– Adnár dice que Torcán estaba a punto de mataros cuando él intervino para salvaros la vida -indicó Beccan.
– Adnár se equivoca. No se puede cargar ninguna muerte a Torcán. Sólo un intento cuando pensó que yo era Síomha. Torcán no me hubiera matado en la cueva hasta que hubiera conseguido la información que yo pudiera darle sobre el ternero de oro.
– Habéis dicho que el misterioso compañero de Síomha era su amante. Parece que estáis señalando hacia Adnár.
– ¡El amante de Síomha! -La abadesa Draigen se había dado media vuelta para mirar a su hermano con asco-. Tenía que haberlo sospechado.
– ¡No es así! -gritó Adnár-. Nunca fui el amante de Síomha.
– Sin embargo, Síomha pasaba mucho tiempo en vuestra fortaleza, especialmente durante las tres últimas semanas -replicó sor Lerben-. Así se lo dije a sor Fidelma.
Un murmullo inquieto se apoderó de la sala.
– Estáis equivocados -dijo Fidelma-. Adnár no era el amante de Siomha.
Se hizo un silencio tenso.
– Me desconcertáis, sor Fidelma -dijo Beccan-. ¿De quién estáis hablando entonces?
– Por pura casualidad, en realidad fue sor Berrach quien lo vio justo después de que matara a Siomha. De hecho, estaba precisamente bajando la cabeza mutilada de Siomha al subterraneus. Berrach vio una figura encapuchada. Pensad. Sólo una persona alimentó a Adnár con mentiras acerca de Draigen; sólo una persona intentó influenciarme con las mismas mentiras; sólo una persona que ha sido la serpiente sutil que ha ido susurrando aquí y allí y guiando a la gente en esta tragedia; sólo una persona que no es de esta comunidad y sin embargo puede llevar capucha.
El hermano Febal se levantó de un salto y se abrió paso a empujones hasta la ventana de la duirthech.
El guerrero Máil y sus hombres estaban junto a ella, y lo retuvieron cuando intentaba treparla.
Se oyeron gritos de asombro y horror.
Adnár se quedó pálido y tembloroso al ver que ataban a Febal.
– El hermano Febal os dijo que era Torcán el que estaba detrás de todo, ¿no es así? -preguntó Fidelma a Adnár-. Febal es muy bueno difundiendo historias. Os dio las dos páginas que había sacado del Teagasg Rí…
– Pensaba que habíais dicho que encontrasteis las dos páginas en el cuerpo de Torcán -intervino entonces Beccan.
– Eso he dicho. ¿Cómo llegaron allí? El hermano Febal se las dio a Adnár.
– Dijo que las había encontrado en las alforjas de Torcán -admitió Adnár.
– ¿Acaso os sugirió que las colocarais en el cuerpo de Torcán?
Adnár inclinó la cabeza.
– Yo realmente creía que os iba a matar. Yo creí en todo lo que me dijo Febal. Pero fue idea mía dejar las hojas en el cuerpo de Torcán. Cuando entramos en la gran cueva, pensé que tal vez no tuvierais todas las pruebas que necesitabais para culpar a Torcán. Febal dijo que había encontrado las páginas en las alforjas de Torcán y entonces yo decidí colocarlas en su cuerpo para que vos las encontrarais.
– Ya lo sé. Pusisteis una excusa para acercaros de nuevo al cadáver, mientras yo curaba al hermano Eadulf, y colocar las páginas en su cuerpo.
Adnár estaba sorprendido.
– ¿Cómo lo sabéis?
– No es ningún misterio. Recordáis que me incliné para examinar a Torcán antes de sacar al hermano Eadulf a la otra cueva. Cuando regresé con Eadulf, después de que vos hubierais vuelto, vi un bulto; eran las páginas bajo la camisa de Torcán. Sabía que no estaban ahí cuando comprobé que estaba muerto. Era obvio que las habíais colocado vos allí.
– Así pues -interrumpió Beccan con un suspiro-, ¿queréis decir que Adnár no es culpable de estar involucrado en este asunto? ¿Que lo ha manipulado y engañado el hermano Febal?
