– ¿Como Mórrígú? ¿La diosa de la muerte y las batallas?
– Sí -respondió cortante.
– Continuad -dijo Fidelma tranquilamente.
– Yo no conozco la fórmula pero sería una especie de agradecimiento a tal diosa. El cadáver decapitado…, el del pozo…, tenía una varilla de álamo temblón tallada con una frase en ogham atada en la mano izquierda.
– También sor Síomha -admitió Fidelma.
– ¿Qué significa? ¿Queréis decir…?
– No quiero decir nada -la interrumpió Fidelma rápidamente-. Simplemente os preguntaba si conocíais el significado de ese simbolismo.
– Por supuesto que sí. -Parecía que sor Brónach pensaba detenidamente-. ¿Pero quiere esto decir que el cadáver decapitado era el de una asesina?
– Si así fuera, seguramente se deduciría la misma conclusión respecto a sor Síomha.
– Eso no tiene sentido.
– Puede que tenga sentido para quien las mató. Decidme, sor Brónach, aparte de vos, ¿quién más conoce el simbolismo aquí, en la abadía?
La mujer se encogió de hombros.
– Los tiempos cambian. Las antiguas usanzas se están olvidando. Dudo que ninguna de las jóvenes conozca el significado de esas cosas. -De repente abrió bien los ojos-. ¿Queréis decir que yo podría ser la culpable?
Fidelma no intentó tranquilizarla.
– Podríais serlo. Mi trabajo consiste en descubrir cuanto pueda. Si hubiéramos hablado del asesinato de la abadesa Draigen, yo diría que tenéis un muy buen motivo y os elegiría como primera sospechosa. Pero, por el momento, no parece que haya razón para que asesinarais al primer cadáver ni a sor Síomha.
Sor Brónach se quedó mirando a Fidelma con resentimiento.
– Tenéis un sentido del humor muy desagradable, hermana -la reprendió-. Seguramente hay otras personas aquí que también conocen las antiguas usanzas como yo.
– Ya habéis dicho que en esta abadía hay principalmente jóvenes y que seguramente no poseen esos conocimientos. ¿Quién más conocería el simbolismo?
Sor Brónach se detuvo a pensar.
– Sor Comnat, nuestra bibliotecaria. Pero no hay nadie más salvo…
Se calló y de repente sus ojos brillaron con dureza.
Fidelma la miraba muy de cerca.
– ¿Salvo…? -la incitó.
– Nadie.
– Oh, sé que os ha venido algo a la cabeza -replicó Fidelma-. Estabais orgullosa de los antiguos conocimientos que vuestra madre os trasmitió. ¿A quién más traspasó vuestra madre sus conocimientos? ¿A alguien que adoptó? Venga, tenéis el nombre en la punta de la lengua.
Sor Brónach bajó la mirada a sus pies.
– Ya lo sabéis. La abadesa Draigen, por supuesto. Debe saber todo respecto a ese simbolismo y…
– ¿Y?
– Ya ha mostrado que es capaz de matar.
Sor Fidelma se levantó y asintió con gravedad.
– Sois la segunda persona que me ha apuntado esto en las últimas horas.
Capítulo XIII
Sor Lerben estaba en la capilla puliendo la gran cruz de oro que estaba en el altar. Estaba inclinada realizando el trabajo con diligencia, y con el ceño fruncido por la concentración. El ruido de la puerta al cerrarse tras entrar Fidelma hizo que levantara la vista. Se detuvo y se irguió mientras Fidelma avanzaba por el pasillo entre las filas de bancos vacíos, y luego se detuvo ante ella. No era una expresión de bienvenida. Fidelma percibió un brillo beligerante de desagrado en los ojos de la joven.
– ¿Bien? -inquirió Lerben con una voz clara y glacial de soprano. Fidelma sintió pena por ella en lugar de ira. Parecía una niña pequeña petulante y airada, necesitada de protección. Una niña pequeña ofendida porque un adulto la cazaba haciendo algo prohibido. Su máscara de arrogancia se había mudado en malhumor.
– Tengo que haceros varias preguntas -le dijo Fidelma con amabilidad.
