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—Gil —dijo en Común—, no prestaste el juramento por propia voluntad. Te coaccionaron. Podrías marcharte. Dalamar nos ayudaría…

Gilthas agachó la cabeza. No había duda en la respuesta que deseaba dar. Alzó la cara, esbozando una triste sonrisa.

—Le di mi palabra a la hechicera, padre. Cuando te vi, le prometí que regresaría con ella si me daba permiso para… para despedirme de ti.

Su voz se quebró. Hizo una corta pausa, esforzándose por recobrar el control, y después prosiguió hablando en tono quedo.

—Padre, una vez te oí decir a lord Gunthar que, si hubiese dependido de ti, nunca habrías luchado en la Guerra de la Lanza por tu propia voluntad. Te arrastraron a ello las circunstancias, y por eso te resultaba incómodo oír a la gente llamarte héroe. Hiciste lo que tenías que hacer, lo que cualquier persona sensata y decente habría hecho.

Tanis suspiró. Los recuerdos, en su mayoría nefastos, volvieron a él. Sus manos apretaron más los hombros de Gil. Sabía que dentro de un momento tendría que dejar marchar a su hijo.

—Padre —dijo seriamente el joven—, no me engaño a mí mismo. Sé que no podré hacer mucho para cambiar las cosas. Sé que Rashas intenta utilizarme para sus propios fines malignos, y que, ahora mismo, no veo ninguna forma de impedírselo. Pero ¿recuerdas lo que tío Tas decía cuando contaba que había salvado al enano gully del Dragón Rojo? «Son las pequeñas cosas las que marcan la diferencia». Si consigo, aunque sea con menudencias, minar la labor de Rashas, padre…

«Criamos a nuestros hijos para que nos abandonen».

Sin haberlo pensado siquiera, Tanis lo había hecho así. Ahora se daba cuenta, lo veía en la cara del muchacho, no, del hombre que tenía ante sí. Supuso que debería sentirse orgulloso… y así era. Pero el orgullo era una llama muy débil para calentar su corazón, aterido por la sensación de pérdida.

Saltaba a la vista que la Túnica Blanca se estaba impacientando. Cogió del cinturón una varita de plata adornada con gemas.

—Tanis, amigo mío —dijo Dalamar al ver aquel gesto—, estoy aquí si necesitas mi ayuda.

Tanis abrazó a su hijo una última vez. Aprovechó la proximidad para susurrarle al oído:

—Ahora eres el Orador, Gilthas, no lo olvides. No permitas que Rashas y los que son como él lo olviden. No dejes de luchar. No estarás solo. Ya viste a los jóvenes que abandonaron la cámara esta mañana. Gánatelos para que te apoyen. Al principio no se fiarán de ti, creerán que eres el títere de Rashas. Tendrás que convencerlos de lo contrario. No será fácil, pero sé que puedes conseguirlo. Me siento orgulloso de ti, hijo mío. Orgulloso de lo que hiciste hoy.

—Gracias, padre.

Un último abrazo, una última mirada, una última sonrisa valiente.

—Dile a madre… que la quiero —musitó Gilthas.

El joven tragó con esfuerzo. Después se dio media vuelta, se alejó de su padre y se reunió con la Túnica Blanca. Ésta pronunció una palabra. Los dos desaparecieron.

Sin volver a mirar atrás, aunque tampoco habría podido ver nada sin antes librarse de las lágrimas que cegaban sus ojos, cruzó de nuevo la frontera. Pero lo hizo con la cabeza bien alta, como haría cualquier padre a cuyo hijo acaban de coronar dirigente de una nación.

Y seguiría manteniéndola alta hasta la noche, hasta que llegara la oscuridad. Hasta que estuviera en casa. Hasta que tuviera que decirle a Laurana que quizá no volvería a ver a su amado hijo…

—De modo —empezó Dalamar sin salir de las sombras de los robles—, que no pudiste convencerlo de que regresara contigo.

—No lo intenté —repuso Tanis con voz áspera y quebrada—. Les dio su palabra de honor de que regresaría.

El hechicero miró intensamente a su amigo un momento.

