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– Probablemente te estarás muriendo por saber lo que pasó anoche -dijo, después de beber un sorbo.

La señora Greene sacó la bolsita de té, dejó que goteara un segundo y la colocó sobre una servilleta, encima de la mesa. Brooke se daba cuenta de que se estaba esforzando para no mirarla a los ojos.

«Las cosas deben de estar muy mal», se dijo.

Su madre estaba muy lejos de ser el tipo de persona que no presiona a sus hijos.

– Esperaré hasta que estés preparada para contármelo -dijo la señora Greene, mientras hacía con la mano un gesto vago, como para decirle que no había ninguna prisa.

– Bueno, supongo que… ¡Dios! Ni siquiera sé por dónde empezar. Todo es tan confuso.

– Empieza por el principio. La última vez que hablé contigo fue en torno al mediodía y estabas a punto de ponerte el vestido. En ese momento, parecía que todo iba sobre ruedas. ¿Qué ha pasado, entonces?

Brooke se recostó en el sillón y apoyó un pie sobre el borde de la mesilla de vidrio.

– Sí, más o menos a esa hora fue cuando todo se fue al infierno. Acababa de ponerme el vestido, las joyas y todo lo demás, cuando llamó Margaret.

– Ah…

– Bueno, hubo un malentendido enorme sobre el que no merece la pena hablar ahora, pero el meollo del asunto es que me despidió.

– ¿Qué me dices?

Su madre dio un respingo. Tenía la misma expresión que solía poner cuando Brooke volvía de la escuela y le contaba que las niñas malas se habían reído de ella en el patio.

– Me despidió. Me dijo que ya no podían contar conmigo, que en el hospital consideraban que mi compromiso no era suficiente.

– ¡¿Qué?!

Brooke sonrió y suspiró.

– Como lo oyes.

– ¡Esa mujer debe de estar mal de la cabeza! -dijo su madre, mientras daba un manotazo sobre la mesa.

– Agradezco tu voto de confianza, mamá, pero reconozco que tiene su parte de razón. No he sido precisamente un modelo de puntualidad y entrega en estos últimos meses.

Su madre permaneció un momento en silencio, como reflexionando sobre lo que iba a decir. Cuando habló, lo hizo en voz baja y tono medido.

– Sabes que siempre me ha gustado Julian, pero no te voy a mentir. Cuando vi esas fotos, sentí deseos de matarlo con mis propias manos.

– ¿Qué has dicho? -murmuró Brooke, sintiendo como si le hubieran tendido una emboscada.

No había olvidado del todo las fotos (las que su marido había comparado con las del escándalo de Sienna y Balthazar), pero había conseguido archivarlas en un rincón apartado de su mente.

– Lo siento, cariñito. Ya sé que no es asunto mío; de hecho, me juré a mí misma no decir nada al respecto. Pero no podemos actuar como si no hubiera pasado nada. Necesitas saber qué pasó en realidad.

El comentario irritó a Brooke.

– Creo que es bastante evidente que Julian y yo tenemos muchas cosas que aclarar. Ya no reconozco al Julian de ahora, y no es únicamente por culpa de unas fotos espantosas que hayan podido hacer unos paparazzi.

Brooke miró a su madre esperando una respuesta, pero la señora Greene guardó silencio.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó Brooke.

– Todavía no las has visto, ¿verdad?

Brooke se quedó callada un momento y finalmente dijo:

– Quería verlas, pero no puedo, tal vez porque todo me parecerá mucho más real cuando las vea…

La señora Greene recogió las piernas bajo el cuerpo y alargó el brazo a través del sofá, para coger la mano de Brooke.

– Te entiendo perfectamente, cariño, de verdad que te entiendo. Debes de sentirte como si estuvieras en la cornisa de un rascacielos. Y créeme que me cuesta mucho decírtelo, pero… creo que necesitas verlas.

Brooke se volvió y miró a su madre.

– ¿Lo dices de veras, mamá? ¿No me aconsejas siempre que no haga caso de toda esa basura? ¿No me has dicho todo el tiempo, cada vez que me he preocupado por algo que había leído, que el noventa y nueve por ciento de las cosas que publican los tabloides son mentiras y tergiversaciones?

– Tengo la revista en mi mesilla de noche.

