Dejó la vela y empezó a empujar la caja de más arriba, pero carecía de la fuerza necesaria para moverla. Entonces volvió a oírse el sonido hueco. Parecía resonar entre las cajas. Luego, otra vez silencio.
Capítulo XVII
Era ya casi oscuro cuando Fidelma se despertó en su cama. Estuvo un momento desorientada. Entonces recordó que había vuelto al hostal de los huéspedes después de la infructuosa exploración de la cueva que había bajo la abadía, y vencida por la fatiga se había ido a su celda, tumbado en la cama y se había quedado dormida inmediatamente. Miró por la ventana. Como todavía no era de noche, la penumbra era la propia de una tarde de invierno. Calculó que todavía faltaba para el ángelus de la tarde. Se lavó la cara con el agua fría de la jofaina y se secó. Como había dormido con la ropa puesta sentía frío, estiró y movió los brazos para entrar en calor. Tenía hambre. Preocupada, se dio cuenta de que se había perdido la comida de mediodía.
Salió al pasillo bien iluminado por velas y se dirigió hacia la sala principal, deseando que nadie se hubiera percatado de su ausencia. Con gran sorpresa vio que había un trapo que cubría varios objetos familiares sobre la mesa, lo levantó y vio platos con comida.
¡Sor Brónach!
No se le podía ocultar nada a la doirseór de la abadía, pensó Fidelma. Eso la incomodaba. Sor Brónach sabía que ella había pasado la noche anterior fuera; por tanto, sabía que se había echado exhausta durante las horas de sol para recuperarse. Si sor Brónach era inocente del levantamiento planeado contra Cashel, si era leal a Cashel, no había por qué alarmarse. Pero Fidelma dudaba de que se pudiera confiar absolutamente en alguien en esta tierra de Beara. Después de todo, todos apoyarían a su jefe Gulban.
Se sentó y sació el hambre con los platos que sor Brónach le había dejado. Luego, sintiéndose mejor después de haber descansado y comido, abandonó el hostal justo al oír el gong que daba la hora, seguido de la campana que llamaba a la comunidad a las oraciones vespertinas. A la abadía no le había costado mucho volver a poner la clepsidra a punto, pensó. Eso seguramente se debía a sor Brónach. Desde luego ahora habría que tener gran coraje para quedarse de guardia por la noche en la torre después de la muerte de sor Síomha.
Fidelma se resguardó entre las sombras al ver a los grupos de hermanas y a una o dos figuras solas que avanzaban con rapidez hacia la duirthech, respondiendo a la llamada de la campana. Hizo el movimiento para ocultarse de manera automática y tan sólo un momento después de tener una idea. Aprovecharía para escurrirse hasta el barco galo y buscar la ayuda de Eadulf. Ya se iba haciendo una idea de cuál sería el siguiente paso de la investigación.
Esperó a oír las voces de la comunidad que se alzaban juntas en el Confiteor, el nombre con el que se conocía la confesión general que normalmente precedía a las oraciones vespertinas. Tenía su origen en la primera palabra de la confesión. Luego Fidelma se escabulló por entre los edificios de la abadía y descendió hasta el muelle.
Vio dos linternas centelleando en la bahía, en el barco galo. Estaba bastante oscuro pero Fidelma no sentía inquietud. Encontró el bote y subió, desató la cuerda de amarre y ayudándose de los remos se fue alejando del muelle de madera. Le costó un poco desarmar los remos y avanzar con bogas firmes en dirección al barco.
No se oía ni un sonido y la oscuridad se intensificaba con una capa de nubes bajas. Ni siquiera se percibían los sonidos de las aves nocturnas o los chapoteos de algunas criaturas acuáticas. Sólo los golpes de los remos y el murmullo del agua mientras ella impulsaba el bote sobre las aguas quietas rompían el silencio.
– ¡Hey!
Fidelma reconoció el saludo de Odar al acercarse al barco.
– ¡Soy yo! ¡Fidelma! -respondió acercando el bote al costado.
