¡Vaya! ¿Los guerreros de las minas habrían alertado a Olcán de que Comnat y Eadulf habían escapado?
– Decidle que enseguida me reúno con él -dijo Fidelma mientras se inclinaba para seguir con su aseo.
Sor Brónach se fue. Fidelma se lavó mientras se sentía terriblemente cansada y deseaba regresar a la cálida y confortable cama. Aguantó ese impulso, se obligó a parecer que había pasado la noche durmiendo relajada.
Diez minutos después, fue al encuentro de Olcán, que estaba sentado en la duirthech, la capilla de roble de la abadía. El fuego estaba encendido en un brasero, en la parte posterior de la capilla, y parecía el único lugar cálido fuera de los límites prohibidos de los dominios de la comunidad, donde los visitantes pudieran resguardarse de las inclemencias del tiempo.
– Os deseo un buen día, hermana -saludó Olcán levantándose. Estaba alegre y sonriente-. Parece que os habéis dormido…
Fidelma deseó que sor Brónach hubiera sido más cauta con la información.
– La fiesta que preparó Adnár la pasada noche fue bien agradable -contestó-. El vino excelente y la buena comida no están a mi alcance cada día. Me temo que abusé demasiado.
– Sin embargo os fuisteis pronto -señaló Olcán.
Fidelma no se inmutó, intentando deducir si había alguna indirecta en el tono del joven.
– Pronto para vos, pero no para una persona de la fe -respondió Fidelma-. Era medianoche cuando llegué a la abadía.
– Y ahora ya han pasado las ocho -dijo Olcán, levantándose y estirándose frente al brasero. Se dirigió a una de las ventanas de la capilla que daba a la bahía-. Veo que el barc de Ross ha vuelto a partir. Se debe de haber ido con la marea de la mañana.
¿Estaba Olcán jugando a algo con ella? No adivinaba adónde llevaban sus comentarios.
Fidelma se acercó hasta él y miró hacia la bahía. Tan sólo estaba anclado el mercante galo, con su altos mástiles. Suspiró en silencio aliviada al ver que Ross había partido sin ser visto.
– Así es -dijo, como si fuera algo nuevo para ella.
Olcán la miró con ojos penetrantes.
– ¿No sabíais que se había ido? -preguntó repentinamente y con rudeza.
– Ross no me informa de sus asuntos. Sé que comercia con frecuencia a lo largo de esta costa. Seguro que regresará. Ha dejado a una parte de su tripulación aquí para vigilar el barco que reclama por haberlo salvado -dijo Fidelma señalando el mercante-, y además me tiene que llevar de vuelta a Ros Ailithir cuando termine mi investigación.
– ¿Y ha concluido esa investigación?
– Como dije la pasada noche, todavía falta mucho por aprender y por tomar en consideración.
– ¿Ah? Yo pensaba que tal vez había habido algún avance.
Fidelma consiguió mirarlo con expresión asombrada.
– ¿Algún avance? ¿Desde que me fui de la fiesta anoche? Nadie me ha despertado para informarme de nada.
– Quería decir… -Olcán se mostró dudoso y luego se encogió de hombros-. Nada. Sólo era una idea.
Dudaba y estaba incómodo.
– Sor Brónach me ha dicho que queríais verme -dijo Fidelma aprovechando la ventaja-. Supongo que será para algo más que para ver si he dormido bien e informarme de que el barco de Ross se ha ido.
Olcán se quedó confuso al percibir un ligero sarcasmo en la voz de Fidelma.
– Oh, sólo es que Torcán y yo vamos a cazar. Nos preguntábamos si querríais venir con nosotros, pues dijisteis, cuando nos conocimos, que os gustaría ir a explorar y visitar algunos de los antiguos lugares de esta península y pasaremos por algunos sitios fascinantes.
Fidelma guardó la compostura. Resultaba obvio que aquella excusa se le acababa de ocurrir a Olcán.
– Os agradezco la idea. Hoy tengo que continuar con mis pesquisas aquí.
– Entonces, si me perdonáis, hermana, regresaré junto a Torcán y nos pondremos en marcha. El montero de Adnár ha localizado una pequeña manada de ciervos en las montañas, al oeste.
