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– ¡Eso es imposible! No puedo defraudar a mi padre. Siempre estuviste rodeada de amor y bondad, Elizabeth. No sabes los terribles sufrimientos que padecí en la casa del esposo de mi madre. Me odió aun antes de que yo naciera. Si mi madre no me hubiera protegido desde el momento del parto, ese hombre infame me habría abandonado en las colinas para que muriera de hambre y de frío. Y si me devoraban los lobos, mejor para él. En su lecho de muerte, mamá me reveló la identidad de mi verdadero padre y cómo me había concebido. Apenas finalizó el funeral, huí para siempre de esa casa nefasta, donde ella fue tan desgraciada, y fui a ver a Colin Hay. Él podría haberme rechazado o alojado en los establos, y yo lo habría entendido. Pero no hizo nada de eso, Elizabeth. Al contrario, me acogió en su casa con los brazos abiertos. La esposa lo regañó por sus pecados juveniles y luego se echó a reír. Me alzó la barbilla, me miró a los ojos, y dijo que siempre había querido tener muchos hijos varones y que yo era el único que le había ahorrado los dolores del parto. Les debo lealtad a los Hay de Grayhaven.

– Come -le aconsejó Elizabeth con voz dulce-. Estás muy angustiado, Baen. En toda pareja siempre hay uno que es más fuerte que el otro. Veo que yo tendré que ser la más fuerte, como lo es Banon en su Matrimonio.

– Si me permito amarte, romperás mi corazón.

– No. Tú romperás el mío si me dejas por tu familia. Eres el amor d mi vida. Nunca hubo ningún hombre antes que tú ni lo habrá después Estamos destinados a amarnos, Baen.

Él apartó la mirada y se dispuso a comer. La comida estaba fría y ya no tenía hambre. Ella acababa de ofrecerle un paraíso que no podía aceptar. Lo más prudente era alejarse de inmediato de Friarsgate, pero eso era imposible. Su padre le había encomendado una misión que aún no había concluido. Todavía le faltaba aprender muchas cosas sobre el negocio de la lana y su rentabilidad. A su juicio, Grayhaven no tenía superficie ni rebaños ni pasturas suficientes para crear una empresa similar a la de Friarsgate. Pero cabía la posibilidad de instalar una más pequeña. No podía irse y defraudar a su padre.

– No has terminado la cena.

– Ya no tengo apetito.

– Vamos, Baen, eres un hombre robusto que necesita alimentarse bien -dijo Elizabeth. Untó una rodaja de pan, colocó encima una feta de queso y se la dio-. Cómetelo o te lo meteré en la boca con mis propias manos -ordenó y llenó su copa de vino.

Las atenciones de la joven lo conmovieron.

– Serás una buena madre algún día.

– Lo sé. Y tendremos los hijos más hermosos del mundo, Baen MacColl.

– ¿Cómo podré amarte y luego dejarte? -preguntó en voz baja.

– Harás lo que debas hacer. No creo que tengas que elegir entre tu padre y yo, pero si debieras hacerlo, aceptaría tu decisión. ¿Acaso me queda otra alternativa? -Elizabeth no creyó ni por un instante en lo que acababa de decir.

– Es cierto -replicó Baen con seriedad. La amaría aun sabiendo que el romance no prosperaría y que ella lo estaba incitando a hacer algo que podría llevarlos a la perdición. Pero la atracción que sentían era demasiado intensa para negarla-. ¿Cómo podría no amarte, Elizabeth?

CAPÍTULO 11

Era una locura y ambos lo sabían. Y aunque Elizabeth se preguntase qué la había inducido a hablarle con tanta franqueza, no ignoraba que Baen MacColl era un hombre honorable. La amaría hasta la muerte, pero jamás le diría una palabra. En consecuencia, no le quedaba otra alternativa que abrirle su corazón. Y en cuanto a su padre, el amo de Grayhaven, ¿exigía realmente tanta fidelidad de su hijo bastardo? ¿O quizás era Baen quien exageraba en lo tocante a sus obligaciones filiales? Fuera como fuese, debía enterarse de la verdad. Estaba resuelta a manejar la situación y, por cierto, ya tenía un plan.

