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Margaret Weis & Tracy Hickman

La segunda generación

A todos los que querían más.

Nota del editor

La edición original de La segunda generación (The Second Generation) contiene tres relatos que ya han sido publicados por Timun Mas en su serie Cuentos de la Dragonlance y que por eso no se incluyen en el presente volumen. Estos relatos son «El legado» (aparece en el volumen 1 de los Cuentos de la Dragonlance), «¿Qué te apuestas?» (aparece en el volumen 2 de la misma serie) y «La hija de Raistlin» (aparece en el volumen 3).

En cuanto al apéndice sobre los caballeros de Takhisis, sólo hemos incluido aquella información relevante para los seguidores de la Dragonlance. La información sobre el juego AD&D que se incluye en la edición original ha sido eliminada, puesto que hace referencia a las reglas de la segunda edición del juego, cuando en la actualidad está vigente la tercera edición (o sistema D20 para los entendidos). Por lo tanto dichas reglas no tienen ninguna aplicación práctica para el juego de rol.

Prólogo

Siempre es el mapa de la fe, el blanco paisaje y granjas envueltas en su mortaja. Siempre es la tierra del recuerdo, de luz de sol fragmentada en hielo inmemorial e inamovible,
Y siempre el corazón, enclaustrado y meridional, receloso del hielo, de la deriva por algo intrincado y eterno.
Concluirá así, te dirá, el corazón, acabará con mamut y glaciar, con diez mil años de noche deletérea, y algún día los científicos rebuscando en lagos y morrenas, hallarán la prueba de nuestro paso, vestigios del entorno de la historia, pero tu historia, intacta y vacía, acabará en el borde evanescente de tu mano. Así habla el corazón en su intrincada celda, trazando con espejos el mapa de la tierra que no puede plasmarse por ser de recuerdos, ríos y hielo.
Esa vez era diferente: la ciudad se había rendido a la nieve encapuchada, las casas y tabernas estaban anegadas en la luz fragmentada, y el lago aparecía marmoleado con capas mudables de hielo frágil mientras me abría paso entre nieve amontonada y entre espíritus arrulladores, conformándome con el cielo apizarrado y la perspectiva de primavera del calendario. Concluirá así, proclamaba el corazón antes o después, en hielo oscuro e inaccesible, y eres el próximo en escuchar esta historia, invierno y más invierno ocluyendo el corazón, y allí en Wisconsin, estancado en la nieve y en la fe que se evaporaba, no parecía tan malo que el invierno estuviera llevándose toda la luz, y casi eran bienvenidas la oscuridad y la última y veladora nieve.
Se encontraba en medio de automóviles congelados, coches alineados como cenotafios. Bajo un fardo de abrigos y gorros de lana y bufandas, revolviendo en el maletero buscando Dios sabe qué, y conocí su nombre por las gafas empañadas y el ridículo y ahuecado sombrero que llevaba, y ya fuese el coraje producto de primavera rememorada, de promesa de luz solar, de matizado poso de whisky, o algo alineado más allá de la nieve y la búsqueda, me acompañaba en ese instante cuando hablé con él allí; hasta hoy agradezco que me sostuviera en aquel momento mientras hablaba con el arrebozado tejedor de accidentes, el mago de cada día, en busca de la imposible primavera.
Tracy, le dije, la poesía miente en las costuras de la historia, en viejos recuerdos y perspectivas de lo que puede ser siempre y jamás. (Y ésas fueron las palabras que no dije, pero la poesía miente en la perspectiva de lo que tendría que haber sido: debéis creer que dije esas palabras más allá de la objeción, de la historia), y allí, en el invierno, comenzó el primer canto, las lunas se entretejieron e hicieron señas en las fronteras de Krynn, el paisaje de nieve resolviéndose en praderas más luminosas y verosímiles. Y el primer canto prosiguió a través de perspectivas de verano, cuando la promesa retorna de la semilla desaparecida, cuando el bastón regresa de desiertos olvidadizos, e incluso las tierras del norte claman al espíritu: éste es el mapa de la esperanza cumplida; éste es el mapa de la fe.

¿Dónde está mi sombrero? ¡Lo cogiste! Te vi.

¡Y no me digas que lo tengo puesto! ¡Sé muy bien que no!

Yo…

Oh, aquí está. Así que has decidido devolvérmelo, ¿verdad?

No, no te creo. Ni por un instante. Siempre has tenido el

ojo puesto en mi sombrero, Hickman. Yo…

¿Qué? ¿Que quieres que escriba qué?

¿Ahora? ¿En este mismo momento?

No puedo. No tengo tiempo.

Estoy intentando recordar las palabras de un conjuro.

Liquidación total por incendio. Coche de bomberos.

Grandes bolas de fuego…

Me estoy acercando…

Oh, vale, de acuerdo. Escribiré tu maldito prefacio.

Pero sólo por esta vez, no te creas.

Ahí va.

Prefacio

Hace mucho tiempo, un par de cabezas de chorlito que se llaman Margaret Weis y Tracy Hickman decidieron dejar sus hogares en Krynn y emprender aventuras. Me temo que esos dos tienen algo de sangre kender. Salir a patear otros mundos nuevos y excitantes era superior a ellos.

Pero Weis y Hickman son como los kenders y los céntimos falsos: siempre vuelven. Así que aquí los tenemos de nuevo, preparados para contarnos las cosas maravillosas que están teniendo lugar en Krynn.

Han pasado muchos años desde la guerra. Los hijos de los Héroes han crecido y van en busca de aventuras por un mundo en el que, lamento decirlo, todavía hay peligros y problemas de sobra para todos.

Bien, a medida que leáis estas historias, advertiréis que Weis y Hickman contradicen otros relatos que quizá conozcáis. Algunos de vosotros podríais quedaros más que sorprendidos con sus versiones de la vida pasada de los Héroes; versiones que difieren de otras versiones.

Hay una explicación sencilla.

A raíz de la Guerra de la Lanza, Tanis, Caramon, Raistlin y el resto de los Compañeros dejaron de ser personas corrientes y se convirtieron en Leyendas. Nos gustaban tanto las aventuras de los Héroes que no queríamos que las historias se acabaran. Queríamos que nos contaran más. Para satisfacer la demanda, bardos y tejedores de leyendas acudieron de tocio Krynn para relatar narraciones fabulosas. Algunos de ellos conocían bien a los Héroes. Otros simplemente repetían historias que habían oído de boca de un enano, que a su vez la había oído contar a un kender, quien la había tomado prestada de un caballero, el cual tenía una tía que conocía a los Héroes…

Pilláis la idea, ¿verdad?

Algunas de esas historias son absoluta e indiscutiblemente ciertas. Otras probablemente casi absoluta e indiscutiblemente ciertas, pero no del todo. Y hay otras que son lo que llamamos cortésmente «cuentos de kender», relatos que no son verdad, ¡pero que sin duda resultan desternillantes!