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No le caían bien la mayoría de los humanos que conocía, los que venían a visitar a sus padres. Los consideraba toscos, vulgares y zafios. Pero le gustaba el jovial y corpulento Caramon, y su ancha y generosa sonrisa, sus carcajadas escandalosas. Disfrutaba oyendo hablar de los hijos del posadero, sobre todo de las proezas de los dos chicos mayores, Sturm y Tanin, que habían viajado por todo Ansalon en busca de aventuras. Ahora intentaban convertirse en los primeros hombres nacidos fuera de Solamnia admitidos en la caballería.

Gil no conocía a los hijos de Caramon. Unos años atrás, tras regresar de alguna misión secreta con Tanis, Caramon se había ofrecido a llevar a Gil a visitar la posada. Tanis y Laurana se habían negado incluso a considerar la oferta. Gil se había puesto tan furioso que se pasó una semana encerrado en su cuarto, abatido.

Tanis desenrolló el pergamino y repasó rápidamente el contenido.

—Espero que todo marche bien para Caramon —dijo Laurana. Parecía ansiosa. No se había puesto a escribir de nuevo y observaba el semblante de Tanis mientras éste leía la misiva.

Gil se volvió. Tanis parecía preocupado, pero cuando llegó al final, sonrió. Entonces sacudió la cabeza y suspiró.

—El hijo menor de Caramon, Palin, acaba de someterse a la Prueba en la Torre de la Alta Hechicería y la ha pasado. Ahora es un Túnica Blanca.

—¡Paladine nos asista! —exclamó Laurana, estupefacta—. Sabía que ese joven estudiaba magia, pero jamás pensé que fuera en serio. Caramon decía siempre que era un capricho pasajero.

—Siempre confió en que fuera un capricho pasajero —corrigió Tanis.

—Me sorprende que Caramon se lo permitiera.

—No lo hizo. —Tanis le tendió la carta—. Como podrás leer, Dalamar lo dejó al margen del asunto, sin opción a decidir.

—¿Y por qué no habría dejado que Palin pasara la Prueba? —preguntó Gil.

—Porque, para empezar, la Prueba puede ser mortal —repuso secamente Tanis.

—Pero Caramon va a dejar que sus otros hijos se sometan a las pruebas para entrar en la caballería —argumentó Gil—. Y eso también puede ser fatal.

—La caballería es diferente, hijo. Caramon entiende la batalla con espada y escudo, pero no con pétalos de rosa y telas de araña.

—Y, además, está lo de Raistlin —añadió Laurana, como si eso pusiera punto final al asunto.

—¿Qué tiene que ver su tío con ello? —demandó Gil, aunque sabía perfectamente bien a lo que se refería su madre. Últimamente se sentía inclinado a discutir.

—Es lógico que Caramon tema que Palin siga los pasos de Raistlin por el camino oscuro que éste tomó. Aunque ahora parece poco verosímil.

«¿Y qué camino teméis que elija yo? ¿madre? ¿padre? —quiso gritar el joven—. ¿Cualquiera? ¿Tanto si es de oscuridad como si es de luz? ¿Cualquiera que me conduzca lejos de este lugar? Algún día, madre… Algún día, padre…».

—¿Puedo leerla? —preguntó, irascible.

Sin pronunciar palabra, su madre le tendió el pergamino. Gil lo leyó despacio. Sabía leer el lenguaje humano con tanta facilidad como el elfo, pero tuvo algunos problemas para descifrar la letra enorme, redondeada y alterada de Caramon.

—Caramon dice que cometió un error. Que debería haber respetado la decisión de Palin de estudiar magia, en lugar de intentar obligarlo a ser algo que no es. Y dice que está orgulloso de él por pasar la Prueba.

—Caramon dice eso ahora —replicó Tanis—. Habría dicho algo muy diferente si su hijo hubiese muerto en la Torre.

—Al menos le dio una oportunidad, que es más de lo que tú me darás —repuso Gil—. Me tenéis encerrado como una especie de pájaro enjaulado…

La expresión de Tanis se ensombreció.

—Vamos, Gil —se apresuró a intervenir Laurana—, no empieces. Casi es hora de cenar. Si tu padre y tú vais a asearos, le diré a la cocinera que…

—¡No, madre, no cambies de tema! ¡Esta vez no va a funcionar! —Gil apretó con fuerza el pergamino, como si la carta le diera confianza en sí mismo—. Palin no es mucho mayor que yo, y ahora viaja con sus hermanos. ¡Está viendo sitios, haciendo cosas! ¡Lo más lejos que he ido de casa ha sido la valla!