Fidelma observó al joven que se ponía la capa y salía de la capilla. Lo siguió hasta la puerta y estudió su figura al retirarse, mientras atravesaba el patio y los edificios. Un momento después, lo vio montado a caballo, cabalgando rápidamente por los bosques en dirección a la fortaleza de Adnár.
Para ella estaba claro cuál había sido el propósito de Olcán.
Regresó deprisa al hostal de los huéspedes y encontró a sor Brónach.
– Siento haberme dormido, hermana -admitió-. Estuve de fiesta con Adnár la pasada noche. ¿Hay posibilidad de que pueda comer algo? Me he perdido la llamada al refectorio.
Sor Brónach se la quedó mirando un momento con curiosidad.
– Una fiesta larga tiene que haber sido -observó con malicia, metiéndose en la sala común del hostal-. Ya os he preparado una fuente para vos, al darme cuenta de que os habíais perdido la primera comida del día.
Fidelma se sentó agradecida en una silla. Delante de ella tenía unos platos con huevos duros de ganso, pan y miel, y una jarrita con aguamiel. Se estaba sirviendo cuando de repente se dio cuenta del significado de la observación de sor Brónach, y echó una mirada inquisitiva a la hermana de cara triste.
Sor Brónach casi sonrió y contestó a la pregunta que no le había hecho.
– Llevo demasiado tiempo al cargo de este hostal para no conocer las idas y venidas de los huéspedes.
– Entiendo -dijo Fidelma reflexionando.
– Sin embargo -continuó la conserje de la abadía-, no es cosa mía hacer preguntas sobre los horarios de nuestros invitados, siempre que no interfieran en el funcionamiento de la comunidad.
– Sor Brónach, sabéis por qué estoy aquí. Es esencial que mi ausencia de la abadía no se sepa. ¿Tengo vuestra palabra al respecto?
La conserje hizo una mueca casi de desprecio.
– Ya lo he dicho todo.
Después del desayuno, Fidelma se dirigió a la biblioteca. Por el camino se encontró con la abadesa Draigen, que la saludó con desaprobación.
– No parece que estéis más cerca de resolver este misterio que cuando llegasteis -empezó diciendo la abadesa con tono jocoso.
Fidelma no mordió el anzuelo.
– Al contrario, madre abadesa -replicó contenta-, creo que hemos progresado mucho.
– ¿Progresar? Se ha cometido otro asesinato, el de sor Síomha, mientras estabais investigando. ¿Eso es progresar? A mi entender resulta más bien una cuestión de incompetencia.
– ¿Conocéis bien la historia de esta abadía? -preguntó Fidelma sin hacer caso de la amenaza.
La abadesa Draigen parecía desconcertada.
– ¿Qué tiene que ver la historia de la abadía con la investigación?
– ¿Conocéis su historia? -insistió Fidelma sin hacer caso de la última pregunta.
– Sor Comnat os la hubiera podido explicar, si estuviera aquí -respondió la abadesa-. La abadía la fundó hace un siglo santa Necht la Pura.
– Eso ya lo sabía. ¿Por qué eligió este lugar?
La abadesa levantó una mano y señaló los edificios de la abadía.
– ¿Acaso no es un lugar hermoso para establecer una fundación de la nueva fe?
– Sin duda lo es. Pero me han dicho que los pozos de aquí los utilizaban los sacerdotes paganos.
– Necht los santificó y purificó.
– ¿Así pues este lugar estaba en realidad dedicado a la antigua fe antes de la llegada del cristianismo?
– Sí. Según la historia, Necht llegó aquí y discutió la doctrina de Cristo con Dedelchú, jefe de los paganos que vivían aquí, en las cuevas.
– ¿Dedelchú?
– Así nos han contado la historia.
– ¿Sabéis por qué Necht llamó a esta abadía El Salmón de los Tres Pozos?
– Deberíais saber que El Salmón de los Tres Pozos es un eufemismo para referirse a Cristo.
– Pero también hay tres pozos aquí.
– Así es. Una agradable coincidencia.