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– Más o menos. En realidad, tiene casa propia en las islas, en el Aman Resort. Suele llevar a su hijo a menudo.

– ¡Nola! ¡Eres una perra! ¡No me habías contado nada!

Nola fingió inocencia.

– ¿Nada de qué?

– ¡De que tienes un novio con casa propia en las islas y un hijo!

– No sé si yo lo llamaría «novio».

– ¡Nola!

– Mira, todo está siendo divertido y muy tranquilo. Intento no pensar demasiado en ello. Además, a ti te han pasado tantas cosas últimamente…

– ¡Empieza a contar!

– De acuerdo, se llama Andrew, pero eso ya lo sabes. Tiene el pelo castaño, es un tenista excelente y su plato favorito es el guacamole.

– Te doy diez segundos.

Nola aplaudió brevemente y dio un saltito en el asiento.

– ¡Me divierto demasiado torturándote!

– Nueve, ocho, siet…

– ¡De acuerdo! Mide en torno al metro ochenta, quizá un poco más en un buen día, y tiene marcada la chocolatina del vientre, lo que me resulta más amenazador que atractivo. Sospecho que se hace todos los trajes y camisas a medida, pero no tengo confirmación al respecto. Pertenecía al equipo de golf de la universidad y pasó un par de años haciendo el vago en México y dando clases de golf, hasta que al final fundó una empresa de Internet, la sacó a Bolsa y se retiró a los veintinueve años, aunque parece ser que ahora tiene mucho trabajo de consultor, aunque no sé exactamente qué significa eso. Vive en una casa antigua del Upper East Side, para estar cerca de su hijo, que tiene seis años y vive con su ex mujer. Tiene un apartamento en Londres y una casa en Turks y Caicos. Y es total y absolutamente inagotable en la cama.

Brooke se llevó la mano al corazón y fingió desmayarse.

– Estás mintiendo -gimió.

– ¿Sobre qué parte?

– Sobre todo.

– No -insistió Nola, con una sonrisa-. Todo es cierto.

– Me gustaría alegrarme por ti, de verdad, pero no consigo olvidar mi amargura.

– No te alegres demasiado. Tiene cuarenta y un años, está divorciado y es padre de un niño. No es exactamente un cuento de hadas, pero diría que es un tipo bastante decente.

– ¡Por favor! A menos que te pegue a ti o al crío, es perfecto. ¿Se lo has dicho ya a tu madre? Ten cuidado, porque podría morirse de la impresión.

– ¿Estás de broma? Parece que la oigo: «¿Qué te había dicho, Nola? Cuesta lo mismo enamorarse de un hombre rico que de un hombre pobre.» ¡Uf! Me deprimo con sólo pensar lo feliz que la haría.

– Bueno, por si te interesa, opino que serías una madrastra estupenda. Creo que tienes un talento natural para los niños.

– Ni siquiera me molestaré en comentar eso que acabas de decir -replicó Nola, levantando la vista al cielo.

Cuando terminaron, empezaba a anochecer, pero cuando Nola salió a llamar un taxi, Brooke le dio un abrazo y le dijo que prefería volver a casa andando.

– ¿De verdad? ¿Con este ambiente? ¿Ni siquiera vas a volver en metro?

– No, me apetece caminar. -Le cogió la mano a Nola-. Gracias por sacarme de casa. Realmente necesitaba que me dieran una patadita en el culo y me alegro de que me la hayas dado tú. Prometo volver al mundo de los vivos. ¡Y no sabes lo que me alegro por ti y tu amante del taxi!

Nola le dio un beso en la mejilla y se metió en su taxi.

– ¡Te llamo luego! -exclamó, mientras el vehículo se alejaba, y una vez más, Brooke se quedó sola.

Subió por la Décima Avenida, se detuvo un minuto para ver jugar a los perros en el pequeño parque vallado de la calle Veintitrés y después pasó a la Novena, por donde retrocedió un par de manzanas, para comer uno de los famosos cupcakes Red Velvet de Billy's y beber otro café, antes de seguir hacia el norte. Había empezado a llover, y cuando llegó a casa, tenía el abrigo marinero empapado y las botas enfangadas con el barro sucio propio de la ciudad, de modo que se desnudó en el vestíbulo y se envolvió en la manta morada de cachemira que su madre le había tejido varios años antes. Eran las seis de la tarde de un domingo y no tenía nada que hacer por el resto de la noche, y lo que era más extraño aún, tampoco tenía que ir a ningún sitio al día siguiente por la mañana. Estaba sola, sin trabajo y libre.

Con Walter hecho una bola y apretado contra uno de sus muslos, Brooke sacó el ordenador y repasó el correo electrónico. No había nada interesante, excepto un mensaje de una tal Amber Bailey, cuyo nombre le resultó familiar. Lo abrió y lo empezó a leer.

Querida Brooke:

¿Cómo estás? Creo que mi amiga Heather te avisó de que te iba a escribir, ¡o al menos espero que lo haya hecho! Ya que es muy precipitado y que quizá sea lo último que te apetecería hacer ahora mismo, pero mañana por la noche vamos a reunimos varias amigas para cenar. Te lo explicaré con más detalles si estás interesada, pero básicamente se trata de un grupo de mujeres fantásticas que conozco, todas las cuales han tenido… digamos la «experiencia» de haber estado casadas o haber salido con un hombre muy famoso. No es nada formal. Nos reunimos una vez cada dos meses, más o menos, ¡y bebemos bastante! ¿Querrás venir? Nos vemos a las ocho y la dirección es 128 West 12th Street. ¡Por favor, ven! ¡Ya verás qué bien lo pasamos!