Sintiéndose una diosa de la eficiencia y la organización, abrió la puerta cuando oyó que llamaban, exactamente a las tres, y recibió a Nola con una gran sonrisa.
– ¡Vaya, ya pareces humana otra vez! ¿Te has pintado los labios?
Brooke asintió, complacida con la reacción de su amiga. Se quedó mirando, mientras Nola inspeccionaba el apartamento.
– ¡Impresionante! -Silbó-. Tengo que confesarte que no tenía muchas esperanzas, pero me alegro de comprobar que estaba equivocada. -Descolgó un abrigo marinero del armario del vestíbulo y se lo dio a Brooke-. Ven, voy a mostrarte cómo es el mundo exterior.
Brooke siguió a su amiga hasta la calle y se montó con ella en un taxi, para ir a Cookshop, uno de los restaurantes que más le gustaban de West Chelsea. Nola pidió café y Bloody Marys para las dos, e insistió en que Brooke tomara tres sorbos de cada bebida, antes de decir una sola palabra.
– Muy bien -dijo en tono tranquilizador, mientras Brooke la obedecía-. ¿No te sientes mejor?
– Sí -respondió Brooke, que de pronto sintió muchas ganas de llorar.
Llevaba toda la semana llorando de forma intermitente y cualquier cosa, o nada en absoluto, podía hacerla volver a empezar. El detonante, en aquel momento, fue la imagen de una pareja más o menos de su edad, que compartía un plato de torrijas. Se estaban peleando en broma por cada trocito y cada uno fingía querer apoderarse de cada bocado antes de que el otro lo pinchara con el tenedor. De repente, se echaron a reír e intercambiaron una de esas miradas que parecen decir: «No hay en el mundo nadie más que nosotros dos», la misma mirada que Julian estaría dedicando a desconocidas en habitaciones de hotel.
Entonces, volvió a aparecer. Vio otra vez mentalmente a Julian y a Janelle, abrazados, desnudos y besándose apasionadamente. Imaginó a Julian chupando con suavidad el labio inferior de aquella chica, exactamente del mismo modo que…
– ¿Estás bien? -preguntó Nola, mientras alargaba el brazo sobre la mesa para poner su mano sobre la de Brooke.
Ella intentó contener las lágrimas, pero no pudo. Casi al instante, unas gotas gruesas y calientes empezaron a correrle por las mejillas, y aunque no se puso a sollozar, ni a sacudir los hombros, ni a aspirar el aire entrecortadamente, sintió como si nunca fuera a ser capaz de parar.
– Lo siento -dijo, sintiéndose muy desdichada, mientras intentaba secarse las lágrimas con la punta de la servilleta.
Nola le acercó el Bloody Mary.
– Bebe otro traguito. Muy bien. Es normal que te pongas así. Llora si tienes que llorar.
– Lo siento, ¡es tan humillante! -susurró Brooke.
Miró a su alrededor y se sintió aliviada al ver que nadie parecía fijarse en ella.
– Es normal que estés alterada -dijo Nola, en el tono más suave que Brooke podía recordar-. ¿Has hablado con él últimamente?
Brooke se sonó la nariz tan delicadamente como pudo, pero sintiéndose culpable por hacerlo con la servilleta de tela del restaurante.
– Hablamos anteayer por la noche. Estaba en Orlando, trabajando en algo para Disney World, creo, y pronto se irá a Inglaterra para estar allí una semana. Me dijo algo sobre una actuación contratada y un gran festival de música, pero no estoy segura.
Nola endureció el gesto.
– Fui yo la que dijo que necesitábamos tiempo, Nol -prosiguió Brooke-. Yo le pedí que se fuera aquella noche y le dije que necesitábamos espacio para aclararnos las ideas. Se fue sólo porque yo le insistí -dijo, sin saber muy bien por qué seguía defendiendo a Julian.
– Entonces ¿cuándo volverás a verlo? ¿Se dignará a volver a casa cuando regrese de Inglaterra?
Brooke no hizo caso del tono de su amiga.