—No es lo mismo, Gil, y lo sabes —dijo quedamente Tanis—. Palin es humano…

—Yo soy humano en parte —repuso el joven en tono acusador.

Laurana se puso pálida y bajó los ojos. Tanis guardó silencio un momento, con los labios apretados. Cuando habló, lo hizo en aquel tono sosegado que enfurecía a Gil.

—Sí, Palin y tú sois casi de la misma edad, pero los humanos maduran antes que los elfos…

—¡No soy un niño!

El nudo dentro de Gil se retorció hasta que el joven temió que lo volvería del revés.

—Sabes bien, mapete, que con tus jaquecas, viajar sería… —empezó Laurana.

—¡Deja de llamarme eso! —le gritó Gilthas.

Los ojos de Laurana se abrieron mucho por la sorpresa, con expresión dolida, y Gil sintió remordimientos. No había sido su intención herirla, pero al mismo tiempo experimentaba un poco de satisfacción.

—Me has llamado así desde que era un bebé —prosiguió en voz baja.

—Sí, lo ha hecho. —El rostro de Tanis, bajo la barba, estaba crispado por la ira—. Porque te quiere. ¡Pide disculpas a tu madre!

—No, Tanis —intervino la elfa—. Soy yo quien debe disculparse. Tiene razón. —Esbozó una débil sonrisa—. Es un término absurdo para un joven que es más alto que yo. Lo lamento, hijo. No volveré a hacerlo.

Gil no se esperaba esta victoria, y no sabía muy bien cómo manejarla. Decidió seguir adelante, presionar aprovechando la ventaja contra un oponente debilitado.

—Hace meses que no sufro jaquecas. Quizá me he librado de ellas.

—Pero eso no lo sabes, hijo. —Tanis hacía un gran esfuerzo por controlarse—. ¿Qué ocurriría si te pusieras enfermo durante el viaje, lejos de casa?

—Pues vería cómo solucionarlo —repuso Gil—. Te he oído contar que en ocasiones Raistlin Majere estaba tan enfermo que su hermano tenía que cargar con él. Pero eso no frenó a Raistlin. ¡Fue un gran héroe!

Tanis iba a decir algo, pero Laurana le lanzó una mirada de advertencia y el semielfo guardó silencio.

—¿Y adonde quieres ir, hijo? —preguntó ella.

Gil vaciló. Había llegado el momento. No esperaba que el tema saliese así a colación, pero lo había hecho y el joven sabía que debía aprovechar la ocasión.

—A mi tierra natal. Qualinesti.

—Ni hablar.

—¿Por qué, padre? ¡Dame una buena razón!

—Podría darte una docena, pero dudo que las entendieses. Para empezar, Qualinesti no es tu tierra natal…

—¡Tanis, por favor! —Laurana se volvió hacia Gil—. ¿Por qué se te ha metido esa idea en la cabeza, mape…, hijo?

—Recibí una invitación, una invitación muy correcta y pertinente para mi condición de príncipe elfo. —Gil puso énfasis en esas palabras.

Sus padres intercambiaron una mirada alarmada, pero el joven hizo caso omiso y continuó.

—La invitación es de uno de los senadores del Thalas-Enthia. El pueblo prepara algún tipo de celebración para dar la bienvenida a tío Porthios, a su regreso de Silvanesti, y este senador cree que yo debería asistir. Afirma que mi ausencia en estos eventos oficiales ha llamado la atención, que la gente empieza a decir que me avergüenzo de mi ascendencia elfa.

—¿Cómo osan hacer esto? —Tanis habló con rabia mal disimulada—. ¿Cómo se atreven a interferir? ¿Quién es ese senador, ese imbécil entrometido? Yo le…

—Tanthalas, escúchame. —Laurana sólo lo llamaba por su nombre completo, en lugar del diminutivo, cuando el asunto era serio—. Me temo que en este asunto hay algo más de lo que parece a simple vista.

Se acercó a él y se pusieron a hablar en voz baja. Susurrando. Siempre lo mismo. Gil intentó disimular que no sentía el menor interés en lo que decían, pero escuchó con atención. Captó las palabras «política» y «actuar prudentemente», pero nada más.