– De verdad pienso que la parte de la entrevista será lo más fácil. Todo el mundo sabe que vas al programa para actuar. Cantarás Por lo perdido, el público se volverá loco y te olvidarás de las cámaras; después, saldrán los presentadores al escenario y te preguntarán cómo te sientes por haber alcanzado tan repentinamente la fama, o algo parecido. Tú responderás con tu discurso sobre lo mucho que aprecias y adoras a todos tus fans, y después pasarán directamente al pronóstico del tiempo. Será un paseo, ¡te lo prometo!
– ¿Tú crees?
Su mirada implorante le recordó a Brooke cuánto tiempo hacía que no le daba ánimos de aquel modo y lo mucho que echaba de menos hacerlo. Su marido, la estrella de rock, aún podía ser su marido, el tipo nervioso.
– ¡Estoy segura! Ven, métete en la ducha, mientras te preparo unos huevos y unas tostadas. El coche vendrá dentro de media hora y no podemos llegar tarde. ¿De acuerdo?
Julian asintió. Se desarregló el pelo mientras se ponía en pie y se dirigió al baño sin decir una palabra más. Siempre se ponía nervioso antes de las actuaciones, ya fuera un bolo rutinario en la cafetería de una universidad, una presentación para pocos invitados en un local íntimo o un concierto multitudinario en un estadio del Medio Oeste, pero Brooke no recordaba haberlo visto nunca así.
Se metió en la ducha cuando él ya estaba saliendo y pensó en decirle algunas palabras de aliento más, pero al final decidió que era mejor guardar silencio. Cuando terminó, Julian había salido a pasear a Walter y ella se apresuró a ponerse la ropa más fácil de llevar, que le garantizara comodidad sin ser espantosa: un suéter amplio sobre leggings negros y botas hasta los tobillos de tacón bajo. Había tardado en adoptar los leggings, pero en cuanto se decidió y compró el primer par gloriosamente elástico, ya nunca volvió a prescindir de ellos. Después de tantos años de luchar a brazo partido para ponerse los vaqueros pitillo de talle bajo, las faldas tubo y los pantalones de vestir que le constreñían la cintura como unas tenazas, sentía que los leggings eran la disculpa de Dios a las mujeres del mundo. Por primera vez, algo que estaba de moda le sentaba bien, porque disimulaba sus secciones media y trasera, que distaban de ser perfectas, y le resaltaba las piernas, razonablemente bonitas. Cada vez que se ponía unos leggings, agradecía en silencio a su inventor y rezaba para que siguieran de moda sólo un poco más.
El trayecto desde su casa hasta el Rockefeller Center, desde donde se emitía el programa, fue rápido. No había tráfico a aquella hora de la mañana y el único ruido lo hacían los dedos de Julian, repiqueteando sobre la madera del apoyabrazos. Llamó Leo para decir que los estaba esperando en el estudio, pero aparte de eso, nadie dijo nada. Sólo cuando el coche se detuvo delante de la entrada de artistas, Julian le cogió la mano a Brooke con tanta fuerza que ella tuvo que apretar los labios para no gritar.
– Vas a estar fenomenal -le susurró, mientras un joven con el uniforme de los asistentes de la cadena de televisión y unos cascos en la cabeza los llevaba a la sala de espera.
– Es en directo y se transmite a todo el país -replicó Julian, mirando fijamente hacia adelante.
Parecía todavía más pálido que unas horas antes y Brooke rezó para que no volviera a vomitar.
Sacó del bolso un paquete de Peptobismol masticable, separó discretamente dos grajeas del envase y se las puso a Julian en la palma de la mano.
– Mastícalas -le dijo.
Pasaron por un par de estudios, todos con el característico aire helado que mantiene a los presentadores frescos bajo los focos abrasadores del plató, y Julian le apretó todavía más la mano. Doblaron una esquina, atravesaron un espacio que parecía un salón de belleza improvisado, donde tres mujeres preparaban una serie de cosméticos y productos de peluquería, y fueron depositados en una habitación con unos cuantos sillones, un par de sofás de dos plazas y una pequeña mesa de bufet con todo lo necesario para el desayuno. Brooke no había estado nunca en ninguna sala de espera de unos estudios de televisión. Aunque la llamaban «sala verde», estaba decorada en tonos beige y malva. Lo único verde era el tono de la piel de Julian.
