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Colocó pedazos de madera bajo la puerta para que se mantuviera cerrada.

– ¿Detenido? -preguntó Mary Beth-. ¿Entonces qué haces aquí?

Por fin habló la pelirroja. Con una voz balbuceante dijo:

– Lo saqué de la cárcel. Para que pudiéramos encontrarte y traerte de vuelta. Para que ratificaras su historia del hombre del mono.

– ¿Qué hombre?

– En Blackwater Landing. El hombre del mono castaño, el que mató a Billy Stail.

– Pero… -la chica sacudió la cabeza-. Garrett mató a Billy. Lo golpeó con una pala. Yo lo vi. Sucedió justo delante de mí. Después me secuestró.

Mary Beth nunca había visto una expresión semejante en otro ser humano. Una conmoción y pena sin igual. La pelirroja comenzó a dirigirse hacia Garrett cuando algo le llamó la atención: las hileras de botes de frutas y vegetales Farmer John. Caminó lentamente hacia la mesa, como si fuera sonámbula y cogió uno. Miró la imagen en la etiqueta, un alegre granjero rubio con un mono castaño y una camisa blanca.

– ¿Lo inventaste? -le susurró a Garrett, levantando el bote-. No había tal hombre. Me mentiste.

Garrett se adelantó, rápido como un saltamontes para sacar un par de esposas del cinto de la pelirroja. Las cerró alrededor de las muñecas de Sachs.

– Lo lamento, Amelia -dijo-. Pero si te hubiera contado la verdad nunca me hubieras sacado de la cárcel. Era la única manera. Tenía que volver aquí. Tenía que volver a Mary Beth.

Capítulo 36

ENCONTRADO EN LA ESCENA SECUNDARIA DEL CRIMEN – EL MOLINO

Pintura marrón en los pantalones

Drosera

Arcilla

Musgo de turba

Zumo de frutas

Fibras de papel

Cebo de bolas malolientes

Azúcar

Canfeno

Alcohol

Keroseno

Levadura

Obsesivamente, los ojos de Lincoln Rhyme recorrían el diagrama de evidencias. De arriba a bajo, de abajo arriba.

Luego, otra vez.

¿Por qué demonios el cromatógrafo tardaba tanto?, se preguntó.

Jim Bell y Mason Germain estaban sentados cerca, ambos en silencio. Lucy había llamado unos minutos antes para contar que habían perdido el rastro y que esperaban al norte del remolque, en la localización C-5.

El cromatógrafo retumbó y todos los que estaban en el cuarto permanecieron quietos, a la espera de los resultados.

Largos minutos de silencio, rotos por fin por la voz de Ben Kerr. Habló con Rhyme en un murmullo.

– Solían llamarme así, sabe. Como usted está pensando.

Rhyme lo miró.

– «Big Ben». Como el reloj de Londres. Probablemente usted lo pensó también.

– No lo pensé. ¿Quieres decir en la escuela?

Ben asintió.

– En el instituto. Cuando tenía dieciséis años ya medía un metro noventa y pesaba ciento veinticinco kilos. Se reían mucho de mí. «Big Ben». Otros apodos también. De manera que nunca me sentí verdaderamente cómodo con mi apariencia. Pienso que quizá por eso me comporté de esa manera cuando lo vi.

– Los chicos te las hicieron pasar canutas, ¿eh? -preguntó Rhyme, admitiendo sus disculpas.

– Seguro que sí. Hasta que en los últimos años me incorporé al equipo de lucha e inmovilicé a Darryl Tennison en tres segundos con dos y a él le llevó más tiempo recuperar el aliento.

– Falté bastante a las clases de Educación Física -le contó Rhyme-. Conseguía que el doctor y mis padres me hicieran notas para librar, muy buenas notas debo decir, y me escabullía al laboratorio.

– ¿Hacía eso?

– Por lo menos dos veces por semana.

– ¿Y realizaba experimentos?

– Leía mucho, jugueteaba con el equipo… Unas pocas veces jugueteé también con Sonja Metzger.

Thom y Ben se rieron.

Pero Sonya, su primera novia, le hizo recordar a Amelia Sachs y no le gustó la dirección de sus pensamientos.

– Bien -dijo Ben-. Aquí estamos -la pantalla del ordenador había cobrado vida con los resultados de la muestra de control que Rhyme le había pedido. El hombretón movió la cabeza-. Esto es lo que tenemos: una solución al cincuenta y cinco por ciento de alcohol. Agua, muchos minerales.

– Agua de pozo -dijo Rhyme.

– Muy probablemente -el zoólogo continuó-: Luego hay vestigios de formaldehído, fenol, fructuosa, dextrosa y celulosa.

– Es suficiente para mí -anunció Rhyme. Pensó: «El pez puede estar todavía fuera del agua, pero le crecieron pulmones». Anunció a Bell y Mason-: Me equivoqué. Cometí un gran error. Vi la levadura y supuse que provendría del molino, no del lugar donde Garrett tiene oculta a Mary Beth. Pero ¿por qué tendría un molino provisiones de levadura? Sólo las tienen las panaderías… O -levantó una ceja hacia Bell- algún lugar donde destilen eso.

Señaló con la cabeza la botella que estaba sobre la mesa. El líquido que contenía era el que Rhyme pidió a Bell que fuera a buscar al sótano del Departamento del Sheriff. Era un licor ilegal al 110 por ciento, proveniente de una de las botellas de zumo que Rhyme vio que un policía guardaba cuando entraba al cuarto de las evidencias transformado en laboratorio. Eso era lo que Ben acababa de pasar por el cromatógrafo.

– Azúcar y levadura -continuó el criminalista-. Esos son los ingredientes del licor, y la celulosa de esa partida de licor ilegal -siguió Rhyme, mirando la pantalla del ordenador- proviene probablemente de las fibras de papel; supongo que cuando se hace este tipo de licor, hay que filtrarlo.

– Sí -confirmó Bell-. La mayoría de los destiladores utilizan filtros de café corrientes.

– Justo como la fibra que encontramos en las ropas de Garrett. La dextrosa y la fructuosa, azúcares complejos que se encuentran en la fruta, provienen del zumo de frutas que queda en las botellas. Ben dijo que era acre, como el zumo de arándano agrio de los pantanos. Y tú me dijiste, Jim, que esas botellas son las más usadas para envasar el licor. ¿Cierto?

– Ocean Spray.

– De manera que… -resumió Rhyme-, Garrett esconde a Mary Beth en la cabaña de un destilador ilegal, presumiblemente abandonada después de la incursión de los inspectores.