Выбрать главу

Brooke le cogió una mano.

– Siento mucho todo esto -dijo-. Hemos sido horriblemente inoportunos.

– Ven, entra y sírvete una copa -dijo Trent.

Ella le apretó cariñosamente el antebrazo.

– Tú también te servirás una, ¿no? -le dijo, sonriendo-. Después de todo, es tu noche. ¡Ah, y todavía no he saludado a la novia!

Brooke pasó por la puerta que Trent había abierto para ella. Para entonces, la sala estaba muy animada, con unas cuarenta personas que iban y venían con vasos de cóctel en la mano, hablando de las intrascendencias habituales. La única persona que Brooke reconoció, aparte de su familia política y de los novios, fue el hermano pequeño de Trent, Trevor, un estudiante universitario que se había parapetado en un rincón y miraba fijamente la pantalla de su iPhone, rezando para que nadie se le acercara. Con la excepción de Trevor, pareció como si durante una fracción de segundo toda la sala contuviera el aliento y levantara la vista cuando Trent y ella entraron en la sala. Su presencia (y la ausencia de Julian) fue debidamente observada.

Sin darse cuenta, apretó la mano de Trent, que a su vez apretó la suya.

– Vamos, vete -le dijo Brooke-. Ve a atender a tus invitados. ¡Disfrútalo, porque todo esto pasa muy de prisa!

Por fortuna, el resto de la cena transcurrió sin complicaciones. Fern había tenido la amabilidad, sin que hiciera falta pedírselo, de sentar a Brooke lejos de los Alter y cerca de ella. De inmediato, Brooke descubrió su atractivo: contaba historias interesantes, hacía bromas divertidas, preguntaba a todo el mundo por su vida y hacía de la humildad un arte. Incluso consiguió romper el momento de incomodidad, cuando uno de los viejos compañeros de Trent de la facultad de medicina, completamente borracho, brindó por la antigua afición de su amigo por las chicas con pechos operados y tuvo la desfachatez de mirar ostensiblemente por el escote de Fern, diciendo:

– ¡Bueno, ya veo que lo ha superado!

Cuando terminó la cena y los Alter se acercaron para llevarse a Brooke al hotel, Fern la enganchó por un brazo, batió las largas pestañas mirando al padre de Julian y, con su encanto sureño, dijo:

– ¡Oh, no, no se la lleven! -Brooke notó divertida que alargaba las vocales, exagerando a propósito su acento-. Esta chica se queda con nosotros. Cuando todos los mayores se hayan ido a sus habitaciones, haremos una fiestecita. No se preocupen. Nos aseguraremos de que regrese sana y salva.

Los Alter sonrieron y le tiraron un beso con la mano a Fern y otro a Brooke. En cuanto salieron del comedor, Brooke se volvió hacia Fern.

– Me has salvado la vida. Me habrían obligado a tomar una copa con ellos en el hotel y después me habrían acompañado a mi habitación, para hacerme otras seis mil preguntas sobre Julian, y probablemente mi suegra habría hecho algún comentario odioso sobre mi peso, mi matrimonio o ambas cosas. No sé cómo agradecértelo.

Fern desechó con un gesto los agradecimientos.

– ¡Por favor! No podía dejar que te marcharas con alguien que lleva puesto un sombrero como ése. ¡Imagina si te viera la gente! -Se echó a reír y Brooke se reafirmó en su opinión de que era una persona muy agradable-. Además, quiero que te quedes por motivos egoístas. A todos mis amigos les encantas.

Supuso que Fern sólo lo decía para hacerla sentir bien. Después de todo, no había tenido ocasión de hablar con casi nadie en toda la velada, aunque era cierto que los amigos de Trent y de Fern le habían parecido simpáticos. Pero ¿qué más daba? El halago tuvo los efectos deseados y la hizo sentirse bien, tanto que aceptó brindar con tequila con Trent, en nombre de Julian, y después bebió dos Lemon Drops con Fern y sus amigas de la fraternidad universitaria (cuya capacidad para beber era superior a la de cualquier mujer que Brooke hubiese conocido). Siguió sintiéndose bien en torno a la medianoche, cuando apagaron las luces y alguien encontró la manera de conectar un iPhone al sistema de audio del restaurante, y se sintió bien durante dos horas más, durante las cuales bebió, bailó y (si había de ser completamente sincera) flirteó como en los viejos tiempos con uno de los médicos internos compañeros de Trent. Todo completamente inocente, desde luego. Pero se le había olvidado lo que era tener a un hombre atractivo totalmente pendiente de ella durante toda la noche, llevándole copas e intentando hacerla reír. Aquello también la hizo sentirse bien.

