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Por la mañana, los niños querían volver al remanso del río, pero el caballero, lleno de ímpetu educador, les dijo que era una vergüenza vivir como vivían y que, antes de que fueran de nuevo a bañarse, debían limpiar y ordenar la casa donde dormían apiñados y de cualquier manera.

– Hasta los animales viven mejor -dijo el caballero de plata.

En un par de días, el caballero era el jefe de la tribu. La casa quedó ordenada, se distribuyeron y racionalizaron las tareas, las calles también se limpiaron y despejaron un poco, y los niños cobraron una apariencia casi civilizada. Entre ellos, por cierto, había algunas niñas que cautivaron al caballero, quien las miraba embelesado, rememorando sus primeros amores infantiles.

Era el caballero de plata tan feliz al frente de aquel puñado de niños, que desde luego se olvidó por completo de su misión. Quizá esa fuera la ironía del destino: que el caballero debía llevar a cabo el rescate de Findia, la doncella desmemoriada, y él había perdido la memoria. Y eso no era obra de las malas artes de Morgana.

Pero en los sueños se filtran a veces los mensajes de la vida, y, así, el caballero de plata soñó una noche con el rescate de la doncella desmemoriada y al despertar reunió a la tribu y les comunicó a todos que debía partir, pues había asumido un compromiso y un caballero no podía eludir sus deberes. Sintieron todos una gran pena, y trataron de retener al caballero, alegando que su presencia también era necesaria para ellos, puesto que les había enseñado muchas cosas, y que aún era pronto para quedarse solos. Entonces el caballero de plata les dijo que permanecería entre ellos siete días más y que en esos días les enseñaría todo lo que aún no habían aprendido bien, y que los aprovecharan para hacerle todo tipo de consultas.

Transcurrieron los siete días, que fueron muy intensos, y el caballero de plata se despidió de los niños. Pero tres de ellos quisieron acompañarle, y, después de muchos ruegos, consiguieron su permiso. Así, el caballero de plata, seguido de Ninfo, Bato y Perla, emprendió de nuevo el camino hacia La Beale Regard.

XVIII

CONVERSACIONES EN LA MAZMORRA DEL CASTILLO DE MORGANA

Una vez que la orgullosa Delia fue liberada, las tres doncellas que aún permanecían en las mazmorras de Morgana se debatían entre la esperanza y el fatalismo. Los rescates habían sucedido muy poco a poco, cuando menos se esperaban las doncellas, cuando prácticamente habían dejado de pensar en ellos. Pero ya estaban fuera más de la mitad de las doncellas cautivas, y eso significaba algo. Aunque no había ninguna garantía de que los rescates siguieran; quizá todo se acabara allí.

El caso era que las tres doncellas, Findia, la desmemoriada, Bellador, la del gran sufrimiento, y Alisa, la que hablaba con el viento, se consolaban entre sí y se fueron cobrando más y más aprecio. Sus personalidades se complementaban y se entendían todas a la perfección, de manera que en la mazmorra reinaba una singular armonía.

– ¿Sabes, Alisa? -decía, por ejemplo, Bellador, la doncella del gran sufrimiento-. Antes de conocerte, yo pensaba, viéndote de lejos, que estabas completamente loca, que no tenías cabeza, vamos, porque te veía mover los labios como si siempre estuvieras hablando con alguien, y mirar a lo lejos fijamente, como si todo el rato, también, estuvieras delante de alguien, y yo esa ausencia la interpretaba como falta de razón, pero ahora la considero admirable y yo misma trato de imitarte. Tú tienes una extraña capacidad para salirte del tiempo habitual y entrar en otro, más calmado, como detenido, que a la larga te procura una gran paz, sobre todo si el tiempo normal, como nos ocurre ahora a todas nosotras, es espantoso. Por eso yo me he propuesto cultivar ese poder, que quizá tenemos todos más o menos, y ya he conseguido algunas veces entrar en extraordinarias dimensiones, en inauditos universos. No sé hasta qué punto es justo ya mi apelativo de doncella del gran sufrimiento, porque estoy segura de que hay en el mundo, me refiero al mundo libre, otras doncellas que sufren más.