Unas manos dispuestas la ayudaron a subir y amarrar su bote.
Odar y Eadulf estaban en la cubierta y desde allí la saludaron.
– Estábamos preocupados por vos -dijo Eadulf en tono brusco-. Esta tarde hemos tenido una visita.
– ¿Olcán? -se interesó Fidelma.
Odar hizo un gesto afirmativo.
– ¿Cómo lo sabéis? -preguntó.
– También vino a la abadía a hacer preguntas. Yo creo que sabe que Eadulf y Comnat han escapado. Estaba especialmente interesado en saber adónde había ido Ross.
– Yo desconfié de él inmediatamente -confirmó Odar-. Escondimos al hermano Eadulf abajo cuando él subió a bordo.
– ¿Sospechó algo?
– No -respondió Odar-. Le dije que Ross se había ido a hacer algún negocio por la costa. Hizo ver que comprobaba el derecho que tenía Ross a quedarse con el barco por haberlo rescatado.
– Excelente -aprobó Fidelma-. Eso encaja con lo que yo le dije. Yo creo que los conspiradores están definitivamente preocupados de que Eadulf o Comnat puedan dar la alarma antes de que sus planes estén listos del todo.
Odar se encaminó hacia el camarote del capitán y Eadulf fue tras Fidelma.
– ¿En tal caso no sería prudente marcharnos enseguida de aquí? -preguntó Odar.
Fidelma dio una respuesta negativa con la cabeza.
– Yo todavía tengo que cumplir con mi deber en la abadía. Y creo que estoy cerca de resolver finalmente este misterio.
– ¿Pero seguro que sabemos quién es el responsable del asesinato de Almu? -inquirió Eadulf-. Odar me estaba explicando lo que había acontecido en la abadía y parece lógico que Almu murió a manos del joven de las minas de cobre que la ayudó a escapar. Que hiciera eso y luego detuviera cualquier intento de búsqueda indica que era alguien de un cierto rango, tal vez un jefe. Parece que Olcán sea el culpable.
– ¿Al ver a Olcán lo reconocisteis?
– No -admitió Eadulf-. Pero parece que encaja.
Fidelma sonrió burlonamente a Eadulf.
– Habéis estado ocupado -dijo divertida-. El problema de vuestra teoría, Eadulf, es que no aporta un motivo. ¿Por qué dejar escapar a Almu y luego matarla? Para toda acción hay un motivo, aunque el motivo sea la locura. Olcán no me parece un loco. ¿Cómo explicaríais la muerte de Síomha?
Eadulf se encogió de hombros.
– Ese crimen todavía no lo he resuelto.
Fidelma esbozó una sonrisa.
– Entonces quizá yo pueda informaros, Eadulf. Por la mañana necesitaré vuestra ayuda. Hay un lugar misterioso debajo de la abadía en el que tengo que entrar y no puedo hacerlo sola. Vos conocéis mis métodos. Ya habéis trabajado conmigo. Vuestra ayuda puede ser muy valiosa.
Eadulf observó a Fidelma detenidamente. Conocía aquella expresión. Estaba claro que no iba a conseguir más información de ella hasta que estuviera lista. Suspiró.
– ¿No sería mejor esperar a que regresara Ross antes de embarcarnos en ese asunto?
– Cuanto más tiempo dejemos pasar, mayor facilidad tendrán para escapar los responsables de las muertes de Almu y Síomha. No, antes del amanecer, mañana, quiero que nos encontremos al pie de la torre de la abadía. Y tened cuidado. Id antes de que se haga de día, porque siempre hay una hermana en la torre vigilando el reloj de agua.
– ¿Por qué no esta noche?
– Porque desconfío de la doirseór, sor Brónach. Sabe que estuve fuera la pasada noche y creo que sospecha de mí y me vigila de cerca.
– ¿Creéis que está involucrada?
– Tal vez. Aunque involucrada en qué, no estoy todavía segura. ¿Implicada en la conspiración de insurrección? ¿O implicada en los asesinatos? No lo sé.