– ¡Ahí está! -exclamó Leo, con una voz al menos treinta decibelios más estentórea de lo necesario.
– Volveré para llevarlo a la… ejem… sala de peluquería y maquillaje en cuanto haya llegado el resto de la banda -dijo el asistente, que parecía incómodo-. Mientras tanto, puede tomar un… ejem… un café o algo.
Rápidamente, se marchó.
– ¡Julian! ¿Qué tal estamos esta mañana? ¿Estás listo? No parece que estés listo. ¿Te sientes bien?
Julian asintió, con aspecto de sentirse tan espantado como Brooke de ver a Leo.
– Estoy bien -murmuró.
Leo le dio una palmada en la espalda y se lo llevó al pasillo, para darle algún tipo de discurso preparatorio. Mientras tanto, Brooke se sirvió un café y se sentó en un rincón, lo más lejos posible de todos. Se puso a estudiar la sala y en particular al resto de los invitados de aquella mañana: una niña, que a juzgar por el violín que llevaba en la mano y la actitud altiva debía de ser un prodigio musical; el jefe de redacción de una revista para hombres, que estaba ensayando con su encargada de relaciones públicas los diez consejos para adelgazar que pensaba presentar, y una conocida autora de novelas femeninas, con su libro más reciente en una mano y el teléfono móvil en la otra, repasando con expresión de supremo aburrimiento la lista de llamadas perdidas.
Los otros miembros de la banda fueron entrando en el transcurso de los quince minutos siguientes, todos ellos con aspecto de cansancio y nerviosismo. Bebieron un café y se turnaron para pasar a la sala de peluquería y maquillaje, y antes de que Brooke tuviera otra oportunidad de ver cómo se encontraba Julian, los sacaron a todos a la plaza del Rockefeller Center para saludar a los admiradores y hacer una última prueba de sonido. Era una mañana fresca de otoño y se había congregado una multitud. Cuando empezaron a actuar, en torno a las ocho, había más de un millar de personas, casi todas mujeres de entre doce y cincuenta años, y parecía como si todas estuvieran gritando a la vez el nombre de Julian. Brooke estaba mirando el monitor de la sala de espera, intentando recordar que en ese mismo instante Julian aparecía en los televisores de todo el país, cuando entró el asistente y le preguntó si quería ver la parte de la entrevista desde el interior del estudio.
Brooke se levantó de un salto y siguió al chico escalera abajo, hasta un estudio que conocía bien después de muchos años de ver el programa. De inmediato sintió el golpe del aire helado.
– ¡Oh, qué plató tan bonito! No sé por qué, pero había entendido que le harían la entrevista fuera, delante del público.
El asistente se llevó un par de dedos a los auriculares, prestó atención y asintió. Se volvió hacia Brooke, como si en realidad no la estuviera viendo.
– Normalmente lo habrían entrevistado fuera, pero hay demasiado viento y los micrófonos no van bien.
– Entiendo -dijo Brooke.
– Siéntese ahí, si quiere -dijo el joven, señalándole una silla plegable entre dos cámaras gigantescas-. Entrarán en directo en cualquier momento. -Consultó el cronómetro que llevaba colgado del cuello-. En menos de dos minutos. Tiene apagado el móvil, ¿verdad?
– Sí, lo he dejado arriba. ¡Qué increíble es todo esto! -dijo Brooke.
Nunca había estado en un plató de televisión, y mucho menos en el de un programa famoso en todo el país. Era sencillamente emocionante estar ahí y ver a los cámaras, los técnicos de sonido y los realizadores que iban y venían con los cascos puestos. Estaba viendo cómo un asistente cambiaba los cojines grandes y mullidos de los sofás por otros más pequeños y de relleno más apretado, cuando entró una ráfaga de aire del exterior y se produjo una gran conmoción. Una docena de personas entraron por la puerta del estudio y entre ellas Brooke vio a Julian, flanqueado por Matt Lauer y Meredith Vieira, los dos presentadores del programa. Parecía un poco aturdido y tenía una gota de sudor suspendida en el labio superior, pero se estaba riendo de algo que le habían dicho y meneaba un poco la cabeza mientras caminaba.