– Muy bien -dijo Julian, que en seguida miró a Brooke-. Supongo que deberíamos acordar una respuesta oficial a cualquier pregunta, como pareja, y mostrar un frente unido.
Brooke se dio cuenta de que la rabia que había sentido al principio de su conversación se había ido transformando lentamente en una profunda tristeza. «¿Qué ocurre cuando tu marido empieza a parecerte un extraño?», se preguntó. Antes, Julian prácticamente era capaz de terminar las frases que ella empezaba y ahora en cambio no la entendía.
Hizo una inspiración profunda.
– Podéis decidir vosotros dos cuál será la «respuesta oficial». A mí no me interesa particularmente. Ahora voy a terminar de vestirme. -Se volvió hacia Julian y lo miró a los ojos-. Iré contigo esta noche, sonreiré ante las cámaras y te cogeré la mano en la alfombra roja; pero en cuanto acabe la ceremonia, me voy a casa.
Julian se levantó y se sentó a su lado en la cama. La cogió de las manos y dijo:
– Brooke, por favor, te lo suplico… No dejes que…
Ella se soltó de sus manos y se apartó varios centímetros.
– Ni se te ocurra culparme a mí. Yo no soy la causa de que tengamos que presentar un frente unido, ni de que necesitemos una declaración oficial para la prensa. Pensadla vosotros.
– Brooke, por favor, ¿no podríamos…?
– No la contraríes, Julian -intervino Leo, con una voz cargada de sabiduría y experiencia, acompañada de una expresión que parecía decir: «Al menos acepta ir a la gala. ¿Te imaginas qué pesadilla para las relaciones públicas si se negara a asistir? Cálmate, dale un poco de coba a la loca de tu mujer y en menos que canta un gallo estarás de camino al escenario.»- Haz lo que tengas que hacer, Brooke. Julian y yo nos ocuparemos de todo.
Brooke los miró a los dos, antes de salir otra vez al salón de la suite. Al verla, Natalya se asustó.
– ¡Cielo santo, Brooke! ¿Qué demonios le ha pasado a tu maquillaje? ¡Que alguien vaya a buscar a Lionel ahora mismo! -gritó, mientras corría hacia el dormitorio del fondo.
Brooke aprovechó la oportunidad para meterse en el tercer dormitorio, que por fortuna estaba vacío. Cerró la puerta y marcó el número de Nola.
– ¿Sí?
El sonido de la voz de su amiga estuvo a punto de hacerla llorar otra vez.
– Hola, soy yo.
– ¿Ya te has puesto el vestido? ¿No puedes pedirle a Julian que te haga una foto con la BlackBerry para mandármela? ¡Me muero por verte!
– Escucha. Sólo tengo dos segundos antes de que me encuentren, así que…
– ¿Antes de que te encuentren? ¿Te está persiguiendo el asesino de las ceremonias de entrega de premios? -rió su amiga.
– Nola, por favor, préstame atención. Esto se ha convertido en una película de terror. Han aparecido fotos de Julian con una chica. Todavía no las he visto, así que no puedo decir nada, pero parece que son horribles. Y por si fuera poco, me han echado del trabajo por faltar tanto. Mira, ahora no puedo explicártelo, pero quería decirte que voy a salir en el último vuelo para Nueva York en cuanto termine la gala, y estaba pensando en ir a tu casa. Tengo la sensación de que nuestro apartamento estará rodeado por los fotógrafos.
– ¿Fotos de Julian con una chica? ¡Oh, Brooke! Estoy segura de que no será nada. Esas revistas publican cualquier mierda que llega flotando hasta su redacción, sea cierta o no.
– ¿Puedo ir a dormir a tu casa, Nola? Tengo que salir de aquí, pero entendería perfectamente que prefirieras ahorrarte todo el drama.
– ¡Brooke! ¡Cállate ya! Yo misma llamaré y te reservaré plaza en el avión. Recuerdo, por un proyecto que hice en Los Ángeles, que el último vuelo sale a las once y es de American. ¿Te parece bien? ¿Tendrás tiempo? También te reservaré coches de alquiler para ir al aeropuerto y venir a casa.
Sólo con oír la nota de preocupación en la voz de su amiga, las lágrimas empezaron a correr otra vez.
– Gracias. Me harías un gran favor. Te llamaré cuando haya terminado.
