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Fidelma advirtió las pausas que hacía la mujer.

– Mi madre pensó que Draigen la ayudaría a cuidar a la pequeña. Pero Draigen sentía los mismos celos hacia esa niña que había mostrado hacia cualquiera o cualquier cosa que acaparara el afecto de mi madre.

– ¿Atacó a vuestra madre porque prestaba mucha atención a la pequeña? -preguntó Fidelma sintiendo un repentino odio.

– Así fue. Fue un ataque de locura. Tenía entonces quince años. La niña que cuidaba mi madre tenía tan sólo tres. El brehon que presidió el juicio decretó que Draigen no era responsable de asesinato en primer grado. Ordenó que para pagar la compensación se vendiera el trocito de tierra que había pertenecido a sus padres y que las ganancias se entregaran al heredero de Suanech. Ésa era yo, por supuesto. Y al ser miembro de esta comunidad, el dinero pasó a la abadía. Ahora, la abadesa es Draigen, parece una ironía. -Brónach se echó a reír amargamente-. Uno se pregunta si hay justicia divina, ¿no?

– ¿Hirió Draigen a la niña de tres años?

Sor Brónach sacudió la cabeza.

– Le fue devuelta… a su madre.

– El brehon debió imponer algunas limitaciones a Draigen -observó Fidelma.

– Sí. Ordenaron a Draigen que ingresara en una comunidad religiosa donde la vigilarían y dedicaría su vida al servicio de la gente. Eso es otra ironía, pues entró en esta abadía. La misma en la que estaba yo.

– ¡Ah! -interrumpió Fidelma-. Ahora entiendo por qué Adnár vio desestimada su reclamación de una parte de la tierra. Como se tuvo que vender para pagar una multa legal, Adnár, hermano de Draigen, tenía que perder su derecho a una parte, pues los parientes han de pagar la multa del culpable, si éste no puede.

– Sí, así es.

– Pero ante la ley, sor Brónach, Draigen ha pagado y expiado su crimen.

– Sí. Ya sé que la abadesa Marga le dio la completa absolución hace tiempo. Y ahora ya es mayor. Y cada día, desde el día del asesinato de mi madre, he tenido que soportar su presencia en penitencia por mis pecados.

Fidelma estaba asombrada.

– Todavía no entiendo por qué tenéis que quedaros aquí. ¿Por qué no os fuisteis a otra comunidad donde vuestra herida pudiera cicatrizar? ¿O por qué no exigisteis que enviaran a Draigen a otra abadía?

Sor Brónach dejó ir un largo suspiro.

– Ya os he explicado el motivo. Me quedo aquí como penitencia por mis pecados.

– ¿De qué pecados sois culpable? -preguntó Fidelma-. ¿Por qué habríais de pasar vuestra vida en compañía de quien mató a vuestra propia madre?

Sor Brónach volvió a dudar y luego se enderezó un poco.

– Yo no estaba allí cuando Draigen atacó a mi madre. Pequé al estar ausente cuando ella me necesitaba.

– Eso no es motivo para inculparos. No hay pecado en ello.

– Sin embargo, me siento responsable.

Fidelma no estaba convencida. Había algo falso en la explicación de sor Brónach.

– En eso no puedo ayudaros. Aunque si tenéis un alma amiga, tal vez…

– Llevo luchando veinte años con este problema, sor Fidelma. No lo voy a resolver en veinte minutos.

– Os culpáis demasiado, hermana -la reprendió Fidelma-. Además, intentemos mirar las cosas con algo de caridad. Hace veinte años, Draigen era una joven, una chica inmadura, por lo que decís. Lo que hizo aquel día, pasado está. La persona que es ahora ya no es probablemente la que fue entonces.

– Sois muy comprensiva, hermana.

– ¿No estáis de acuerdo?

– Draigen sigue teniendo el mismo carácter: es celosa, de una ambición sin límite y rencorosa. -La religiosa de mediana edad levantó de repente una mano, con la palma hacia arriba como para acallar cualquier protesta-. No me interpretéis mal, hermana. Hace veinte años que llevo esta carga y la seguiré llevando. No tengo otro sitio en el mundo adónde ir. Al menos, cuando levanto los ojos hacia las montañas veo la tumba de mi madre y algunas veces puedo subir y sentarme allí un rato.

