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Besos y abrazos,

Amber Bailey

Aparte del uso excesivamente entusiasta de los signos de exclamación, Brooke encontró el mensaje perfectamente amable y simpático. Lo leyó una vez más y, sin pensárselo dos veces ni permitirse enumerar los cientos de razones por los que no debía ir, pulsó el botón de respuesta y escribió:

Querida Amber:

Gracias por la invitación. Me parece que es justo lo que me ha recetado el médico. Nos vemos mañana.

Saludos,

Brooke

– Puede que sea un desastre, Walter, pero no tengo nada mejor que hacer -dijo, mientras cerraba de un golpe el portátil y se subía el perrito a las rodillas. El spaniel la miró jadeando, con la larga lengua rosada colgando a un lado de la boca.

Sin previo aviso, se inclinó hacia adelante y le lamió la nariz.

– Gracias, compañerito -le dijo, devolviéndole el beso-. Yo también te quiero.

17 El bueno de Ed tenía debilidad por las prostitutas

Cuando Brooke se despertó a la mañana siguiente y vio que eran las nueve y media, se le aceleró el corazón y saltó de la cama. Pero entonces recordó que no llegaba tarde a ningún sitio. En ese momento, tenía que ir exactamente a cero lugares, y aunque no era la situación ideal (ni tampoco sostenible), había tomado la decisión de pensar que tampoco era el fin del mundo. Además, tenía un plan para el día, lo que constituía el primer paso para establecer una rutina diaria (las rutinas eran muy importantes, según un artículo reciente de Glamour sobre el desempleo).

El punto uno de la lista de consejos de Glamour era: «Haz en primer lugar lo que más te horrorice.» Así pues, antes incluso de quitarse el albornoz, Brooke se obligó a coger el teléfono y llamar a Margaret. Sabía que su ex jefa habría terminado la reunión matinal del equipo y estaría de vuelta en su despacho, preparando el calendario para la semana siguiente. Como esperaba, respondió a la primera llamada.

– ¿Margaret? ¿Cómo estás? Soy Brooke Alter.

Le resultaba difícil hablar, por los latidos de su propio corazón en el pecho.

– ¡Brooke! Me alegro de oírte. ¿Cómo va todo?

Era evidente que la pregunta no quería decir nada (era sólo una fórmula de cortesía), pero por un segundo, Brooke sintió pánico. ¿Le estaría preguntando cómo iba todo con Julian? ¿Con la situación de la chica del Chateau? ¿Con todas las conjeturas de la prensa acerca de su matrimonio? ¿O era sólo una manera amable de iniciar la conversación?

– Todo va muy bien, ya sabes -respondió, y de inmediato se sintió ridícula-. ¿Y tú?

– Bueno, nos vamos arreglando. He estado haciendo entrevistas para cubrir tu vacante, y tengo que decirte una vez más, Brooke, que siento muchísimo lo sucedido.

Brooke vio un atisbo de esperanza. ¿Se lo estaba diciendo para que le pidiera que la readmitiera? Porque si era así, ella estaba dispuesta a suplicarle y a hacer cualquier cosa para congraciarse con Margaret. Pero no, no era lógico. Si quisiera volverla a contratar, no la habría despedido de entrada. «Actúa con normalidad -se dijo-. Di lo que querías decir y cuelga el teléfono.»

– Margaret, sé muy bien que no estoy en situación de pedirte ningún favor, pero… Me preguntaba si podrías acordarte de mí, en caso de que surja alguna oportunidad de empleo. No digo en el hospital universitario, claro, pero si te enteras de alguna otra cosa…

Hubo una breve pausa.

– Muy bien, Brooke. Estaré pendiente y te informaré de lo que vea.

– Te lo agradecería muchísimo. Estoy ansiosa por volver a trabajar y te prometo (como prometeré a cualquier futuro empleador) que la carrera de mi marido no volverá a ser un problema.

Aunque quizá sintiera curiosidad, Margaret no hizo ninguna pregunta al respecto. Hablaron de intrascendencias durante un minuto o dos, antes de despedirse, y Brooke lanzó un gran suspiro de alivio. Asunto horrendo número uno: hecho.

El asunto horrendo número dos (llamar a la madre de Julian para concretar los detalles del viaje a la boda de Trent) no iba a ser tan sencillo. Desde la gala de los Grammy, su suegra había adquirido la costumbre de llamarla casi todos los días, para darle interminables consejos que nadie le había pedido sobre la manera de comportarse como una esposa que sabe apoyar y perdonar a su marido. Normalmente, sus monólogos incluían ejemplos de las faltas cometidas por el padre de Julian (que variaban en gravedad desde flirtear con todo el personal de enfermería y recepción, hasta dejarla sola muchos fines de semana al año, para irse a lugares lejanos a jugar al golf con sus amigos y «Dios sabe qué más») y siempre ponían de manifiesto la enorme paciencia de Elizabeth Alter y su profunda comprensión del macho de la especie humana. Los tópicos del tipo «Los hombres son así» o «Detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer» empezaban a resultar no sólo repetitivos, sino directamente agobiantes. En el aspecto positivo, Brooke no habría adivinado ni en un millón de años que la madre de Julian estuviera preocupada porque ellos dos siguieran casados, se divorciaran o se vaporizaran de la faz de la Tierra. Por fortuna, le saltó el buzón de voz de su suegra y pudo dejarle un mensaje, pidiéndole que le enviara por correo electrónico los planes de viaje, ya que no iba a poder hablar con ella durante el resto del día.

Estaba a punto de tachar el siguiente asunto de la lista, cuando sonó el teléfono.

– ¡Neha! ¡Hola, guapa! ¿Cómo estás?

– ¿Brooke? ¡Hola! Tengo una noticia estupenda. Rohan y yo volvemos definitivamente a Nueva York. ¡Este verano!

– ¡No me digas! ¡Qué bien! ¿Rohan ha conseguido trabajo en una firma de la ciudad?

Brooke ya había empezado a pensar en todas las emocionantes posibilidades: qué nombre pondrían a su sociedad, cómo atraerían a sus primeros clientes y todas las ideas que tenía para que corriera la voz. ¡Ya estaba un paso más cerca de que su sueño se hiciera realidad!

– A decir verdad, el trabajo lo he conseguido yo. Es una locura, pero una amiga mía acaba de firmar un contrato para sustituir a una nutricionista que estará de baja por maternidad durante un año. El problema es que ahora mi amiga no puede trabajar, porque tiene que atender a su madre enferma, y me ha preguntado si estaba interesada en trabajar para… ¡Adivina para quién!

Brooke repasó mentalmente la lista de famosos, convencida de que Neha iba a mencionarle a Gwyneth, a Heidi o a Giselle, y a la vez sintiendo pena por su sociedad, que ya no iba a poder ser.

– No lo sé. ¿Para quién?

– ¡Para los New York Jets! ¿Te lo puedes creer? Seré la asesora nutricional del equipo durante la temporada 2010-2011. No sé absolutamente nada de las necesidades nutricionales de una mole de músculos de ciento cincuenta kilos, pero supongo que tendré que aprender.

– ¡Oh, Neha, es increíble! ¡Qué oportunidad tan estupenda! -dijo, con toda sinceridad, porque reconocía que si se le hubiese presentado una oportunidad como aquélla, ella también habría renunciado a todo lo demás sin pensárselo dos veces.

– Sí, estoy muy emocionada. ¡Y deberías ver a Rohan! En cuanto se lo anuncié, lo primero que dijo fue: «¡Entradas!» Ya tiene todo el calendario de la temporada impreso y pegado a la nevera.