Fidelma sonrió ampliamente.
– ¿Eso es todo? Los Uí Fidgenti siempre han aspirado al trono de Cashel. ¿Acaso no se alzaron contra Cashel hace veinticinco años cuando Aed Slane era el Rey Supremo?
Los Uí Fidgenti eran un gran clan situado en el oeste del reino de Muman, cuyos príncipes y jefes preferían llamarse reyes y afirmaban que eran los verdaderos descendientes de los primeros reyes de Cashel. Sostenían que tenían más derecho a gobernar en Cashel que la familia de Fidelma. El padre de la muchacha era rey de Cashel cuando ella nació, y ahora su hermano, Colgú, había sucedido a su primo y ocupaba el trono de los reyes provinciales de Muman. El hermano de Fidelma no tenía que rendir cuentas a nadie, salvo al Rey Supremo. Fidelma había crecido oyendo las historias de las reivindicaciones de los Uí Fidgenti, que querían deponer a su familia del trono de Cashel. Ninguno había sido más vocinglero en tales reclamaciones que el actual príncipe, Eoganán.
Ross fruncía el ceño con desaprobación.
– Lo que decís es cierto, hermana. Pero vuestro hermano, Colgú, tan sólo lleva en el trono de Cashel unos meses. Es joven e inexperto. Resulta obvio que, si Eoganán de los Uí Fidgenti quisiera hacer algún movimiento para destronar a Colgú, lo haría ahora, mientras Colgú está inseguro.
– ¿Qué tipo de movimiento? A mi hermano le ha otorgado los derechos al trono la gran asamblea de Cashel. Y el Rey Supremo ha aprobado la decisión tomada en Tara.
– ¿Quién sabe lo que está planeando Eoganán? Pero el rumor que corre por la costa es que se está cociendo algo malo.
Fidelma se quedó pensando en todo ese asunto.
– Una razón más para que asista a la fiesta de esta noche, pues tal vez Torcán revele algo de los planes de su padre.
– Tan sólo pondréis en peligro vuestra vida -apuntó Ross-. Sin duda Torcán se enterará de quién sois…
– ¿Que soy la hermana de Colgú? Nos conocimos ayer en el bosque. Eso ya lo sabe.
Hizo una pausa y frunció el ceño un momento pensando en la flecha que casi acaba con su vida. ¿Pudiera ser que Torcán disparara aquella flecha deliberadamente al saber que era la hermana de Colgú?
¿Pero entonces por qué atentar contra su vida? Ella no tenía nada que ver con la sucesión de Cashel. No. Eso no tenía lógica. Además, Torcán y sus hombres se quedaron igualmente sorprendidos al conocer su identidad e intentaron ocultar su error. Si Torcán le disparó deliberadamente la flecha, no fue a ella. La podían haber matado fácilmente en el bosque.
Ross contemplaba con detenimiento a Fidelma.
– ¿Ha pasado ya algo? -intentó adivinar.
– No -dijo ella mintiendo con rapidez-. Al menos -añadió corrigiéndose al sentirse algo culpable-, nada que cambie nuestro plan. A medianoche, tras el festejo en Dún Boí me encontraré con vos y uno de vuestros hombres en los bosques detrás de la abadía. Conseguid tres caballos, pero hacedlo sin levantar sospechas.
– Muy bien. Me llevaré a Odar, pues irá bien tenerlo con nosotros. Pero si Torcán está en la fiesta, preferiría que no asistierais.
– No van a hacerle ningún daño a una funcionaría de los tribunales de los cinco reinos. Ningún rey o ciudadano se atrevería -afirmó Fidelma, creyendo que realmente aquello era verdad.
Se levantó y Ross la siguió al salir del camarote hacia el lateral del barc Estaba claro que el marino no aprobaba totalmente su plan. Pero, a falta de nada mejor, lo aceptó.
Cuando estaba a punto de bajar por el costado del barco, Ross le volvió a hablar.
– ¿Cómo va el asunto que os trajo hasta aquí? -preguntó señalando con el pulgar hacia la abadía. Casi había olvidado el motivo primero por el que la había llevado hasta allí-. ¿Habéis resuelto el problema?
