– Nathan Groomer. Uno de nuestros policías. Ha estado tratando de dejar el tabaco pero no puede lograrlo del todo.
Sachs suspiró pero consiguió evitar decirles que cualquier policía que fumara en la escena del crimen merecía que lo suspendieran. Examinó el suelo cuidadosamente pero resultó inútil. Cualquier fibra visible, trocitos de papel u otras evidencias físicas habían sido recogidas o llevadas por el viento. Caminó hacia la escena del secuestro de esa mañana, pasó la cinta amarilla y comenzó la cuadrícula alrededor del sauce. Ida y vuelta, luchando contra el mareo provocado por el calor.
– Rhyme, no hay mucho por aquí… pero… espera. Tengo algo -había visto un destello blanco, cerca del agua. Se dirigió hacia allí y tomó cuidadosamente un kleenex doblado. Sus rodillas protestaron, por la artritis que le molestaba desde hacía años. Antes perseguir a criminales que hacer ejercicios de doblar las rodillas, pensó-. Kleenex. Parece similar a los que encontré en casa de Garrett, Rhyme. Sólo que esta vez tiene sangre. Bastante sangre.
Lucy preguntó:
– ¿Piensas que se le cayó a Garrett?
Sachs lo examinó.
– No lo sé. Todo lo que puedo decir es que no pasó la noche aquí. El contenido de humedad es demasiado bajo. El rocío de la mañana casi lo habría desintegrado.
– Excelente, Sachs. ¿Dónde aprendiste eso? No recuerdo haberlo mencionado nunca.
– Sí, lo hiciste -dijo, distraída-. Tu texto. Capítulo doce. Edición rústica.
Sachs descendió hasta el agua, buscó dentro del pequeño bote. No encontró nada. Luego preguntó:
– Jesse, ¿me puedes llevar al otro lado?
Por supuesto que podía, y muy complacido. Ella se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que le soltara la primera invitación a tomar un café. Sin ser invitada, Lucy también subió al esquife y partieron. El trío remó en silencio atravesando el río, que tenía una corriente sorprendentemente agitada.
En la otra orilla Sachs encontró huellas en el barro: los zapatos de Lydia, la fina suela del calzado de enfermera. Y las huellas de Garrett, un pie descalzo y otro en zapatillas de correr con la suela que le era familiar. Siguió las huellas dentro del bosque. Llevaban al refugio de caza donde Ed Schaeffer había sido picado por las avispas. Sachs se detuvo, consternada.
¿Qué diablos había pasado?
– Dios, Rhyme, parece que alguien barrió la escena.
Los criminales usan a menudo escobas y hasta sopladores de hojas para destruir o confundir las evidencias de las escenas del crimen.
Pero Jesse Corn dijo:
– Oh, eso es por el helicóptero.
– ¿Helicóptero? -repitió Sachs, atónita.
– Bueno, sí. El servicio médico, para sacar a Ed Schaeffer.
– Pero la corriente de aire provocada por los rotores arruinó el lugar -dijo Sachs-. La norma de procedimiento exige trasladar al paciente de la escena antes de que baje el helicóptero.
– ¿Norma de procedimiento? -preguntó Lucy Kerr incisivamente-. Perdón, pero estábamos un poco preocupados por Ed. Tratando de salvar su vida, como sabes.
Sachs no respondió. Entró a la choza lentamente para no molestar a la docena de avispas que volaban alrededor de un nido aplastado. Pero los mapas y otras pistas que había visto dentro el policía Schaeffer ya no estaban y el vendaval del helicóptero había mezclado tanto la capa superior del suelo que no tenía sentido tomar una muestra de tierra.
– Volvamos al laboratorio -les dijo Sachs a Jesse y Lucy.
Estaban regresando a la orilla cuando oyeron un estrépito detrás. Un hombre enorme se movió con dificultad hacia ellos desde la maraña de arbustos que rodeaba un grupo de sauces negros.
Jesse Corn sacó su arma pero, antes que hubiera terminado de hacerlo, Sachs tenía el Smittie prestado fuera de la cartuchera, con el gatillo listo y la mira filosa apuntando al pecho del intruso. Este se quedó helado y levantó sus brazos parpadeando de sorpresa.
Tenía barba, era alto y corpulento, llevaba el pelo en una trenza. Vaqueros, camiseta gris, chaleco de lona. Botas. Algo en él le resultaba familiar.
¿Dónde lo había visto antes?
Bastó que Jesse mencionara su nombre para que Sachs se acordara.
«Rich»
Uno del trío que habían visto antes a la salida del edificio del condado. Rich Culbeau, recordaba el inusual nombre. Sachs evocó también cómo él y sus amigos habían mirado su cuerpo con tácita codicia y a Thom con un aire de desprecio; siguió apuntándole con la pistola un momento más largo de lo que hubiera hecho en otra ocasión. Lentamente bajó el cañón del arma hacia el suelo, desmartilló y lo volvió a colocar en su funda.
– Lo lamento -dijo Culbeau-. No tenía intenciones de asustar a nadie. Hola, Jesse.
– Esta es la escena de un crimen. -dijo Sachs.
En su auricular escuchó la voz de Rhyme:
– ¿Quién está allí?
Ella se apartó, susurrando al micrófono:
– Uno de esos personajes de Deliverance que vimos esta mañana.
– Estamos trabajando aquí, Rich -dijo Lucy-. No podemos tenerte en nuestro camino.
– No tengo intenciones de interponerme en vuestro camino -dijo, dirigiendo su mirada hacia los bosques-. Pero tengo tanto derecho a tratar de conseguir esos mil dólares como cualquiera. No podéis evitar que busque.
– ¿Qué mil dólares?
– Diablos -soltó Sachs al micrófono-, hay una recompensa, Rhyme.
– Oh, no. Lo último que necesitamos.
De los factores principales que contaminan las escenas del crimen y obstaculizan las investigaciones, los buscadores de recompensas y recuerdos son los peores.
Culbeau explicó:
– La ofrece la madre de Mary Beth. Esa mujer tiene algún dinero y apuesto que al atardecer, si esa chica no aparece, ofrecerá dos mil dólares. Quizá más -dijo, luego miró a Sachs-. No voy a causar ningún problema, señorita. Usted no es de aquí, me mira y piensa que le merezco poca confianza, la escuché hablar de Deliverance en ese sofisticado aparato que tiene. Por lo demás me gustó más el libro que la película. ¿Lo leyó? Bueno, no importa. Sólo espero que no siga dando demasiada importancia a las apariencias. Jesse, cuéntale quién rescató a esa chica que el año pasado se perdió en el Great Dismal. Ese lugar está lleno de víboras y cazadores furtivos y toda la región la estaba buscando.
Jesse dijo:
– Rich y Harris Tomel la encontraron. Tres días perdida en el pantano. Se hubiera muerto de no ser por ellos.