Выбрать главу

—Bien —dijo Marco Juniano cuando él y Druso estuvieron el uno junto al otro en la playa, supervisando la descarga de las provi siones—, pues ya estamos aquí, en Yucatán. ¡Vaya nombre extraño para un lugar! ¿Qué crees que querrá decir, Tito?

—No te entiendo.

—¿Cómo? Creí que estaba hablando muy claramente, Tito. He dicho: «¿Qué crees que querrá decir, Tito?». Me estaba refiriendo a Yucatán.

Druso soltó una risita.

—Te he oído. Y te he contestado. Tú me has hecho una pregunta y «no te entiendo» ha sido mi respuesta. Durante siglos y por todo el mundo, hemos ido de un lugar a otro y preguntado a los nativos de sitios remotos en un correctísimo y precioso latín cómo se llamaban los distintos lugares. Y como ellos no sabían una palabra de latín, nos han contestado «no te entiendo» en su propia lengua, y así hemos puesto nombre al lugar en cuestión. En este caso fue nórdico, supongo, lo que ellos no sabían hablar. Y así, cuando Haraldo o alguno de sus amigos preguntó a los nativos el nombre de su reino, ellos contestaron «Yucatán», que estoy casi seguro que no es en absoluto el nombre del lugar, sino que simplemente significa…

—Sí —dijo Marco Juniano—, ya te voy captando.

La tarea siguiente era establecer un campamento tan rápidamente como les fuera posible, antes de que su llegada atrajera la atención de los indígenas. Una vez estuvieran fortificados allí, al lado del agua, podrían empezar a enviar avanzadillas de reconocimiento hacia el interior para descubrir la ubicación de las ciudades indígenas y calcular los peligros que suponía conquistarlas.

Durante la mayor parte del viaje, los navios se habían mantenido cercanos unos a otros, pero al acercarse a la costa de Yucatán se habían abierto mucho en abanico, según se había concertado de antemano, de manera que la cabeza de playa inicial de los romanos cubriera veinticinco o treinta millas de línea de costa.Tres legiones, dieciocho mil hombres, integrarían el campamento central bajo el mando del cónsul Lucio Emilio Capito. Después se establecerían dos campamentos subsidiarios con dos legiones cada uno. Druso, que ostentaba el rango de legado legionario, estaría al mando del campamento más septentrional, y el más meridional sería comandado por Masurio Titano, un hombre de Panonia, y uno de los favoritos del emperador, aunque nadie en Roma pudiera alcanzar a entender la razón.

Druso se quedó en medio del bullicio, observando con placer la rapidez con la que se levantaba el campamento. Los trabajadores se concentraban por todas partes. La expedición estaba bien equipada. Saturnino se había gastado una fortuna en ella, una cantidad equivalente a los ingresos totales anuales de varias provincias, se decía. Fornidos leñadores talaron rápidamente docenas de palmeras que bordeaban la playa y los carpinteros se afanaron en preparar la madera para emplearla en la construcción de empalizadas.

Los agrimensores trazaron los límites del campamento a lo largo de la parte más ancha de la playa y marcaron las directrices del interior: la calle principal, la zona donde se instalaría la tienda del legado, las tiendas de los artesanos, de los legionarios, de los escribas y fedatarios, el lugar de los establos, los talleres, el granero y todo el resto. También había que llevar los caballos a tierra y ejercitarlos para que sus patas recuperaran la agilidad, tras el largo confinamiento a bordo de los buques.

Cuando se clavaron las estacas maestras, los soldados de infantería empezaron a levantar las hileras de tiendas de piel donde dormirían. Los exploradores, escoltados por una fuerza armada, hicieron sus primeras incursiones en el interior en busca de agua potable y alimentos.

Eran hombres con experiencia. Cada uno conocía bien su oficio. Al caer la noche, que fue sorprendentemente pronto (después de todo, era invierno, reflexionó Druso, aunque el clima fuese cálido), el perfil del campamento estaba nítidamente delineado y ya había comenzado a erigirse una muralla. No parecía haber ningún río o arroyo en las cercanías, pero, tal como Druso sospechaba por la presencia de un bosque tan denso, aun así el agua dulce podía obtenerse con facilidad: el terreno, que era sumamente pedregoso, bajo su delgada superficie de tierra constituía un enorme laberinto de pasadizos a través de los cuales corría el agua subterránea. Uno de esos pozos no estaba muy hondo y un equipo de ingenieros empezó a bosquejar el itinerario de un canal que transportara agua fresca y potable hasta el campamento. Los exploradores también habían descubierto abundante vida salvaje en el bosque colindante: una multitud de venados pequeños y aparentemente sin miedo alguno; manadas de lo que parecían ser una especie de cerdos más menudos con orejas rígidas y que carecían de cola; y enormes cantidades de aves grandes y de aspecto extraño, con un brillante plumaje verde rojizo y unas crecidas barbas carnosas en el cuello. Hasta el momento todo iba a pedir de boca. El nórdico dijo que no tendrían dificultades para encontrar provisiones y, por lo que parecía, había dicho la verdad a ese respecto.

Al mediodía, Druso envió a un corredor por la playa en dirección al campamento central para comunicar noticias de su desembarco. El hombre volvió un poco antes de la puesta de sol con un mensaje del cónsul Lucio Emilio Capito, informándole de que la mayor parte de sus hombres también habían desembarcado y que los trabajos de construcción del campamento ya se habían puesto en marcha. Hacia el sur, MasurioTitano también había efectuado su desembarco sin encontrar oposición por parte de los indígenas.

La primera noche en el campamento fue tensa, como siempre lo eran las primeras noches en que se acampaba en un lugar desconocido. La oscuridad cayó sobre ellos como una mortaja, sin apenas transición entre ella y el anochecer. No había luna. Las estrellas sobre el campamento eran inusualmente brillantes, dibujando las constelaciones extrañas e inquietantes de las latitudes meridionales. No disminuyó el calor del día y los soldados, en las tiendas, se quejaban de la atmósfera sofocante del interior. Alaridos estentóreos llegaban del bosque. ¿Eran pájaros? ¿Monos? ¿Quién podía decirlo? Por lo menos no parecían tigres. Surgieron nubes de mosquitos, bastante similares a los del Viejo Mundo, pero el zumbido que hacían cuando se lanzaban hacia uno era mucho más desagradable, casi exultante en su intensidad, y sus picaduras eran dolorosas hasta la exasperación. Por un momento, Druso pensó que había visto una bandada de murciélagos pasando casi, por encima de su cabeza. Aborrecía los murciélagos con un odio poderoso e inexplicable. Quizá no fueran murciélagos, pensó, sino sólo lechuzas. O alguna nueva especie de águila que volase por la noche.

Como el campamento aún no disponía de una muralla adecuada, Druso triplicó la vigilancia ordinaria y se pasó gran parte de la noche caminando entre los centinelas, los cuales se sentían inquietos y agradecían su presencia.También ellos habían oído las historias de flechas silbando desde la nada y les confortó tener a su capitán compartiendo sus peligros esa noche, la primera y la más insegura.

Pero las horas transcurrieron sin ningún incidente. Por la mañana, cuando los trabajos en la empalizada se reanudaron, Druso mandó llamar a Marco Juniano, quien desempeñaba las funciones de prefecto en el campamento, y le ordenó que empezara a reunir el equipo de exploradores que trataría de hallar la ubicación de la aldea mexicana más cercana. Juniano se despidió con rapidez y se apresuró a cumplir sus órdenes.