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El juez puso los ojos en blanco para mostrar que la maña de los yanquis no contaba para nada en su jurisdicción. Sin embargo, miró al fiscal y preguntó:

– ¿Bien?

El fiscal de distrito le preguntó a Geberth:

– ¿Qué tipo de evidencia? ¿Un nuevo testigo?

Rhyme no se pudo controlar más.

– No -dijo-. Evidencia física.

– ¿Usted es el Lincoln Rhyme del que he oído hablar? -preguntó el juez.

Como si hubiera dos criminalistas inválidos haciendo su trabajo en el estado de Carolina del Norte.

– Lo soy, sí.

El fiscal preguntó:

– ¿Dónde está esta evidencia?

– Bajo mi custodia, en el Departamento de Policía del condado de Paquenoke -dijo Lucy Kerr.

El juez le preguntó a Rhyme:

– ¿Consiente en dar testimonio bajo juramento?

– Ciertamente.

– ¿Está de acuerdo, señor fiscal? -preguntó el juez.

– Lo estoy, Señoría, pero si es una maniobra táctica o si la evidencia resulta irrelevante, presentaré una acusación de interferencia contra el señor Rhyme.

El juez pensó unos instantes y luego dijo:

– Para que conste, esto no es parte de ninguna audiencia. La corte se limita a prestarse a las partes para que se haga una deposición anterior al arreglo. El examen se realizará de acuerdo a las normas de procedimiento penal de Carolina del Norte. Tome juramento al declarante.

Rhyme se colocó frente al juez. Cuando un empleado se acercó, inseguro, llevando la Biblia en la mano, el criminalista dijo:

– No, no puedo levantar mi mano derecha -luego recitó-: Juro que el testimonio que voy a prestar es la verdad, de acuerdo a mi solemne juramento -trató de captar la mirada de Sachs, pero ella tenía la vista puesta en los desvaídos mosaicos del suelo de la sala.

Gerberth caminó hacia el frente de la sala.

– Señor Rhyme, puede darnos su nombre, domicilio y ocupación.

– Lincoln Rhyme, 345 Central Park West, ciudad de Nueva York. Soy criminalista.

– Eso es más que un científico forense, ¿no es cierto?

– Algo más que eso, pero la ciencia forense constituye el núcleo de lo que hago.

– ¿Y cómo conoció a la acusada, Amelia Sachs?

– Ha sido mi asistente y compañera en una cantidad de investigaciones criminales.

– ¿Y cómo llegaron a Tanner's Corner?

– Estábamos ayudando al sheriff James Bell y al departamento de policía del condado de Paquenoke. Investigábamos el asesinato de Billy Stail y las desapariciones de Lydia Johansson y Mary Beth McConnell.

Geberth preguntó:

– Entonces, señor Rhyme, ¿dice que tiene nuevas evidencias que presentar en este caso?

– Sí, así es.

– ¿Cuál es esa evidencia?

– Después de que supimos que Billy Stail había ido a Blackwater Landing a matar a Mary Beth McConnell comencé a preguntarme por qué lo habría hecho. Llegué a la conclusión de que le habían pagado para hacerlo. Él…

– ¿Por qué pensó que le pagaron?

– La razón era obvia -gruñó Rhyme. Tenía poca paciencia con las preguntas irrelevantes y Geberth se desviaba de su guión.

– Compártala con nosotros, por favor.

– Billy no tenía una relación romántica de ningún tipo con Mary Beth. No estaba involucrado en el asesinato de la familia de Garrett Hanlon. Ni siquiera la conocía. De manera que no tenía ningún motivo para matarla salvo que fuera por un beneficio económico.

– Siga.

Rhyme continuó:

– Quien lo contrató no le iba a pagar con un talón, por supuesto, sino en efectivo. La policía Kerr fue a la casa de los padres de Billy Stail, quienes le dieron permiso para examinar su cuarto. Descubrió diez mil dólares escondidos bajo el colchón.

– ¿Qué tiene que ver…?

– ¿Por qué no me deja terminar el relato? -preguntó Rhyme al abogado.

El juez dijo:

– Buena idea, señor Rhyme. Pienso que el abogado ha trabajado bien los preliminares.

– Por sugerencia de la oficial Kerr, hice un análisis del borde de fricción, es un examen de las huellas dactilares, de los billetes primero y último del fajo. Encontré un total de sesenta y una huellas latentes. Aparte de las huellas de Billy, dos de esas huellas resultaron ser de una persona involucrada en este caso. La policía Kerr consiguió otra orden judicial para allanar la casa de esa persona…

– ¿También la examinó? -preguntó el juez.

Rhyme contestó con una paciencia forzada:

– No, no lo hice. No era accesible para mí. Pero dirigí la investigación, que fue hecha por la policía Kerr. Dentro de la casa encontró un recibo por la compra de una pala idéntica al arma del crimen y ochenta y tres mil dólares en efectivo, sujetos con unas fajas idénticas a las encontradas alrededor de los dos fajos de billetes en la casa de Billy Stail -teatral como siempre, Rhyme había dejado lo mejor para el final-. La policía Kerr también encontró fragmentos de huesos en la barbacoa de la parte posterior de la casa. Estos fragmentos concuerdan con los huesos de la familia de Garrett Hanlon.

– ¿A quién pertenece la casa de la que habla?

– Al policía Jesse Corn.

De los asientos de la sala de audiencias se elevó un acentuado murmullo. El fiscal siguió impasible, pero se irguió apenas y sus zapatos se movieron sobre el suelo de mosaicos. Susurró a sus colegas, mientras consideraban las implicaciones de la revelación. En la galería los padres de Jesse se miraron, conmovidos; la madre sacudió la cabeza y comenzó a llorar.

– ¿Adonde quiere ir a parar exactamente, señor Rhyme?

Rhyme se resistía a decir al juez que la conclusión era obvia. Dijo:

– Señoría, Jesse Corn era uno de los individuos que conspiraron con Jim Bell y Steve Farr para matar a la familia de Garrett Hanlon hace cinco años y luego para matar a Mary Beth McConnell el otro día.

Oh, sí. Esta ciudad tiene algunas avispas.

El juez se reclinó en su sillón.