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– ¿Y cuándo sucedió eso? -preguntó Fidelma.

– Hace cuatro días -contestó Máil frunciendo el ceño-. ¿Por qué es tan importante saber las fechas exactas? ¿Os habéis puesto a escribir una crónica, hermana?

– ¿Una crónica? -Fidelma se rió irónicamente divertida, haciendo que los otros se la quedaran mirando sorprendidos-. Ah, amigo mío, estáis tan cerca de la verdad… ¿Cuatro días? -Fidelma estaba satisfecha-. Entonces, creo, Beccan -se giró hacia el anciano juez-, que no tenemos que demorarnos más. Estoy preparada para defender un caso para identificar a la persona responsable de las terribles muertes ocurridas en esta abadía, en cuanto lo deseéis.

– ¿Qué? -dijo la abadesa Draigen-. ¿Seguro que ya está todo aclarado? Fue el hijo de Eoganán el responsable; Torcán de los Uí Fidgenti. Seguro que Beccan está de acuerdo…

– ¿Está Torcán, el hijo de Eoganán, aquí? -interrumpió Máil, con rostro impaciente, dirigiéndose a la abadesa-. Tengo órdenes, de llevarlo a Cashel. Hay que encarcelarlo por su implicación en la conspiración de su padre.

– No, está muerto -explicó Fidelma-. Adnár, el jefe local, mató a Torcán cuando éste intentaba matarme.

Olcán, el hijo de Gulban, también está aquí, retenido como prisionero por Adnár, por formar parte de la insurrección.

– Entiendo -dijo Máil, mostrando claramente que aquellos acontecimientos se le escapaban.

– Lo entenderéis todo -dijo Fidelma sonriendo-. Al menos, eso espero, cuando exponga el caso ante Beccan. Ahora estoy preparada para hacerlo.

– Muy bien -accedió el anciano juez-. Reuniremos un tribunal en los edificios de la abadía esta tarde. Haced una lista de todos aquellos que queréis que estén presentes, hermana, y nos encargaremos de que asistan.

Capítulo XIX

La duirthech, la capilla de madera de la abadía de El Salmón de los Tres Pozos, fue el lugar elegido por Beccan para celebrar la vista. Se había situado la silla de roble trabajado de la abadesa delante del altar, justo enfrente de la alta cruz de oro. Allí se sentó Beccan. Su escriba personal se sentó en un taburete a su derecha para anotar la declaración que Fidelma iba a presentar. Fidelma se sentó en uno de los primeros bancos, a la derecha de la nave central de la capilla, con Eadulf a su lado. Ross estaba sentado de espectador detrás de ellos, junto con el hermano Cullín de Mullach. Detrás de ellos se sentaba Adnár y el hermano Febal. Junto a ellos se sentaba el viejo granjero, Barr, a quien Fidelma había citado. Luego, detrás, sentado entre dos guerreros de los Loígde, estaba el abatido joven Olcán.

En los bancos del lado opuesto de la nave, se sentaba la abadesa Draigen, segura de sí misma, con sor Lerben y, junto a ésta, sor Comnat. Detrás de ellas estaba sor Brónach y la insegura sor Berrach. Los bancos posteriores de la capilla estaban llenos con todos los miembros de la comunidad que se habían podido apretujar en el edificio. En la puerta estaba Máil y dos guerreros más.

Se habían encendido unas linternas en la duirthech; su luz vacilante se reflejaba en el oro de la cruz del altar y los muchos iconos y adornos sobre la pared. No sólo desprendían luz sino también calor, por lo que no había sido necesario encender el brasero a pesar del frío que hacía fuera.

Beccan abrió el proceso anunciando que presidía el tribunal para oír las pruebas reunidas por Fidelma, como dálaigh de los tribunales, respecto a las causas de la muerte de las dos hermanas de la comunidad. Él podía, basándose en las pruebas que presentara Fidelma, considerar si los que ella declaraba culpables tenían que defenderse. Si así era, se les llevaría a Cashel para ser juzgados posteriormente.

