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Ross se aproximó a ella con una sonrisa.

– ¿Hay noticias? -inquirió Fidelma sin aliento, incluso antes de que se saludaran.

Ross hizo señas hacia su camarote en la popa del barco.

– Vamos a hablar un rato -dijo, mientras cambiaba su expresión y mostraba seriedad.

Fidelma tuvo que reprimir su curiosidad hasta que estuvieron sentados en el camarote y Ross le ofreció una taza de cuirm, que ella rechazó. Él se sirvió un poco y lo sorbió lentamente.

– ¿Hay noticias? -volvió a insistir.

– He encontrado el lugar donde estuvo anclado el mercante galo hace tres noches.

– ¿Hay rastro de Ead… de la tripulación o de los pasajeros? -preguntó Fidelma.

– Os he de explicar la historia de forma ordenada, hermana. Pero no había rastro de nadie.

Fidelma apretó los labios al sentirse decepcionada.

– Explicadme, entonces, Ross. ¿Cómo descubristeis eso?

– Como os dije antes de partir, a juzgar por las mareas y los vientos, había dos lugares posibles desde los cuales podía haber zarpado el mercante galo. El primero era del otro lado del cabo del sudeste, llamado Cabeza de Oveja. Allí me dirigí primero. Estuvimos por allí navegando, pero no encontramos nada anormal. Unos pescadores dijeron que llevaban toda la semana lanzando allí sus redes y que no habían visto nada. Entonces decidí que debíamos ir al segundo lugar posible.

– ¿Dónde?

– Un lugar en el extremo de esta misma península.

– Continuad.

– En el extremo de la península hay una gran isla, se llama Dóirse, que como ya sabéis significa «Las Puertas», porque, en cierta manera, es como la puerta sudoeste de esta tierra. Navegamos alrededor de la isla, pero no vimos nada extraño. Yo he comerciado varias veces con los habitantes, así que decidí atracar allí a ver si me enteraba de algo. Desembarcamos y pedí a mis hombres que anduvieran con las orejas bien atentas a cualquier noticia respecto a un barco galo. No tuvimos que buscar más.

Hizo una pausa y dio un sorbo a su bebida.

– ¿De qué os enterasteis? -preguntó Fidelma, apremiante.

– El mercante galo había estado amarrado en el puerto. Pero por allí corría una curiosa historia. Unos extraños guerreros lo habían conducido al puerto de la isla, bien pasado el anochecer de la noche anterior a cuando nosotros lo encontramos en alta mar.

– ¿Guerreros extraños? ¿Galos?

Ross meneó la cabeza.

– No. Guerreros del clan de los Uí Fidgenti.

Fidelma ocultó su sorpresa.

– Sin embargo, con ellos iba un prisionero galo.

– ¿Sólo un prisionero galo? ¿No había rastro de un monje sajón? -preguntó Fidelma sintiendo una punzada de decepción.

– No. Al parecer el prisionero era un marinero galo. Dado que son hospitalarios, los habitantes de la isla invitaron a los guerreros a tierra, pues al parecer no tenían provisiones en la nave. Sólo se quedó un hombre de guardia a bordo con el prisionero. A la mañana siguiente, la gente comprobó que el barco se había ido. Había zarpado, mientras los guerreros dormían la borrachera debida a la hospitalidad de los isleños. Se descubrió al guerrero que se había quedado a bordo del barco flotando en el puerto, muerto.

– ¿Qué dedujeron de eso?

– Que el prisionero galo había conseguido escapar, reducir al guerrero de guardia, lanzarlo por la borda y sacar el barco del puerto.

– ¿Un hombre solo? ¿Hacerse a la mar con un barco así? ¿Es posible?

Ross se encogió de hombros.

– Sí, si el hombre era ducho y enérgico.

– ¿Y entonces?

– Los guerreros estaban furiosos y requisaron algunos barcos de la isla para llegar a tierra firme.

Fidelma se quedó pensativa.

– Es una historia extraña. El mercante galo llega al puerto de Dóirse con un grupo de guerreros de los Uí Fidgenti y un marinero galo prisionero. El barco amarra. Por la mañana, la nave ha desaparecido con el marinero galo. Los guerreros vuelven a la península. Posteriormente, aquella misma mañana, hacia mediodía, nosotros encontramos el barco a toda vela y vacío.

