– ¡Julian! ¡Aquí, a tu izquierda! ¡Sí, así está bien! ¿Piensas seguir casado?
– ¡Julian! ¿No te parece irreal recorrer la alfombra roja, cuando hace apenas un año nadie sabía tu nombre?
– ¡Brooke! ¿Crees que la culpa es tuya, por no encajar físicamente en los moldes de Hollywood?
– ¿Qué les dirías a todas las mujeres jóvenes que te están viendo ahora?
– ¡Julian! ¿Te gustaría que tu mujer te acompañara más en tus viajes?
Era como si de pronto se hubieran encendido los focos de un estadio sobre su dormitorio, a las tres de la madrugada. Sus ojos no acababan de adaptarse y cualquier esfuerzo le producía aún más incomodidad.
Se volvió brevemente hacia la zona sin cámaras que había tras ellos, y captó una imagen fugaz de Nicole Kidman y Keith Urban bajando de un Escalade negro. «¿Por qué nos habláis a nosotros, si los verdaderos famosos están ahí detrás?», habría querido gritar. Sólo cuando se volvió otra vez hacia adelante y sus ojos finalmente consiguieron adaptarse al destello continuado de los flashes, vio ante sí un interminable camino rojo. ¿Mediría un kilómetro? ¿Dos? ¿Diez? Los que iban delante de ellos en la alfombra roja parecían despreocupados e incluso relajados. Iban en grupos de tres o de cinco, y de vez en cuando se paraban para charlar tranquilamente con los periodistas o para posar como expertos delante de las cámaras, ofreciendo a cada paso megavatios de sonrisas del más alto nivel profesional. ¿Sena posible ser como ellos? ¿Sería ella capaz? Y más importante aún, ¿conseguiría sobrevivir al siguiente tramo interminable de alfombra?
Entonces, empezaron a avanzar. Brooke se concentró en colocar una sandalia delante de la otra, con la barbilla alta y las mejillas probablemente encendidas, mientras Julian la conducía a través de la multitud. Cuando habían cubierto la mitad de la distancia hasta la entrada, Leo cogió a cada uno por un hombro, con las manos calientes y sudorosas, agachó la cabeza entre los oídos de ambos y les dijo:
– A vuestra derecha veréis en seguida a la gente de El Entertainment. Si se os acercan para haceros una entrevista, paraos y hablad con ellos.
Brooke miró a su derecha y vio la nuca de un hombre rubio de baja estatura, que estaba tendiendo un micrófono a tres críos vestidos de traje negro, ninguno de los cuales parecía mayor de quince años. Tuvo que estrujarse el cerebro para dar con sus nombres, y cuando finalmente recordó que eran los Jonas Brothers, se sintió terriblemente vieja. Eran bastante monos, como pueden serlo los koalas o los peluches, pero ¿atractivos?, ¿seductores?, ¿capaces de llevar al borde del desmayo a millones de adolescentes con una sonrisa? ¡Qué ridiculez! Pensó que todas esas chicas gritonas deberían repasar las fotos de Kirk Cameron y Ricky Shroeder que solían aparecer años atrás en la revista Tiger Beat, si querían ver dos auténticos rompecorazones adolescentes. Se sorprendió de lo que acababa de pensar. ¿Había recordado ella sola la palabra «rompecorazones»? Añadió aquel momento a la lista mental de las cosas que tenía que contarle a Nola.
– ¿Julian Alter? ¿Nos concedes un momento?
El tipo rubio bajito finalmente se había despedido de los niños Jonas y se había vuelto hacia Brooke y Julian. ¡Era Ryan Seacrest! En persona parecía igual de bronceado que en Idol y su sonrisa era cálida y amigable. Brooke hubiese querido darle un beso.
– ¡Hola! -dijo Julian, que a juzgar por su expresión había reconocido a Seacrest al mismo tiempo que ella-. Sí, claro. Encantados.
El presentador le hizo un gesto al cámara que tenía detrás y se colocó ligeramente a la izquierda de Brooke y de Julian. Hizo un gesto afirmativo y el cámara encendió un potente foco de luz, que al instante proyectó una sorprendente cantidad de calor. Después, habló al micrófono, mientras miraba a la cámara.
– Ahora están con nosotros Julian Alter y su bellísima esposa, Brooke. -Se volvió hacia ellos e hizo un amplio ademán con la mano libre-. Gracias por tomaros un momento para saludar a nuestros espectadores. Tengo que deciros que los dos estáis fabulosos esta noche.
Por reflejo, los dos fingieron una sonrisa. Brooke tuvo un breve instante de pánico, durante el cual recordó que millones de personas la estaban viendo en aquel momento en todo el país y posiblemente en el mundo.
– Gracias, Ryan -dijo Julian, y Brooke sintió un profundo alivio al ver que llamaba al presentador por su nombre de pila-. Estamos muy contentos de estar aquí.
– Y dime, Julian. Tu primer álbum llega a disco de platino en menos de ocho semanas. Ahora mismo… -hizo una pausa y echó un vistazo a un pequeño cuadrado de papel que llevaba oculto en la palma de la mano-…llevas cuatro millones de copias vendidas en todo el mundo. Vas a actuar en la gala de los Grammy. ¿Qué piensas de todo esto?
Puso el micrófono bajo la boca de Julian y sonrió. Más tranquilo y confiado de lo que Brooke lo había visto nunca, Julian sonrió también y dijo:
– Verás, Ryan, ha sido una temporada increíble. Ya me costaba creer el éxito que ha tenido el álbum, ¡y ahora esto! Es un honor para mí, un honor verdaderamente extraordinario.
Seacrest pareció satisfecho con la respuesta y los recompensó con otra sonrisa y un gesto de atento asentimiento.
– Julian, tus canciones suelen hablar de amor. Incluso Por lo perdido, que a primera vista parece referirse a tu hermano fallecido, es en realidad una canción que habla del poder sanador del amor. ¿En qué te inspiras para componerlas?
Se lo había puesto en bandeja. Brooke se concentró en mantener la mirada fija en Julian, con la esperanza de transmitir la imagen de esposa enamorada, atenta y solícita, y no la de mujer devastada y confusa que en realidad era la suya en aquel momento.
Julian recibió el balón y lo encestó sin dificultad en la canasta.
– ¿Sabes, Seacr… eh… Ryan? Es gracioso. Cuando empecé a componer, casi toda mi música era oscura y bastante dura. Estaba pasando por una época difícil de mi vida y, claro, la música siempre refleja las vivencias del artista. Pero ahora… -Al decir aquello, se volvió hacia Brooke, la miró directamente a los ojos y dijo-: Ahora las cosas han cambiado por completo. Gracias a mi maravillosa mujer, tanto mi vida como mi música son infinitamente mejores. Ella es más que mi inspiración; es mi motivación, mi influencia… todo.
Pese a lo que había pasado en el hotel, pese al trabajo perdido y a las fotografías supuestamente espantosas, pese a la vocecita interior que le preguntaba si todo aquello no sería una mera actuación para el público, Brooke sintió que se le inflamaba el pecho de amor por su marido. En aquel momento, delante de las cámaras y con unos trajes ridículos, mientras los periodistas tomaban nota de sus palabras, los fotografiaban y los halagaban, notó que sentía por Julian exactamente lo mismo que el día que se conocieron.
Seacrest dijo algo así como «¡Oh, qué bonito!», les agradeció a los dos por pararse a hablar y le deseó a Julian buena suerte. Cuando se volvió hacia la siguiente celebridad (alguien que se parecía muchísimo a Shakira, aunque Brooke no estaba segura de que fuera ella), Julian se volvió hacia ella y le dijo:
– ¿Lo ves? Seacrest ni siquiera se ha molestado en preguntar por esas fotos idiotas. Cualquier periodista responsable sabe que no son más que basura.
La sola mención de las fotografías devolvió a Brooke a la habitación del hotel e invalidó todos sus sentimientos de amor. Sin saber qué otra cosa hacer y consciente de que cada centímetro cuadrado de la alfombra roja estaba plagado de cámaras y micrófonos, se limitó a sonreír y asentir con expresión vacía. Antes de que pasara mucho tiempo, Leo volvió a meter la cabeza entre ambos. Brooke casi dio un salto cuando sintió su mano en la nuca.