ver cómo mi compañera de habitación se levantaba una hora y media antes de lo estipulado, para correr diez kilómetros antes del desayuno. Era una de esas que dicen: «¡No me siento yo misma si no hago ejercicio!», ya sabes. Me ponía enferma. Me comía la moral. Tenerla en mi habitación era tóxico para mi autoestima, como te podrás imaginar. Pero ya ha sido eliminada y creo que han sido los quinientos dólares mejor invertidos de mi vida. Por lo demás, no hay mucho que contar. El país es precioso, claro, e interesante a más no poder, pero te diré que el único hombre soltero y menor de cuarenta años del grupo ha venido con su madre, que por otra parte no está nada mal (¿debería reconsiderar mi posición?). Te preguntaría cómo va todo por ahí, pero como no te has tomado la molestia de escribirme ni una sola vez desde que me fui, supongo que esta vez tampoco me dirás nada. Aun así, te echo de menos y espero que al menos, en alguna medida pequeña e insignificante, lo estés pasando todavía peor que yo. Besos y abrazos,