Después de acabadas las formalidades, Beccan indicó a Fidelma que podía comenzar.

Fidelma se levantó y pronunció el ritual Pace tua, que significaba «con vuestro permiso» pero luego se quedó un rato en silencio, con las manos juntas delante de ella, la cabeza ligeramente bajada como si observara algo en el suelo, mientras meditaba.

– Pocas veces he encontrado tanta tristeza alojada en un lugar como en esta abadía -fueron las palabras con las que empezó Fidelma y que resonaron con severidad en los extremos de los edificios e hicieron que la comunidad se agitara en la parte posterior de la capilla-. Hay mucho odio en este lugar, y eso no es compatible con una casa dedicada a la fe. He encontrado en esta comunidad prueba viviente de las palabras del salmo «que sus bocas eran tan suaves como mantequilla pero sus corazones eran guerra, sus palabras eran más suaves que el aceite, sin embargo eran espadas desenvainadas».

La abadesa Draigen iba a hablar, pero el brehon Beccan la hizo callar con un gesto rápido.

– Esto es un tribunal, no una capilla, y en este lugar seré yo quien diga quién puede intervenir -advirtió-. La dálaigh está presentando sus comentarios preliminares. Sus palabras se podrán recusar a su debido tiempo, tal como os indicaré.

Fidelma continuó como si la interrupción no se hubiera producido.

– La abadesa Draigen pidió al abad Brocc de Ros Ailithir que le enviara a un dálaigh. Se había descubierto un cadáver decapitado en el pozo principal de la abadía. Había algunas cosas en relación con este cadáver decapitado que poseían un significado especial. En la mano derecha tenía un crucifijo y atada en la izquierda una varilla de álamo con unas inscripciones en ogham, es decir un , una varilla para medir las tumbas. La inscripción en ogham se refería a la diosa pagana de la muerte y las batallas, la Mórrígú. El simbolismo de esto, tal como me informó sor Brónach, consistía en que se acusaba a alguien de asesino o suicida.

– Unos días después, la administradora de la abadía, sor Síomha, fue encontrada igualmente decapitada, con el mismo simbolismo. Desde el principio, se me informó de que la única persona que tenía un motivo era la abadesa Draigen. Me dijeron que tenía reputación de que le atraían las jóvenes novicias…

Esta vez Draigen se levantó y empezó a protestar en voz alta pero Beccan, con tono firme, la acalló.

– He dicho que tendréis la oportunidad de responder luego. No volváis a interrumpir; si no, tengo poder para poneros una multa por no hacer caso de las reglas de este tribunal.

Cuando la abadesa Draigen se sentó con brusquedad, Fidelma continuó con un movimiento cortante de su mano.

– Pero había muchas historias, la mayoría nacidas de la malicia o, como he averiguado, de otros siniestros propósitos. Si Draigen hubiera sido culpable de tan mala conducta no hubiera recurrido al abad Brocc para que le enviara un dálaigh a investigar los crímenes. Sin embargo la abadesa prefiere la regla de los Penitenciales a nuestras leyes seculares. Este misterio me intrigó hasta que me di cuenta de que la solución era simple y ella la admitió. La abadesa recurrió a Brocc pidiendo un dálaigh simplemente porque no quería que su hermano, Adnár, que era el magistrado local, tuviera poder alguno sobre esta abadía.

La abadesa la miró con el ceño fruncido pero no respondió. Fidelma continuó.

– Mi primera tarea fue identificar el primer cadáver decapitado. Era el de una joven cuyos dedos pulgar, índice y meñique estaban manchados de azul. Eso es propio de alguien que se dedica a la escritura. Cuando me enteré de que dos hermanas de la comunidad, sor Comnat, la bibliotecaria, y sor Almu, su joven ayudante, faltaban de la abadía, sospeché que el cuerpo pertenecería a la segunda. Habían marchado hacía tres semanas hacia el monasterio de Ard Fhearta y no habían regresado. Resumiendo, mi sospecha resultó ser cierta. Era el cuerpo de Almu.