– ¿Nunca habéis sentido que Draigen merecería un justo castigo?

Sor Brónach respondió con una genuflexión.

– ¿Os referís a que se le infligiera un daño físico? Quod avertat Deus! ¿Eso decís?

– Eso es -señaló Fidelma.

– Yo no puedo quitar la vida a nadie, hermana. No puedo hacer daño a otro ser humano, sea lo que sea lo que me haya hecho. Eso lo aprendí de mi madre, no de la fe. Ya os he dicho que prefiero que Draigen viva y sufra en vida.

En el rostro de sor Brónach se percibía una digna expresión de sinceridad. Fidelma entendía todo lo que le decía Brónach, salvo el hecho de que se quedara en la abadía todos aquellos años tan cerca de Draigen, especialmente después de que Draigen se convirtiera en abadesa.

– No parece que Draigen sufra mucho -observó Fidelma.

– Tal vez tengáis razón. Quizá se ha olvidado y probablemente cree que yo he olvidado. Pero una noche llegará en que se despertará con miedo y recordará.

– El hermano Febal no ha olvidado -indicó entonces Fidelma.

Brónach se ruborizó ligeramente.

– ¿Febal? ¿Qué ha dicho?

– Muy poco. ¿Alguien más conoce la historia?

– Sólo yo… y Febal. Aunque Febal es selectivo con sus recuerdos.

– ¿Seguro que el hermano de Draigen, Adnár, conoce esa historia?

– Se enteró cuando puso la demanda reclamando la tierra y se encontró con que había perdido el derecho a ella.

– ¿Queréis decirme que nadie más conoce el pasado de Draigen?

– Nadie.

Fue tan sólo entonces cuando Fidelma se dio cuenta de una cosa que había pasado por alto. Si Lerben era la hija de Draigen entonces seguro que Febal era el padre de Lerben. ¡Sin embargo, había acusado a su ex mujer y a su propia hija de tener relaciones sexuales! ¿Qué tipo de hombre era Febal?

– ¿Sabe Febal que Lerben es su hija? -fue la siguiente pregunta de Fidelma.

Sor Brónach estaba sorprendida.

– Por supuesto. Al menos, eso creo.

Fidelma se quedó callada un momento.

– Habéis dicho que vuestra madre seguía la antigua fe pagana de esta tierra. ¿Sabéis mucho de esta antigua fe?

Sor Brónach se quedó extrañada al ver que Fidelma cambiaba de tema.

– Soy hija de mi madre. Ella enseñaba las antiguas usanzas.

– ¿Así que conocéis los antiguos dioses y diosas, el símbolo de los árboles y el significado del ogham?

– Un poco. Lo suficiente para reconocer el ogham, pero no tengo conocimientos de la antigua lengua en que está escrito.

Las inscripciones en ogham se hacían en una antigua forma de irlandés, no la lengua común del pueblo, sino una forma arcaica llamada Bérla Féini, el lenguaje de los labradores. En la actualidad, sólo los que aspiraban a ser brehons, o abogados, estudiaban la antigua lengua.

– Decidme, hermana, ¿qué significado tiene exactamente una varilla de álamo temblón agarrada en la mano izquierda?

Sor Brónach sonrió, pues sabía lo que eso quería decir.

– Es simple. El álamo temblón es un árbol sagrado del que se corta siempre el fé, la vara para medir las tumbas. Y siempre se talla en ella una frase en ogham. Es una costumbre todavía en uso en estas tierras.

– Cierto, eso ya se sabe. Pero el hecho es que el está atado en el brazo izquierdo; ¿por qué no el derecho? ¿Qué significado tiene esto? Habéis mencionado que se lo mostrasteis a Draigen cuando se encontró el primer cadáver.

– Siempre que se entierra a un asesino o suicida, se coloca un en la mano izquierda… -Se detuvo y se llevó una mano a la boca, sorprendida-. Las palabras en ogham son normalmente una invocación a una diosa de la muerte.