Fidelma hizo una pausa al ver que el escriba de Beccan tenía dificultades para seguirla.
– El compañero de Síomha acababa de llegar a la segunda cueva cuando surgió una complicación. Sor Almu regresó inesperadamente a la abadía. Cosas del destino: sor Comnat y sor Almu habían sido capturadas y hechas prisioneras porque habían descubierto la conspiración de Gulban, el jefe de los Beara para ayudar a los Uí Fidgenti en una insurrección contra Cashel. Eran unos acontecimientos no relacionados.
Sor Almu intentó escapar. Había un joven príncipe Fidgenti en el lugar donde estaban confinadas las hermanas. Almu, a quien habían azotado después de haberlo intentado una primera vez, sabía que tenía pocas posibilidades de escapar de los límites de las minas de cobre, donde estaba prisionera, a menos que consiguiera ayuda. Empezó a congraciarse con este joven. Almu, aunque yo no la conocía, debía de ser astuta. Le explicó la historia del ternero de oro y le prometió compartir el secreto, sin saber que su amiga ya la había traicionado.
– Supongo que ese príncipe es Torcán -intervino Beccan.
– Así es -admitió Fidelma-. Torcán, por avaricia, llevó a Almu a la abadía. Acordó con ella encontrarse más tarde en la granja de Barr. Inocentemente, Almu regresó. ¿Qué iban a hacer Síomha y su compañero? Sabemos lo que le pasó. Torcán estaba esperando en la granja. Podéis imaginar su preocupación cuando ella no apareció. Probablemente pensó que lo había traicionado. Esperó allí toda la noche.
No supo nada al día siguiente y se fue. Pero luego volvió. Se enteró de que se había descubierto un cadáver en la abadía. Torcán le pagó al granjero para que fuera allí y dijera que su hija había desaparecido, y pidiera ver el cuerpo por si era ella. El granjero no tenía ninguna hija, ni desaparecida ni nada. El granjero regresó y dio una descripción del cadáver. A pesar de que estaba decapitado, Torcán supo quién era. Barr confirmará todo esto, por cierto.
Las miradas se posaron en el granjero, que estaba inquieto y bajaba la mirada.
– ¿Torcán reconoció la descripción del cadáver y nosotras no? -espetó la abadesa Draigen con cinismo-. Eso es mucho creer.
– Pero es la verdad. Todas estaban engañadas por la negación de sor Síomha, que era su amiga. Almu sin duda había dicho a Torcán que su amiga Síomha conocía el secreto. Cuando éste supo que Síomha no había sido capaz de identificar a Almu empezó a sospechar que Síomha quería quedarse con el tesoro.
– ¿Queréis decir que sor Síomha mató a Almu? -De nuevo la abadesa Draigen estaba de pie, preguntando con tono asombrado, olvidándose de las reprobaciones del brehon.
– Si no realizó el acto, al menos fue cómplice. Empecé a sospechar de la implicación de Síomha por estos hechos: primero, era una buena amiga de Almu, pero dijo que definitivamente aquél no era el cuerpo de su amiga. Es posible que no reconociera el cadáver, pero también es improbable que lo descartara. Segundo, sin duda Síomha mintió cuando dijo a sor Brónach que había sacado agua del pozo poco antes de que se encontrara el cadáver. El cuerpo de Almu tuvo que bajarse al pozo antes de que se hiciera de día; si no, los riesgos hubieran sido muchos. Una tercera cuestión me hizo pensar que Síomha estaba implicada, y fueron los errores de cálculo de aquella noche en el reloj de agua.
– ¿Errores? -inquirió Draigen duramente.
– Se decía que Síomha era muy meticulosa. La noche de la muerte de Almu, cometió varios errores que sor Brónach me comentó de pasada. Dicho de otro modo, en algún punto, Síomha tuvo que abandonar el reloj de agua para ir a ayudar a su compañero a deshacerse de Almu. Veréis, Almu fue o fue atraída abajo, hasta la cueva excavada, pues tenía barro rojizo en las uñas. Según me dijeron, el mismo barro que tenía en el cuerpo antes de que la lavaran para enterrarla. Sor Síomha había descuidado las principales secuencias de tiempo y luego tuvo que amañarlas. Unos errores que vio sor Brónach cuando hizo la guardia siguiente por la mañana.
