Caramon tenía la cara congestionada y resoplaba como un toro enfurecido. Las mangas ae la chaqueta y la camisa de Tanis colgaban en jirones de su brazo izquierdo; sangraba de una herida que ni siquiera había notado que tenía. Steel sangraba por la cabeza, y tenía la armadura abollada y con arañazos.
«Y además —pensó el semielfo—, tengo la impresión que ya nadie va a tomar a un Caballero de Takhisis por un Caballero de Solamnia».
Tenía razón. No bien los tres acababan de llegar a la puerta principal cuando sonó el toque de una trompeta a sus espaldas. Era el toque de alarma, llamando a las armas. Los caballeros que guardaban la puerta se pusieron en acción, tomando de inmediato medidas defensivas.
En cuestión de segundos, la salida quedaría cerrada a cal y canto.
—¡Corred! —ordenó Tanis—. ¡Y no pares! —le dijo a Steel.
Se lanzaron a una carrera desesperada en dirección a la puerta que se cerraba. Los caballeros que estaban de servicio vieron a Steel, desenvainaron las espadas y corrieron a detenerlo.
Un ardiente rayo chisporroteó al otro lado de la puerta. Se vio la punta de una gigantesca ala azul surcando el aire. Los civiles sorprendidos en el exterior gritaban algo sobre dragones. Presa del pánico, la aterrada gente se precipitó hacia la entrada y obstaculizó no sólo el ataque de los caballeros, sino la maniobra para cerrar la puerta.
Tanis y Caramon se unieron al tumulto. Fue necesaria la intervención de los dos hombres para apartar casi a rastras a Steel, que se había vuelto para descargar una cuchillada sobre un caballero.
Fuera de la Torre, Llamarada, la hembra de Dragón Azul, volaba bajo por encima de la aterrada multitud, provocando que la gente se zambullera en las cunetas del camino. De vez en cuando, el reptil azuzaba el pánico abriendo agujeros en el suelo y en las murallas expulsando rayos por las fauces.
—¡Sara! —gritó Tanis al tiempo que agitaba los brazos.
La mujer condujo al dragón hacia el suelo. Tendió una mano y subió a Tanis a la silla. Éste, a su vez, agarró a Steel, que seguía luchando, y con ayuda de Caramon que lo empujaba desde atrás, logró subir al joven a lomos del reptil. Caramon fue el último en encaramarse a la silla de un salto. Sara gritó una orden y Llamarada alzó el vuelo.
Los caballeros salieron corriendo de la fortaleza, gritando y maldiciendo, en nombre de Paladine, a quienes habían cometido el acto atroz de profanar la sagrada tumba. Las flechas surcaron el aire, disparadas por los arqueros apostados en las murallas. A Tanis le preocupaban más los Dragones Plateados que protegían la Torre y que habían levantado el vuelo al sonar la trompeta.
Pero o los reptiles plateados no querían combatir contra un Azul y romper la precaria tregua que existía en esos momentos entre los dragones, o también los estaba frenando una mano inmortal. Contemplaron torvamente a Llamarada, pero dejaron que la hembra se alejara sin impedírselo.
Encaramado a lomos del Azul, Tanis observó las flechas que ahora surcaban el aire, silbantes, inofensivas por debajo de ellos.
«¿Cómo voy a poder explicar todo esto?», se preguntó para sus adentros, sombrío.
11
La espada de su padre
A instancias de Tanis, Llamarada voló hacia las estribaciones de las montañas Khalkist, que aún eran tierra de nadie, y donde podrían descansar fuera de peligro y pensar qué hacer a continuación.
Ninguno de ellos habló durante el viaje. Sara lanzaba miradas preocupadas a Steel cada dos por tres. Tanis le había explicado, en cuatro palabras, parte de lo que había ocurrido en la cámara. Era Steel quien debía decidir si contarle o no todo lo que le había sucedido allí.
Sara le preguntó al joven varias veces, pero Steel no respondió. Ni siquiera pareció escucharla. Iba sentado con la mirada fija en el cielo azul, absorto, los ojos insondables y sus pensamientos indescifrables.
Finalmente Sara se dio por vencida y se concentró en el vuelo. Eligió un lugar de aterrizaje adecuado, un amplio claro rodeado de una densa pinada.
—Acamparemos aquí para pasar la noche —manifestó Tanis—. A todos nos vendrá bien dormir. Luego, por la mañana, decidiremos qué hacer y adonde ir.