– Volverá a Nueva York después del viaje a Inglaterra, sí, pero no vendrá a casa. Le dije que tenía que encontrar otro sitio, hasta que sepamos qué está pasando con nosotros.
El camarero se acercó a tomarles el pedido y afortunadamente no les prestó más que una fugaz atención. Cuando se fue, Nola dijo:
– ¿De qué habéis hablado? ¿Habéis hecho algún progreso?
Brooke se metió un terrón de azúcar en la boca y paladeó la sensación de que se le deshiciera en la lengua.
– ¿Que si hemos hecho algún progreso? No, diría que no. Discutimos por la boda de Trent.
– ¿Por qué?
– Julian dice que deberíamos cambiar de planes y no ir, por respeto a Trent y a Fern. Cree que «secuestraríamos» su gran día con todo nuestro drama. En realidad, me parece que no quiere ver a su familia, ni a todas las personas de su infancia, lo que en principio es comprensible, pero creo que tiene que superarlo. Después de todo, es la boda de su primo hermano.
– ¿En qué habéis quedado entonces?
Brooke suspiró.
– Sé que llamó a Trent y habló de ello, pero no sé cómo han quedado. Supongo que no irá.
– Bueno, al menos eso es bueno para ti. Imagino que es lo último que querrías hacer en este momento.
– No, pero yo voy. Iré sola, si hace falta.
– ¡Pero, Brooke, eso es ridículo! ¿Para qué obligarte a pasar por todo eso?
– Porque es lo correcto y porque no me parece bien rechazar la invitación a la boda de alguien de la familia, con una sola semana de antelación y sin ninguna razón concreta. Julian y yo ni siquiera nos habríamos conocido de no haber sido por Trent, así que tengo que armarme de valor y asistir a su boda.
Nola echó un poco de leche en su segunda taza de café.
– No sé si eres valiente y admirable, o simplemente estúpida. Me temo que todo eso a la vez.
El impulso de llorar asaltó de nuevo a Brooke, provocado esta vez por la idea de ir sola a la boda de Trent, pero intentó no pensar en eso.
– ¿Por qué no hablamos de otra cosa? De ti, por ejemplo. No me vendría mal distraerme un poco.
– Hum, veamos… -sonrió Nola.
Era evidente que había estado esperando una oportunidad para contar algo.
– ¿Qué? -preguntó Brooke-. ¿O debería decir «quién»?
– La semana que viene me voy a Turks y Caicos, a pasar un fin de semana largo.
– ¿Turks y Caicos? ¿Desde cuándo? ¡No me digas que te envían por trabajo! ¡Dios, cómo me he equivocado de carrera!
– No, por trabajo no. Por placer. Placer sexual, para ser exactos. Voy con Andrew.
– Ah, ahora lo llamas Andrew. ¡Qué madurez! ¿Significa eso que vais en serio?
– No, lo confundes con Drew. Con ése he terminado. Andrew es el tipo del taxi.
– Me estás tomando el pelo.
– ¡No, te lo digo en serio!
– ¿Estás saliendo con el tipo que te llevaste a la cama después de conocerlo por casualidad en un taxi?
– ¿Qué tiene de raro?
– De raro, nada. ¡Pero es increíble! Eres la única mujer del planeta capaz de conseguirlo. ¡Esos tipos nunca llaman al día siguiente!
Nola compuso una sonrisa maliciosa.
– Le di buenas razones para llamar al día siguiente, y al otro, y al otro también.
– Te gusta, ¿no? ¡Cielo santo, sí! ¡Te gusta! ¡Te has puesto colorada! ¡No puedo creer que te ruborices por un chico! ¡Ay, que se me desboca el corazón!
– Sí, sí, de acuerdo, me gusta. Me encanta, estoy colada por él, de momento. Y me encanta la idea de ir a Turks y Caicos.
Volvió a interrumpirlas el camarero, esta vez para servirles las ensaladas chinas de pollo picado. Nola atacó la suya con voracidad, pero Brooke no hizo más que mover la ensalada por el plato.
– Bueno, dime cómo fue. ¿Estabais una noche en la cama y de pronto él te dijo: «Huyamos juntos»?