Fidelma se sintió algo culpable, pues el misterio del cadáver decapitado y el asunto de la muerte de sor Síomha casi se le habían ido de la cabeza con la llegada de Ross y su noticia.
– Todavía no. De hecho -añadió con una mueca-, ha habido otra muerte en la abadía. La rechtaire, sor Síomha, ha sido encontrada asesinada de la misma manera que el otro cadáver. Sin embargo, creo que las nubes que envuelven este misterio están empezando a dispersarse. Pero encuentro mucha maldad en esta abadía.
– Si hay peligro… -dijo Ross dubitativo-, no tenéis más que llamarme a mí o a alguno de mis hombres. Tal vez sería mejor que tuvierais un guardaespaldas a partir de ahora.
– ¿Y avisar a mi presa de que me acerco a la guarida? -preguntó mientras hacía gestos negativos con la cabeza.
Sor Fidelma se acercó, puso su mano sobre el brazo del preocupado marino y sonrió.
– Id al bosque a medianoche con Odar y los tres caballos y aseguraos de que no os ven.
Dijeron a Fidelma que podía encontrar a sor Brónach en la celda de sor Berrach. Cuando iba atravesando el patio en dirección al edificio, surgió el rostro afligido de Brónach por la puerta. Dudaba y parecía querer esquivar a Fidelma, pero ésta la detuvo y la saludó.
– ¿Cómo está sor Berrach, hermana?
Sor Brónach vaciló.
– De momento duerme, hermana. Ha tenido una noche difícil y una mañana desagradable.
– Así es -admitió Fidelma-. Tiene suerte de que seáis su amiga. ¿Venís a caminar conmigo?
A desgana, sor Brónach se situó junto a Fidelma y fueron atravesando el patio enlosado en dirección a la casa de huéspedes.
– ¿Qué deseáis de mí, hermana?
– Que respondáis a algunas preguntas.
– Siempre estoy a vuestro servicio. No he tenido oportunidad de agradeceros lo que habéis hecho por sor Berrach.
– ¿Por qué me lo habíais de agradecer?
Sor Brónach hizo una mueca de disgusto:
– ¿Está mal agradecer a alguien que salve la vida de una amiga?
– Yo sólo hice lo que había que hacer y lo que todos los miembros de la fe harían. Aunque algunas de las hermanas de aquí parecían dominadas por las emociones.
– ¿Os referís a la abadesa Draigen?
– Yo no he dicho eso.
– Sin embargo -repuso sor Brónach en tono confidencial-, eso es lo que queréis decir. Os habréis dado cuenta de que todas las hermanas de aquí son jóvenes. Sor Comnat, nuestra bibliotecaria, y yo somos de las mayores. No hay nadie más, salvo la abadesa, que tenga más de veintiún años.
– Sí, ya me he percatado de la juventud de los miembros de esta abadía -admitió Fidelma-. Eso me ha parecido muy extraño, pues la idea de una comunidad es que los jóvenes puedan aprender de la experiencia y conocimiento de los mayores.
La voz de sor Brónach era amarga.
– Hay una razón. A la abadesa no le agrada estar con nadie que no acepte su autoridad totalmente. Puede manipular a la gente joven, pero con frecuencia la gente mayor es capaz de ver sus errores y con frecuencia sabe más que ella. No ha podido olvidar que era la hija de un pobre granjero sin educación, antes de venir aquí.
– ¿Censuráis a la abadesa, entonces?
Sor Brónach se detuvo en el exterior del hostal y miró ansiosamente a su alrededor, como para comprobar que nadie las veía. Luego señaló hacia el interior.
– Será mejor que hablemos dentro.
Condujo a Fidelma por un pasillo hasta una pequeña celda que utilizaba como despacho para su trabajo de conserje y encargada del hostal.
– Sentaos, hermana -dijo, mientras ella hacía lo propio en una de las dos sillas de madera que había en la diminuta estancia-. ¿Cuál era, pues, vuestra pregunta?
Fidelma se sentó.
– Os preguntaba si censurabais que la abadesa Draigen se rodeara de una comunidad tan joven y sin experiencia. Era obvio que utilizaba a la joven e inexperta sor Lerben para amenazar a sor Berrach. ¿Censuráis esta actitud suya hacia Berrach?
Sor Brónach hizo una mueca para demostrar su indignación.