– Ésa es la historia, extraña o no.

– ¿Esa información que recabasteis en la isla -Dóirse, habéis dicho- es de confianza?

– Esa gente sí -confirmó Ross-. Llevo años comerciando con ellos. Son personas independientes que no se consideran bajo el gobierno de Gulban Ojos de Lince, aunque teóricamente es su territorio. Son leales a su propio bó-aire. No tienen interés alguno en guardar los secretos de la gente de tierra firme.

– ¿Sabéis si los guerreros de Uí Fidgenti dieron alguna explicación al bó-aire local de lo que estaban haciendo con el barco galo?

– Dijeron algo de que comerciaba con las minas en tierra firme.

Fidelma levantó la cabeza, interesada.

– ¿Minas? ¿Serían las minas de cobre?

Ross se la quedó mirando inquisitivo antes de asentir con la cabeza.

– Frente a Dóirse, en tierra firme, y en la siguiente bahía, hay varias minas de cobre que están abiertas. Comercian no sólo con la costa sino también con la Galia.

Fidelma repiqueteaba con el dedo sobre la mesa, y fruncía el ceño mientras iba pensando.

– ¿Recordáis aquel barro rojizo en la bodega del barco galo? -preguntó la joven.

Ross inclinó la cabeza en señal de afirmación.

– Yo creo que eran depósitos de una mina de cobre o de algún lugar donde se guarda cobre. Creo que la respuesta a este misterio debe de estar en el emplazamiento de esas minas de cobre. Sin embargo, no puedo entender por qué los hombres de los Uí Fidgenti navegaban en ese barco. El territorio de su clan está lejos de aquí, hacia el norte. ¿Dónde estaban los hombres de Beara, del clan de Gulban?

– Podría regresar e intentar conseguir más información -se ofreció Ross-. O podría ir hasta las minas, haciendo ver que quiero comerciar, a ver qué es lo que encuentro.

Fidelma sacudió la cabeza.

– Demasiado peligroso. Aquí hay algún misterio en el que interviene el hecho de que Torcán, hijo del príncipe de los Uí Fidgenti, está hospedado en la fortaleza de Adnár.

Ross abrió bien los ojos.

– ¿Seguro que está relacionado?

– ¿Pero relacionado con qué? Yo creo que este misterio está cargado de peligros. Si volvéis a zarpar en esa dirección podéis levantar sospechas. No hay necesidad de poner a la gente en guardia si lo podemos evitar. Primero hemos de saber a qué nos enfrentamos. ¿A qué distancia están esas minas de cobre?

– A unas dos o tres horas de navegación, si se va siguiendo la costa.

– ¿Y si simplemente se atravesara la península? ¿Cuántas millas?

– ¿En línea recta? Cinco millas. Por una ruta transitable a través de las montañas, quizá diez millas o menos.

Fidelma se quedó considerando aquella información en silencio.

– ¿Qué hemos de hacer? -interrumpió Ross.

Fidelma levantó entonces la cabeza; había llegado a la conclusión de que tenía que investigar aquello ella misma.

– Esta noche, ocultos por la oscuridad, hemos de atravesar a caballo esa península hasta el lugar donde están situadas esas minas de cobre. Tengo la impresión de que podríamos encontrar una respuesta allí.

– ¿Por qué no partir ahora? Yo podría comprar fácilmente unos caballos a alguno de los granjeros costa abajo.

– No, esperaremos hasta medianoche y por dos razones. Primero, porque no queremos que nadie sepa que hemos ido a esas minas. Si Torcán, o Adnár, están implicados en algún asunto ilegal no hemos de advertirlos de nuestras intenciones. Segundo, para esta noche he aceptado la invitación a una fiesta en Dún Boí con Adnár y sus huéspedes, Torcán y Olcán. Tal vez eso sea positivo, pues puedo enterarme de alguna cosa.

Ross no estaba nada contento.

– Este asunto de los Uí Fidgenti me preocupa, hermana. Desde hace varias semanas, corren rumores por la costa. Se dice que Eoganán de los Uí Fidgenti tiene los ojos puestos en Cashel.