Sara se mostró de acuerdo.
Steel no dijo nada. No había pronunciado palabra desde que huyeron de la Torre del Sumo Sacerdote. Nada más aterrizar, bajó ágilmente de un salto de la espalda del dragón y se internó en el bosque. Sara hizo intención de seguirlo, pero Caramon se lo impidió.
—Dejadlo solo —dijo afablemente—. Necesita tiempo para pensar. A ese joven le han ocurrido un montón de cosas. La persona que entró en la cámara no es la misma que salió de ella.
—Sí, supongo que tenéis razón —aceptó Sara con un suspiro. La mujer contemplaba fijamente el bosque y se retorcía las manos con nerviosismo—. ¿Steel se…? ¿Creéis que ha cambiado de idea?
—Sólo él sabe la respuesta a eso —contestó Tanis.
Sara volvió a suspirar y luego miró al semielfo con ansiedad.
—¿Tenéis alguna duda de que Steel sea hijo de Sturm Brightblade?
—Ni la más mínima duda —manifestó firmemente el semielfo.
Sara sonrió. Parecía más esperanzada, y fue a acomodar al dragón para pasar la noche.
—¿Qué es lo que pasó exactamente en la cámara, Tanis? —inquirió Caramon en voz baja mientras preparaban una pequeña lumbre—. ¿Vi realmente lo que creo que vi?
Tanis reflexionó unos segundos.
—No lo sé con certeza, Caramon. Tampoco yo estoy seguro. Hubo un destello intenso que me cegó, pero juraría que vi a Sturm Brightblade de pie allí. Alargó una mano y, a saber cómo, un momento después la joya elfa colgaba al cuello de Steel.
—Sí, eso es lo que yo vi también. —Caramon se quedó pensativo—. No obstante, podría tratarse de un truco. Quizá la robó…
—Lo dudo. Vi la expresión de su cara. Steel era el más sorprendido de los que estábamos en la cámara. Miró la joya, estupefacto, y después la cogió y la guardó bajo la armadura. Fíate de lo que te dice el corazón, Caramon. Sturm entregó a Steel tanto la joya como su espada. Se las dio ambas a su hijo.
—¿Y qué hará con ellas, una prenda de amor elfa y una espada de un Caballero de Solamnia? Ahora ya no regresará a ese lugar horrible, ¿verdad?
—Eso depende únicamente de él —respondió quedamente el semielfo.
—Y si decide quedarse, ¿qué haremos con él? Y con su madre. No creo factible llevarlos conmigo. Tendré suerte si el magistrado y sus hombres no me están esperando en la escalera de la posada cuando vuelva. Por no mencionar el hecho de que Ariakan saldrá en busca de su paladín perdido. Quizá tú…
—Voy a tener que dar muchas explicaciones y deprisa si quiero evitar que me arresten —comentó Tanis con una sonrisa desganada. Se rascó la barba mientras le daba vueltas al asunto—. Podríamos llevarlos a Qualinesti —decidió finalmente—. Allí estarían a salvo. Ni siquiera lord Ariakan se atrevería a ir tras ellos en el reino elfo. Alhana dejaría quedarse a Steel una vez que viera la joya y escuchara la historia.
—No será una vida muy agradable para ese joven, ¿verdad? —Caramon sacudió la cabeza—. Me refiero a vivir entre elfos. No lo digo con ánimo de ofender, Tanis, pero tú y yo sabemos cómo lo tratarán. Supongo que los Caballeros de Solamnia no le permitirían entrar en la Orden.
—Lo dudo mucho —repuso secamente Tanis.
—Entonces, ¿qué hará? ¿Convertirse en mercenario? ¿Poner su espada al servicio del que pague mejor? ¿Ir dando tumbos por la vida sin norte?
—¿Y qué hicimos nosotros, amigo mío? —le preguntó Tanis.
—Nosotros éramos trotamundos —respondió el hombretón tras un momento de profunda reflexión—. Pero Sturm Brightblade no lo era.
Steel estuvo ausente toda la tarde. Tanis se quedó dormido. Caramon —siempre pensando de dónde sacar la siguiente comida— se marchó a pescar y atrapó unas truchas en un arroyo cercano. Añadió piñones y cebollas silvestres que encontró en el bosque a las truchas y lo envolvió todo en hojas húmedas para cocinarlo sobre unas piedras calentadas en el fuego.