– ¿Por qué no vino Torcán inmediatamente a la abadía a buscar el ternero de oro? -preguntó Beccan.
– Torcán tenía que ir unos días a las minas de cobre, debido a que estaba implicado en la conspiración. Cuando regresó a la fortaleza de Adnár y contactó con sor Síomha, pensó que sólo estaba tratando con ella y le exigió que le llevara una copia del libro donde estaban las referencias que necesitaba. No sabía qué libro era. Síomha, aprovechando esto, le envió una copia de los anales de Clonmacnoise. Además, sospechando que Torcán probablemente la traicionaría, decidió enviar el libro a través de sor Lerben. Tomó una precaución más: Síomha cortó las dos páginas esenciales del libro Teagasg Rí, que todavía estaba en la biblioteca, y se las dio a su compañero.
Por casualidad, resulta que me dirigía a la fortaleza de Adnár pocos momentos antes de que Torcán esperara a Síomha por aquel camino del bosque con la copia del libro. Me tomaron por Síomha y me dispararon. Casi no escapo de la flecha lanzada a Síomha. Cuando Torcán y sus hombres se dieron cuenta del error intentaron ocultarlo diciendo que estaban cazando y me habían tomado por un ciervo. Era una historia poco creíble. Y mi sospecha se vio confirmada cuando poco después apareció sor Lerben por el camino del bosque con un libro que debía entregar a Torcán.
Sor Lerben estaba sentada con el rostro casi del color de la nieve.
– ¡Me podían haber matado! -espetó.
Fidelma no le hizo caso y continuó.
– Torcán no tardó mucho en darse cuenta de que lo habían engañado. Fue en busca de Síomha.
– ¿Y la mató? -preguntó Beccan.
– No. El compañero de Síomha en esta intriga se había dado cuenta de que Síomha era un problema.
– Ah, el compañero -dijo Beccan-. Me olvidaba de este misterioso compañero.
– Síomha era el enlace abierto con este compañero. Así que había que matar a Síomha para evitar que Torcán descubriera la verdad.
– ¿Y quién era este compañero? -preguntó Draigen-. Habéis hablado mucho de esa persona, pero no la habéis identificado.
– El compañero era el amante de Síomha. El responsable de los asesinatos de Almu y Siomha.
La capilla estaba tensa y expectante.
– En ambos crímenes esta persona había tenido la idea de presentar los cadáveres de manera que consiguiera un doble propósito. Colocaría algún simbolismo en los cuerpos para despistar al investigador y, al mismo tiempo, sembraría el miedo en la comunidad de la abadía, tal vez incluso con la esperanza de que ese miedo hiciera que muchos miembros se marcharan de aquí, creyendo que estaba bajo una maldición pagana. Así que decapitó a las víctimas, les ató un fé en un brazo y les puso un crucifijo en una mano.
»Por aquel entonces, por supuesto, Torcán no tenía mucho que ver con la insurrección de su padre contra Cashel. Tal vez nunca lo supo. Le preocupaba obtener una fortuna personal que lo hubiera hecho rico y le hubiera permitido obtener poder. Su avaricia venció su sentido común. Sabía que yo estaba sobre la pista de este misterio y utilizó al joven Olcán como señuelo; lo envió a la abadía y al barco galo a hacer algunas preguntas que lo harían sospechoso.
»Torcán me vigilaba de cerca. Confieso que no sabía cuan de cerca. Nos siguió a Eadulf y a mí al interior de la cueva cuando descubrimos la entrada de la llamada cueva del tesoro. Nos siguió y dejó inconsciente a Eadulf de un golpe. Sospecho que pensaba que ya habíamos descubierto el ternero de oro y quería atemorizarme para que le revelara lo que él creía que yo sabía.