—Les dio su palabra… —Sacudió la cabeza y suspiró—. Como dije antes, el hijo de Tanis Semielfo es la última persona que Takhisis querría ver sentada en el trono elfo. Si te sirve de consuelo, amigo mío, las cosas no han salido exactamente como las había planeado su Oscura Majestad. Lamenta mucho que hayamos fracasado.

Tanis suponía que esa noticia debería traerle algún consuelo.

Dalamar retiró el mantel, el cojín, el vino, el pan y el queso con un ademán acompañado de una palabra. Luego metió las manos en las mangas de la túnica.

—¿Y bien, amigo mío? ¿Has tomado una decisión? ¿Qué vas a hacer?

—Lo que debo, supongo —contestó en tono agrio el semielfo—. No puedo dejar que Rashas asesine a Porthios. Y, una vez que Porthios esté libre, tendré que frenarlo para que no mate a Rashas y al resto de los qualinestis… Ni lo uno ni lo otro parece muy halagüeño.

Salió de la cobertura de los árboles al camino que conducía a Qualinesti. A la luz del sol, contempló las hojas de los álamos temblones de su patria.

—Tenía intención de enseñarte tantas cosas, Gilthas —susurró—, tantas cosas que quería decirte. Tantas cosas…

—Puede que no las hayas dicho en voz alta, amigo mío. —Dalamar puso la mano en su hombro—. Pero creo que tu hijo te ha escuchado.

Tanis dio la espalda a Qualinesti y se volvió hacia el camino que conducía a la oscuridad. Se volvió hacia una casa que, por mucha gente que albergara en sus paredes, siempre estaría vacía.

—En marcha —dijo.

Epílogo

Una perspectiva de pájaros en el invierno que concluye, primeras fábulas de profetas y rosas y espadas, Margaret creyó en todos nosotros, creyó en nuestras historias: una paciente astrónoma atraída por un agujero en el cielo que sabe desde el cálculo de mil años que la próxima estrella se aproxima que todo lo que queda es la espera y los rezos y los largos y aburridos trabajos de libro de notas y telescopio, hasta que el resplandor consuma la oscuridad, un resplandor concebido y acunado durante centurias, y puede decir esto es algo que siempre había esperado, ésta es la cosecha de años. Y entonces cuando habla el cielo recuerda que fue ella la que llevando dinero y flores y viajando a la ciudad, la incandescencia de fuegos artificiales cuando nos reuníamos a docenas en las noches de verano junto al evanescente lago, y casi todas nuestras palabras nos las traía desplegadas como galaxias que daban forma a la fe. En casa junto al lago empezó la historia, construyendo palabra tras difícil palabra hasta que en el relato aparecía el mundo, hasta que las estrellas caían en las aguas, y todos los planetas que abarca el cielo… Chislev y Zivilyn, Raistlin y Caramon, Palin y Tanin, Raouly el pequeño, las lunas en formación que anuncian las mareas de su magia, todos en coro de su memoria, donde la voz del amor se mueve en el agua y canta a la espera mientras la historia crece del lago y de la medianoche, el aceite fragante de rosas en la lejana orilla opuesta, y el invierno convertido en increíble primavera como se convierte siempre, y la nieve y los espíritus marcharon donde querían a las tierras de fe cuando la historia comienza de nuevo.

Los Caballeros de Takhisis

Guerreros oscuros

Muchos lectores a los que les encantan las novelas de la saga DRAGONLANCE® siguen viviendo esas aventuras interpretando personajes ansaloninos en el juego de rol ADVANCED DUNGEONS & DRAGONS®. La siguiente ampliación de reglas de campaña ya existentes proporciona a los jugadores otra opción más para sus juegos.

Los Caballeros de Takhisis son una nueva clase de personajes no jugadores (PNJ) en el mundo DRAGONLANCE de Ansalon. Inexistente durante la Guerra de la Lanza, la Orden de estos disciplinados caballeros del Mal, sujetos a unos preceptos y unas normas éticas, se creó unos veinte años después de la caída de Neraka, cuando la Reina de la Oscuridad fue expulsada del mundo y confinada de nuevo en el Abismo. Esta Orden es una fuerza de orden y oscuridad en un mundo aún tambaleante por las secuelas de los años de guerra. ¿Qué significará su aparición para las fuerzas de la libertad en un mundo desorganizado y dividido?