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Thomas Bolton se levantó de la silla y tomó del brazo a su prima para conducirla a la misteriosa galería. Una de las paredes estaba cubierta de ventanas y en la de enfrente colgaban retratos de lord Cambridge, su difunta hermana, sus padres, Rosamund y cada una de sus hijas. Cuando llegaron al extremo más alejado, Thomas Bolton tocó algo en la pared de madera y de pronto se abrió una puerta. La atravesaron y Will la cerró detrás de él.

– Por aquí -dijo lord Cambridge señalando un estrecho corredor que era, obviamente, un pasadizo secreto.

– ¡Tienes una mente perversa, Tom! -exclamó Rosamund mientras oía las risitas ahogadas de su primo.

Tras caminar unos metros, lord Cambridge se detuvo y corrió un pestillo casi oculto. Se abrió una segunda puerta e ingresaron en la mansión de Otterly.

– ¿Notaste algo en la pared? Ese acceso es prácticamente invisible, querida.

– ¡Qué ingenioso!

– Banon es adorable pero es incapaz de controlar a las niñas, como comprobarás con tus propios ojos. ¡Escucha cómo están gritando ahora mismo!

Finalmente, llegaron al salón de Otterly. Las cinco hijas de Banon, cuyas edades iban de nueve a tres, se corrían unas a otras.

– ¡Abuela! -gritaron al unísono al ver a Rosamund y la rodearon como un enjambre de abejas.

– ¡Así que mamá conoce el secreto y yo no! -reprochó Banon a su tío.

– Otterly sigue siendo mío, tesoro -replicó lord Cambridge con calma.

– Perdona, no quise ser grosera, pero sabes que odio los secretos. Y tú pareces disfrutar ocultándome el tuyo.

– Un hombre necesita su privacidad. Cuando tus hijas sean mayores, te revelaré el misterio. Mientras tanto, te ruego aceptes mi decisión en este asunto -dijo acariciándole la mejilla-. Sabes muy bien que eres mi preferida y que por eso te nombré mi heredera.

– De acuerdo -repuso y tomó el brazo de lord Cambridge-¿Por qué vino mamá?

– ¡Niña curiosa! Espera a que ella misma te lo diga, si así lo decide -la retó lord Cambridge dándole golpecitos en el dorso de la mano. Banon se echó a reír.

Robert Neville entró en el salón para saludar a su suegra. Era un nombre tranquilo que amaba a su esposa e hijas. Dejaba que Banon gobernara la casa a su antojo, pues de ese modo podía entregarse libremente a los típicos pasatiempos de un caballero.

– ¡Rosamund, qué agradable sorpresa! -dijo besándole la mano y haciendo una reverencia.

– ¡Gracias, Rob! Disculpa que haya venido a Otterly sin avisar con mayor antelación, pero ha surgido una emergencia familiar que requiere una rápida solución. -Se volvió a sus nietas que estaban peleando por una tontería-. ¡Niñas, basta! Katherine, como hermana mayor, deberías poner un poco de orden en lugar de provocarlas. Esa conducta es inaceptable.

– ¡Es que no me obedecen, abuela! Además, la culpa es de ella, se defendió, señalando a una de sus hermanas.

– ¿Y por qué tengo que obedecerte? -preguntó Thomasina, de ocho años.

– Debes escuchar a tu hermana porque es un año y diez días mayor que tú, si la memoria no me falla -explicó Rosamund y luego se dirigió a Katherine-. Y tú, jovencita, tienes que darles el ejemplo en vez de querer dominarlas por el simple hecho de ser la mayor.

– ¿Acaso mamá y sus hermanas se llevaban mejor que nosotras, abuela? -preguntó Thomasina en un tono impertinente.

– Sí -dijo Rosamund categóricamente-. Ahora, lávense las manos, pequeñas. Esta noche, si lo desean, pueden cenar con nosotros.

Las cinco niñas miraron a su madre, que les hizo un gesto de aprobación, y luego se retiraron a cumplir la orden de su abuela.

– Las invitaste a cenar para no tener que hablar de Elizabeth.

– Te lo contaré todo después de comer.

Banon hizo una mueca de fastidio, pero no cuestionó la decisión de su madre.