– Adnár no es culpable de estar involucrado en los asesinatos de Almu y Síomha; tampoco sabía realmente el asunto del ternero de oro. Sin embargo, es culpable de complicidad en la conspiración contra Cashel.
Adnár se levantó mirando desesperado a su alrededor.
– ¡Pero yo os advertí al respecto! -protestó-. Yo os advertí de la insurrección antes de que se supiera.
– Así es -susurró el hermano Eadulf-. Nos advirtió de ello.
Fidelma no le hizo caso.
– Sí, Adnár -dijo Fidelma-. Me advertisteis cuando ya casi había fracasado. Llegaron unos mensajeros a vuestra fortaleza a primera hora de aquella mañana, la mañana en que decidisteis arrestar a Olcán y seguir a Torcán hasta la cueva. Fueron a informaros a vos y a Torcán de que Gulban había muerto y de que los mercenarios francos y sus armas habían sido destruidos. En realidad yo los vi llegar cuando me dirigía a encontrarme con el hermano Eadulf. Tal vez eso fue lo que impulsó a Torcán a salir a escena y venir a la abadía en una última búsqueda desesperada del ternero de oro.
Por la expresión de Adnár, estaba claro que Fidelma había dado en el clavo.
– Sabíais que pronto tendríais que defenderos de la acusación de conspiración. Para mostrar vuestra lealtad, primero apresasteis al hijo de Gulban, Olcán, quien de hecho es inocente de cualquier complicidad en la insurrección. Luego seguisteis a Torcán hasta aquí y pudisteis advertirme de la insurrección sabiendo que Gulban había fracasado.
Beccan susurró algo a su escriba y luego se giró hacia Fidelma.
– Permitidme que resuma esto, hermana. Adnár no es culpable de matar a las hermanas Almu y Síomha. ¿Pero lo que insinuáis es que mató a Torcán creyendo que era justificable?
– Resulta confuso -admitió Fidelma-, pero el hecho es que, mientras creía que Torcán era culpable del asesinato de Almu y Síomha, también lo mató con premeditación para evitar que revelara que él, Adnár, formaba parte de la insurrección. Por lo tanto, es culpable de asesinato.
Se hizo un momento de silencio y luego Adnár empezó a protestar.
– No podéis probar que yo estaba enterado del complot y de lo que estaba sucediendo en las minas de cobre.
– Creo que sí puedo -le aseguró Fidelma-. Veréis, cuando entrasteis en la cueva y matasteis a Torcán, fuisteis capaz de reconocer al hermano Eadulf por su nombre. ¿Cómo ibais a saber quién era si no supierais lo que estaba sucediendo en las minas de cobre y que acababa de escapar de allí?
Adnár hizo ademán de hablar pero dudó, con la culpabilidad escrita en la cara. Se sentó bruscamente como si las fuerzas lo hubieran abandonado.
Beccan miró satisfecho a Fidelma.
– ¿Esto deja al hermano Febal como el asesino de Almu y Síomha?
– Así es. Mató a Almu y colocó pistas falsas. Cuando Torcán se acercó a él, sacrificó a Síomha. Y Síomha era su amante. -Miró a sor Lerben-. Síomha no visitaba a Adnár en Dún Boí, como pensabais, sino a Febal.
El hermano Febal estaba con las manos atadas entre los dos guerreros. Empezó a reír, con un cierto tono de histeria.
– ¡Muy lista, dálaigh! ¿No os dije yo que todas las mujeres estabais unidas? Bien, dálaigh, decidme una cosa; ¿dónde está el ternero de oro ahora? Si he hecho tanto para encontrarlo, ¿dónde está ahora?
El brehon Beccan dirigió su mirada a Fidelma.
– Como parece que ya tenemos bastantes pruebas y confesiones, Febal ha planteado algo interesante. ¿Dónde está ese fabuloso ternero de oro que ha costado tantas vidas?
Fidelma se encogió de hombros.
– Desgraciadamente, eso es un misterio que no se resolverá nunca.
Todos se mostraron sorprendidos.
– ¿Queréis decir que mi sacrificio ha sido en vano? -preguntó Febal en tono muy alto.