Y Findia, la doncella desmemoriada, decía:

– Tampoco yo creo que el apelativo que me dieron nada más nacer sea exacto ni que corresponda a mis cualidades, porque yo no carezco de memoria y tengo dentro de mí, muy bien dispuesto, el sentido del discurrir del tiempo. No tengo recuerdos, eso es lo que sí puede decirse de mí; carezco, por tanto, de nostalgia concreta, aunque sé lo que es el sentimiento de añoranza en términos generales, abstractos. Pero no se me quedan las cosas grabadas en la memoria, de manera que todo lo que ha sucedido se me fue para siempre y no puedo evocarlo, aunque sí sé que han sucedido muchas cosas y, al saber eso, hasta puedo imaginar qué han sido esas cosas, y como ahora dispongo, dadas las circunstancias en que nos encontramos, de mucho tiempo, mi imaginación se ha disparado y desarrollado muchísimo y tengo muchas y diversas versiones de mi pasado y alguna quizá coincida con lo que de verdad sucedió.

»Estamos ahora presas de Morgana -siguió-, y yo me he representado en mi mente muchas historias sobre mi encarcelamiento, y muchas historias, también, sobre mi posible rescate, porque mi imaginación tanto va hacia atrás como hacia adelante, y todas estas historias me ayudan a sobrellevar el estado en que vivimos, que es triste y deplorable, y me pregunto si el hecho de no tener recuerdos no habrá sido especialmente bueno para mí, porque muchas veces os he visto llorar, a ti y a las otras doncellas, precisamente a causa de vuestros recuerdos. En cambio, yo no estoy tan atada al pasado y me resulta bastante sencillo, al inventarlo, darle conexión con el futuro, cosa que a vosotras, por lo que he visto, os cuesta muchísimo, y miráis hacia el pasado como algo perdido, irrecuperable, que no tiene ninguna relación con nada y eso os deja desarmadas y deprimidas. Aunque es verdad eso que dices, Bellador, de que no es justo que se te conozca como la doncella del gran sufrimiento, porque no me parece que sufras de forma insoportable, sobre todo en los últimos tiempos. Yo diría que casi has dejado de quejarte.»

Y Alisa, la doncella que hablaba con el viento, decía:

– Sois las dos tan buenas compañeras y tan sensatas y alegres que si no fuese porque vivimos en una prisión, encerradas, desprovistas de toda libertad, respirando este aire húmedo y enrarecido al que no llega el sol ni la brisa, sería feliz, os lo aseguro, porque nunca estuve tan bien acompañada. Nadie como vosotras me ha comprendido hasta ahora, con nadie me he sentido tan a gusto. Extraño y cruel es el destino cuando me muestra esta felicidad en condiciones tan lamentables.

»Como bien decís -continuó-, el mundo se ha equivocado en daros vuestros apelativos y ni tú, Findia, eres, con exactitud, la doncella desmemoriada, ni tú, Bellador, la del gran sufrimiento. Yo no llamaría desmemoriada a una criatura que tiene esa aguda conciencia del discurrir del tiempo que te caracteriza, Findia, y esa imaginación tan portentosa, que a mi parecer es más útil que la más exacta de las memorias, y tampoco llamaría, por otra parte, doncella del gran sufrimiento a una criatura tan generosa y atenta como tú, Bellador, que siempre estás pendiente de nuestras penas y decaimientos, que es una cualidad que, normalmente, las personas que sufren suelen perder, porque los muy sufridores y dolientes se hacen egoístas y desconsiderados con los otros, porque se imaginan en el centro del drama. Eso no te sucede de ningún modo a ti, Bellador, y cada día que pasa te haces más solícita y amistosa con nosotras.