—Muy bien muchacho —dijo el presidente.
El resto, ya es historia.
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh, Dios! ¡Si pudiera ser así de fácil! Uno, dos, tres, zap. Pero no funciona así. No poseo ninguna varita mágica. ¿Qué te hizo pensar que la poseía? ¿Cómo fui capaz de engañarte y pasar a una suspensión de incredulidad? Me dirijo a ti, lector, sentado ahí, sobre tu trasero: ¿qué te crees que soy realmente? ¿Un hombre milagroso? ¿Alguna clase de superser, procedente de la Galaxia Diez? Te voy a decir quién soy realmente: yo, Thomas C…, soy un montón de símbolos sobre un trozo de papel. Sólo soy algo abstracto atrapado en una simple ficción. Un «héroe» en una «historia». Desamparado, incorpóreo, irreal. ¡IRREAL! Mientras que tú, ahí… tú tienes ojos, pulmones, pies, brazos, un cerebro, una boca y todo eso. Tú puedes funcionar. Tú puedes moverte. Tú puedes actuar. ¡Trabajar para la revolución! ¡Esforzarte por el cambio! Tú estás actuando en el mundo real; ¡tú eres el único que puede hacerlo, si es que alguien puede! Esfuérzate por avanzar hacia… ¡Eh!… ¿qué es esto?… ¡Eh! Aparte sus sucias manos de encima… ¡Poder para el pueblo! ¡Abajo los cerdos fascistas!… ¡Eh! ¡Suélteme!… ¡Socorro!… ¡SOCORRO!