– Recuerda fijarte si Fergie parece tan vieja y fea en persona como en las fotos…
– Te odio.
– Ya lo sé. Yo también te quiero. No tengas miedo de hacer un par de fotos y mandarlas. Me gustaría sobre todo ver a Josh Groban…
Brooke sonrió pese a todo y cortó la comunicación. Se miró en el espejo del baño y reunió suficientes fuerzas para abrir la puerta. Natalya parecía a punto de desmayarse por el estrés. Nada más verla, se arrojó literalmente sobre ella.
– ¿Te das cuenta de que nos quedan solamente veinte minutos y hay que empezar de nuevo contigo? ¿A qué imbécil se le ocurre ponerse a llorar después de maquillada?
Eso último lo dijo entre dientes, pero en voz suficientemente alta para que Brooke la oyera.
– ¿Sabes lo que necesito ahora mismo, Natalya? -le preguntó Brooke, alargando la mano para tocarle el antebrazo y hablando en un tono contenido que no llegaba a disimular su ira.
Natalya le devolvió una mirada interrogativa.
– Necesito que me arregles el maquillaje, que me encuentres los zapatos y que pidas al servicio de habitaciones un vodka martini y una caja de aspirinas. Y necesito que hagas las tres cosas sin hablar, sin decir ni una sola palabra. ¿Crees que serás capaz de hacerlo?
Natalya se la quedó mirando.
– Muy bien. ¡Sabía que podíamos entendernos! Muchas gracias por tu ayuda.
Y tras eso, sintiendo una diminuta partícula de satisfacción, Brooke volvió al dormitorio. Iba a salir adelante.
13 Los dioses no se mezclan con enfermeras
– Recordad vosotros dos: id cogidos de la mano, sonrientes y relajados. Estáis felices y enamorados, y no os preocupa en lo más mínimo ninguna zorrita en busca de fama. Ni siquiera aparece en vuestro radar. ¿Estamos listos? -les dijo Leo casi a gritos, a un metro de distancia, desde su asiento en la parte trasera de la limusina.
– Estamos listos -murmuró Julian.
– ¿Estamos mentalizados? ¡Tenemos que estar mentalizados! ¿Os sentís los dos como tenéis que sentiros?
Miró por la ventana, para ver si ya los estaba llamando la mujer con una tablilla en la mano que se ocupaba de escalonar la llegada de los artistas. El recorrido de Julian por la alfombra roja estaba programado exactamente a las cuatro y veinticinco de la tarde, por lo que según el teléfono móvil de Brooke, faltaba solamente un aterrador minuto.
«¿Sentirnos como qué? -hubiera querido decir Brooke-. ¿Como la mierda? ¿Como que estoy a punto de ir voluntariamente hacia el patíbulo, pero en lugar de darme la vuelta porque sé lo que es bueno para mí, sigo caminando porque soy tan reacia a los conflictos que prefiero no llamar la atención y caminar en silencio hacia el verdugo? ¡Sí, cretino de mierda! ¡Así es como me siento!»
– No voy a mentiros: serán como pirañas. -Leo levantó las manos con las palmas hacia fuera-. Lo digo para que vayáis preparados. Pero no les hagáis caso. Sonreíd y disfrutad del momento. Lo haréis genial.
Sonó su teléfono y, después de mirarlo durante una fracción de segundo, quitó el seguro de las puertas y se volvió hacia Brooke y Julian.
– Es la hora. ¡Adelante! -gritó Leo, mientras abría la puerta de la limusina.
Antes de que Brooke pudiera empezar a procesar lo que estaba sucediendo, quedó cegada por los destellos de los flashes. Sin embargo, por mucho daño que los flashes le hicieran a la vista, no eran nada en comparación con las preguntas.
– ¡Julian! ¿Qué se siente al asistir a tu primera gala de los premios Grammy?
– ¡Brooke! ¿Tienes algo que decir de las fotos que han salido en el último número de Last Night?
– ¡Julian! ¡Mira hacia aquí! ¿Tienes una amante?
– ¡Brooke! ¡Vuélvete hacia aquí! ¡Aquí, a esta cámara! ¿De qué diseñador es el vestido?
– ¡Brooke! Si pudieras decirle un par de cosas al bombón del Chateau, ¿qué le dirías?