Lo que ya no la hizo sentir nada bien, como era de esperar, fue la espantosa resaca de la mañana siguiente. Aunque eran casi las tres cuando volvió a su habitación, se despertó a las siete mirando al techo, segura de que iba a vomitar en cualquier momento y preguntándose cuánto tiempo tendría que sufrir hasta entonces. Media hora después, estaba en el suelo del baño, respirando trabajosamente y rezando para que los Alter no llamaran a la puerta. Por fortuna, consiguió arrastrarse de vuelta a la cama y dormir hasta las nueve.

A pesar del tremendo dolor de cabeza y del gusto desagradable que tenía en la boca, sonrió cuando abrió los ojos y miró el teléfono. Julian había llamado y enviado mensajes media docena de veces, preguntando dónde estaba y por qué no contestaba al teléfono. Iba de camino al aeropuerto para coger el avión de vuelta a casa, la echaba de menos, la quería y no veía la hora de encontrarse con ella en Nueva York. Fue agradable que se volvieran las tornas, al menos por una noche. Por fin había sido ella la que había trasnochado, la que había bebido demasiado y la que había estado de fiesta hasta la madrugada.

Brooke se duchó y bajó al vestíbulo para tomar un café, rezando para no toparse con los Alter por el camino. Le habían dicho la noche anterior que tenían pensado pasar el día con los padres de Trent; las dos mujeres tenían cita para una sesión de peluquería y maquillaje, y los dos hombres pensaban jugar una partida de squash. Elizabeth la había invitado para que fuera con ellas, pero Brooke le había mentido descaradamente y le había dicho que planeaba ir a casa de Fern, para almorzar con ella y sus damas de honor. Acababa de sentarse, con el periódico y un tazón de café con leche, cuando oyó que la llamaban por su nombre. Junto a su mesa estaba Isaac, el atractivo internista con el que había estado flirteando la noche anterior.

– ¿Brooke? ¡Hola! ¿Qué tal estás? Tenía la esperanza de verte por aquí.

Ella no pudo evitar sentirse halagada por su interés.

– Hola, Isaac. Me alegro de verte.

– No sé tú, pero yo estoy destrozado después de lo de anoche.

Brooke sonrió.

– Sí, fue demasiado. Pero me divertí mucho.

Para asegurarse de que el comentario sonara completamente inocente (el flirteo había sido divertido, pero ella era una mujer casada), añadió:

– A mi marido le dará mucha pena habérselo perdido.

Una extraña expresión apareció en la cara de Isaac. No era de asombro, sino de alivio de que ella finalmente hubiera dicho algo al respecto. En ese momento, ella lo comprendió.

– Entonces ¿es cierto que estás casada con Julian Alter? -preguntó, mientras se sentaba en la silla de al lado-. Oí que todo el mundo lo comentaba anoche, pero no estaba seguro de que fuera verdad.

– Sí, con el auténtico -replicó Brooke.

– ¡Es una locura! ¡Si yo te contara! Lo sigo desde que actuaba en el Nick's, en el Upper East Side. ¡Y de pronto está en todas partes! No puedes abrir una revista, ni encender el televisor, sin ver a Julian Alter. ¡Es increíble! ¡Debe de ser fantástico para ti!

– Ni te lo imaginas -dijo ella, automáticamente, mientras poco a poco se reafirmaba en su impresión de que la había perseguido por eso.

Se preguntó cuánto tendría que esperar, hasta poder levantarse sin resultar abiertamente grosera, y calculó un mínimo de tres interminables minutos.

– Espero que no te molestes si te pregunto…

«¡Oh, no!», pensó Brooke. Estaba segura de que iba a preguntarle por las fotos. Había disfrutado de dieciocho horas de paz, durante las cuales nadie se las había mencionado, y ahora Isaac estaba a punto de estropearlo todo.