Fue una cena maravillosa. Katherine, Thomasina, Jemima, Elizabeth y Margaret Neville exhibieron unos modales exquisitos y, cuando sus padres las enviaron a la cama, dieron el beso de las buenas noches a cada uno de los miembros de la familia y se retiraron sin una queja

– Se han portado excelentemente bien -les dijo Rosamund mientras abandonaban el salón.

Banon se mantuvo en silencio un largo rato hasta que no pudo so portar más la incertidumbre.

– ¿Qué pasó en Friarsgate, mamá?

Rosamund le explicó en detalle todo cuanto había acontecido.

– Jamás imaginé que Bessie fuera tan apasionada. Es peor que yo, mamá cuando me casé con Rob, estaba embarazada de Katherine, pero ambos sabíamos que íbamos a contraer matrimonio. ¿Crees que Logan y el tío Tom lograrán convencer al escocés? ¿Y qué pasa si ella cumple su amenaza y se rehúsa a desposarlo?

– Por una vez en su vida -declaró la madre con firmeza-, tu hermana menor hará lo que se le ordene. Haremos un contrato matrimonial que proteja sus intereses, pero se casará con Baen MacColl le guste o no. El niño necesita un padre y Friarsgate necesita un heredero. Cualquier otro problema lo resolverán entre ellos, querida, pero habrá boda.

– O la furia de Logan incendiará las Tierras Altas -acotó Thomas Bolton-. Ahora, mis palomas, debo retirarme para ayudar a Will a preparar el equipaje. Quiero presentarme ante el señor de Grayhaven con mis mejores galas. Hay que dar una buena imagen de la familia. ¡Buenas noches a todos!

– Dudo que el señor de Grayhaven haya visto alguna vez a un hombre como lord Cambridge -comentó riendo Robert Neville.

– Ni que vuelva a ver otro igual -acordó Banon-. Esperemos que el hombre sobreviva al encuentro con el tío.

– Y que mi marido tolere su compañía -terció Rosamund-. Logan le tiene cariño, pero no termina de entenderlo. Y a Tom le encanta confundirlo.

– Ojalá valga la pena todo este sacrificio. ¿Lo conoces, mamá? ¿Te parece digno de Elizabeth?

– Sí, querida. Estoy segura de que Bessie será muy feliz una vez que se le pase el enojo con nosotros y con ella misma por haberlo dejado partir.

CAPÍTULO 13

Colin Hay, el amo de Grayhaven, miró al hombre que se hallaba frente a él sonriendo de oreja a oreja. Era un dandi vestido a la última moda, con calzones de terciopelo escarlata y medias de seda tejidas en hilos dorados y escarlatas. Llevaba una liga de centelleantes cristales rojos cosidos sobre un lazo dorado en una de sus bien torneadas piernas. La casaca de terciopelo, también del mismo color, tenía mangas acolchadas, un cuello de piel y estaba ribeteada en marta cebellina, en tanto que el cuello y las mangas de la camisa remataban en un volado. El sombrero tenía un ala vuelta hacia arriba y lo coronaba una pluma de avestruz.

– Mi querido señor -dijo la aparición con el tono afectado propio de un aristócrata inglés del norte-, finalmente tengo el placer de conocerlo. -Y le tendió la mano repleta de anillos, recién liberada de un guante adornado con perlas.

Colin Hay tomó la blanda mano y se la estrechó, pues no deseaba ser descortés y no tenía nada contra el caballero, al menos por el momento. Lo sorprendió la firmeza del apretón de manos, insólita en una criatura de esas características.

– Milord -dijo, pensando que el hombre pertenecía indudablemente a la nobleza. Luego deslizó la mirada hacia el compañero del dandi inglés, tranquilizándose al reconocer el atuendo y la actitud de un escocés de la frontera. Y volvió a tender la mano, esta vez a su compatriota.

Logan se la estrechó con fuerza.

– Milord, soy Logan Hepburn, señor de Claven's Carn. Mi compañero es Thomas Bolton, lord Cambridge de Otterly. Estoy casado con su Prima, Rosamund Bolton.

– ¿Es de Friarsgate? Bienvenidos a Grayhaven, entonces. Vengan y siéntense junto al fuego, caballeros.

– Con gusto -replicó lord Cambridge, acercándose al hogar-. El clima en estas comarcas no es generoso con los viajeros, querido señor. Por lo menos dos veces pensé que moriría congelado. Si el asunto que nos trae aquí no fuera de la mayor importancia, estaría a salvo en casa catalogando los libros de mi biblioteca.