– ¡¿En tu mesilla de noche?! -chilló Brooke, en un tono de voz que a ella misma le pareció horrendo, porque era una combinación de escándalo y pánico-. ¿Desde cuándo eres suscriptora de Last Night? ¿No decías que sólo leías Newsweek y la revista de Oprah?

– Me suscribí cuando Julian y tú empezasteis a aparecer en casi todos los números -dijo su madre en tono sereno-. Era emocionante y quería ver a qué se referían todos cuando hablaban de algún reportaje.

Brooke rió sin ninguna alegría.

– Bueno, supongo que estarás contenta de haberte suscrito. ¿No te parece una fuente fascinante de información?

– No sabes cuánto me cuesta hacerte esto, pero prefiero que las veas aquí por primera vez. Me quedaré aquí esperándote. Ahora ve.

Brooke miró a su madre y vio su expresión de dolor. Se levantó del sofá e intentó no pensar en la abrumadora sensación de miedo y horror que la embargaba. El tiempo que tardó en llegar del cuarto de estar al dormitorio le pareció una eternidad; pero antes de que pudiera asimilar lo que estaba sucediendo, se encontró sentada al borde de la cama. La portada de la revista estaba ocupada por las caras sonrientes de Justin Timberlake y Jessica Biel, con una línea zigzagueante de ruptura entre ambos, «¡se acabó!», rezaba el titular, en grandes letras rojas.

Aliviada al comprobar que Julian no era aún lo bastante famoso para merecer una portada, Brooke pasó directamente al sumario, con la idea de leer los titulares. No fue necesario. En lo alto de la página, acaparando más espacio del que habría merecido, había una foto de Julian en una mesa de la terraza del Chateau Marmont. La chica que estaba sentada a su lado estaba parcialmente tapada por una planta enorme, pero se distinguía su perfil, mientras se inclinaba hacia Julian con la cabeza ladeada y la boca entreabierta, como si estuvieran a punto de besarse. Él tenía una cerveza en una mano y le sonreía a la chica con sus famosos hoyuelos. Brooke sintió una oleada de náuseas, pero en seguida se sintió más enferma aún, porque recordó que ese tipo de revistas no desperdician las fotos más jugosas poniéndolas en la página del sumario. Todavía no había visto lo peor.

Hizo una inspiración profunda y pasó a la página dieciocho. Quien haya dicho que se necesita cierto tiempo para procesar las realidades más espantosas no debe de haber visto nunca una doble página con fotos a todo color de su marido seduciendo a otra mujer. Brooke lo asimiló todo en un instante. Sin el menor esfuerzo, vio otra versión de la primera foto, sólo que en ésta Julian parecía escuchar arrobado, mientras la chica le susurraba algo al oído. Llevaba la hora impresa: las 23.38. La siguiente, con un sello rojo vivo que indicaba que había sido tomada a las 00.22, lo mostraba riendo a carcajadas. Ella también se estaba riendo, pero tenía la mano firmemente plantada sobre el pecho de Julian. ¿Sería un gesto juguetón para apartarlo o una excusa para tocarlo? La tercera y última foto de la izquierda de la doble página era la peor. Mostraba a la chica totalmente apoyada contra Julian, bebiendo una copa de algo que podía ser champán rosado. Julian aún tenía un botellín de cerveza en una mano, pero la otra había desaparecido bajo la falda del vestido de la chica. Por el ángulo del brazo, se veía que no estaba haciendo nada más pornográfico que tocarle el muslo, pero era evidente que tenía la mano y la muñeca bajo el vestido. Julian le estaba haciendo un guiño a la chica, con la sonrisa traviesa que tanto le gustaba a Brooke, y ella lo estaba mirando con sus grandes ojos castaños y con cara de adoración. Era la 01.03.

Y después: el hachazo, la joya del reportaje de Last Night. En el lado derecho, había una foto a toda página, que muy bien podría haber sido del tamaño de una valla publicitaria. El sello de la hora marcaba las 06:18 y se veía a la chica, con el mismo vestido azul sin gracia de unas horas antes, saliendo de un bungalow junto a la piscina. Tenía el pelo hecho un desastre y cumplía con todos los tópicos de la «mañana siguiente». Llevaba el bolso apretado contra el pecho, como protegiéndose de la sorpresa de los flashes, y tenía los ojos muy abiertos de asombro. Pero había algo más en su mirada. ¿Orgullo? ¿Satisfacción por la hazaña? Fuera lo que fuese, era evidente que no era vergüenza.