La muchacha volvió a colocar la cruz meticulosamente en su sitio y dobló con cuidado el trozo de lino que había usado para limpiar. Fidelma ya se había dado cuenta de que las acciones que realizaba la joven eran deliberadamente precisas y sin prisas. Se volvió hacia Fidelma, con las manos cruzadas en la parte interior de su hábito. Sus ojos se fijaron en un punto justo detrás del hombro de Fidelma.
Fidelma le indicó uno de los bancos.
– Sentémonos un rato y hablemos, sor Lerben.
– ¿Es una charla oficial? -preguntó Lerben.
Fidelma se quedó indiferente.
– ¿Oficial? Si lo que queréis decir es que si quiero hablar con vos en calidad de dálaigh de los tribunales, entonces sí es oficial. Pero no tomaré nota de los asuntos que hablemos.
Pareció que sor Lerben aceptaba la situación a desgana y se sentó. Apartó los ojos de los de Fidelma, que la examinaban.
– Os aseguro que no informaré a vuestra abadesa de lo que hablemos aquí -dijo Fidelma intentando que la muchacha se sintiera cómoda y preguntándose cuál sería la mejor manera de abordar el tema.
Se sentó junto a la joven, que permanecía en silencio.
– Olvidemos el conflicto que ha surgido entre ambas, Lerben. Yo también era orgullosa cuando tenía vuestra edad. Yo también creía que sabía muchas cosas. Pero estabais mal informada respecto a la ley eclesiástica. Después de todo, yo soy una abogada de los tribunales y si intentáis medir vuestros conocimientos con los míos, el único resultado es que los míos son mayores. No lo digo por jactancia sino simplemente para establecer un hecho.
La muchacha no contestó.
– Sé que os aconsejó la abadesa Draigen -continuó Fidelma pinchándola verbalmente.
– La abadesa Draigen tiene muchos conocimientos -soltó Lerben-. ¿Por qué había de dudar de ella?
– Admiráis a la abadesa Draigen. Lo entiendo. Pero desconoce la ley.
– Defiende nuestros derechos. Los derechos de las mujeres -refutó Lerben.
– ¿Hay necesidad de defender los derechos de las mujeres? ¿Acaso las leyes de los cinco reinos no son lo bastante precisas respecto a la protección de las mujeres? Las mujeres están protegidas del estupro, del acoso sexual e incluso del ataque verbal. Y son iguales ante la ley con respecto a los hombres.
– A veces eso no es suficiente -replicó la joven con seriedad-. La abadesa Draigen se da cuenta de las debilidades de nuestra sociedad y hace campaña para conseguir más derechos.
– Eso no lo entiendo. Tal vez pudierais explicármelo. Veis, si la abadesa quiere más derechos para las mujeres, ¿por qué expone que las leyes del Fénechus se han de rechazar y que hemos de aceptar las nuevas leyes eclesiásticas? ¿Por qué se muestra a favor de los Penitenciales que se alimentan de la filosofía del derecho romano? Esas leyes otorgan a las mujeres un papel servil.
Sor Lerben estaba deseosa de explicarse.
– Las leyes canónicas que Draigen desea apoyar harán que sea una mayor ofensa matar a una mujer que a un hombre. Una vida por una vida. En este momento todas las leyes de los cinco reinos dicen que se ha de pagar una compensación y que se ha de rehabilitar al asesino. Las leyes que sugiere la Iglesia romana son que el atacante debería pagar con su vida y sufrir dolor físico. La abadesa me ha mostrado algunos de los Penitenciales que dicen que si un hombre mata a una mujer como castigo hay que cortarle la mano y el pie y además ha de sufrir dolor antes de darle muerte.
Fidelma se quedó mirando con desagrado a la joven, que parecía tener un gran afán sanguinario.
– Y a una mujer se le puede dar muerte por la misma ofensa -indicó Fidelma-. ¿Y no es mejor buscar una compensación por la víctima, que exigir venganza contra el autor? ¿No es mejor intentar rehabilitar al que ha hecho mal y ayudar a la víctima, que exigir una venganza dolorosa con la que no se obtiene nada, sino un breve momento de satisfacción?