Thomas Bolton la había incitado a seducir al escocés, y eso era exactamente lo que haría. Lo atraparía en sus redes, serían amantes y él nunca la dejaría. No sintió el menor sentimiento de culpa con respecto a su designio. El amo de Grayhaven no necesitaba realmente a Baen MacColl, pero ella sí. Y cuando la suerte estuviera echada, lo engatusaría para que aceptase un casamiento provisorio, cuya validez duraba un año y un día. Al cabo de ese tiempo, o incluso antes, lo habría convencido de que su destino era ella, no su padre. Y entonces se casarían con todas las formalidades del caso, bajo los auspicios de la Iglesia. Elizabeth sonrió tan complacida como una gata que acaba de comerse a una laucha. Su plan era perfecto.

Esa noche, en el salón, jugó al ajedrez con Will y luego dijo estar fatigada.

– Debo hablar con Maybel y Edmund antes de acostarme -agregó.

Baen la observó mientras abandonaba el salón. Se sentía confundido. Ella no era noble, aunque había heredado una importante propiedad. Su padre había sido un caballero. Sin embargo, su madre no era más que una campesina. Al fin y al cabo, no eran tan diferentes en cuanto a su condición social. Además, Rosamund Bolton parecía simpatizar con él y lord Cambridge no se oponía a su amistad con Elizabeth. En rigor, todos los habitantes de Friarsgate lo habían recibido con beneplácito. Pero no estaba seguro de atreverse a desposarla ni de convertirse en un hombre rico.

¿Qué diría Colin Hay de una boda semejante? ¿Permitiría que su hijo mayor se casara con la dama de Friarsgate? A su padre no le agradaban los ingleses en absoluto. Empero, Baen no consideraba que hubiera una gran diferencia entre su familia y la de la joven. Ambas se dedicaban a la tierra, amaban el país y respetaban a la Iglesia. Pero para que ese milagro se produjera, él debería renunciar a su lealtad a su patria y a su familia. Ya no sería un escocés, pero ¿podría ser un inglés? Se trataba de un verdadero dilema y probablemente le conviniese seguir siendo quien era: el bastardo del amo de Grayhaven; el hermano de Jamie y de Gilly.

Friar se acercó, puso el húmedo hocico en su mano y lanzó una suerte de gemido. Baen lo miró sonriendo. El animal meneaba todo el cuerpo en su afán por comunicarse.

– Ya lo sé, ya lo sé. Quieres correr un poco antes de ir a dormir, ¿eh, muchacho? -Luego, dirigiéndose a William Smythe, agregó-: No dejes que Elizabeth trabe la puerta. Sacaré a pasear al perro y volveré enseguida.

Cuando el escocés hubo desaparecido del salón, Thomas Bolton, que aparentemente se había dormido en la silla, dijo, sin molestarse en abrir los ojos:

– Mi sobrina ha comenzado la campaña para cortejarlo. Y creo que él la ama.

William Smythe sonrió.

– Estás empeñado en que se case con el escocés, ¿verdad, milord?

– Hacen una pareja perfecta, no lo niegues. Si se hubiese tratado de Philippa o de Banon, me habría opuesto categóricamente. Pero no en el caso de Elizabeth. Me pregunto por qué las hijas de mi querida Rosamund son tan diferentes. Philippa se enamoró de la corte apenas arribó allí. Y ahora es una aristócrata de la cabeza a los pies. Y mi adorable Banon con su marido Neville son el ejemplo perfecto de la nobleza rural. En cuanto a Elizabeth, es una campesina dedicada a Friarsgate y a las ovejas. Necesita a un hombre fuerte que ame la tierra, y ese hombre es Baen MacColl. -Hizo una breve pausa y luego agregó, con una sonrisa irónica-: Hasta no hace mucho, querido Will, los Bolton no eran sino una rica familia de granjeros. Fue mi adorada Rosamund quien los sacó de la oscuridad de Cumbria y los llevó a la corte. Pero Elizabeth ama su tierra. Y si ella ha elegido al escocés, entonces, por el amor de Dios, lo tendrá, no importa cuánto debamos esforzarnos para que ello suceda, querido muchacho. Y ahora sírveme un poco de vino. Este tipo de conversaciones me agota.

Se recostó en la silla y extendió lánguidamente la mano para tomar la copa donde Will había vertido el vino. Tras beber unos sorbos, exclamó: