En los últimos años había vuelto a sentir desesperación y negación.
Ahora estaba lleno de furia. Claro, había dos mujeres jóvenes secuestradas y un asesino en fuga. Estaba ansioso por ir volando a la escena del crimen, caminar por la cuadrícula, recoger evidencias escondidas en el suelo, mirarlas por las extraordinarias lentes de un microscopio combinado, presionar los botones de los ordenadores y demás instrumentos, caminar por el cuarto mientras sacaba sus conclusiones.
Quería ponerse a trabajar sin preocuparse porque el jodido calor pudiera matarlo. Pensó nuevamente en las mágicas manos de la doctora Weaver, en la operación.
– Estás muy callado -dijo Thom con cautela-. ¿Qué estás planeando?
– No estoy planeando nada. Por favor, ¿podrías enchufar el cromátografo de gases y encenderlo? Necesita un tiempo para calentarse.
Thom vaciló y luego caminó hacia el aparato y lo hizo funcionar. Colocó el resto del equipo en una mesa de fibra vulcanizada.
Steve Farr entró a la oficina, arrastrando un enorme acondicionador de aire Carrier. El policía aparentemente era tan fuerte como alto y el único indicio del esfuerzo que hacía era el tono rojizo de sus prominentes orejas.
Jadeó:
– Lo robé de Planeamiento y Zonificación. Esa gente no nos gusta mucho.
Bell ayudó a Farr a instalar la unidad en la ventana y un momento después entraba una corriente de aire frío al cuarto.
Una figura apareció en la puerta, en realidad obturaba la puerta. Era un hombre de más de veinte años. Hombros corpulentos, frente prominente. De un metro noventa de estatura y cerca de los ciento treinta kilos de peso. Por un momento Rhyme pensó que podría ser un familiar de Garrett y que el hombre había venido a amenazarlos. Pero con una voz aguda y tímida dijo:
– Soy Ben.
Los tres hombres lo miraron fijamente mientras él observaba con intranquilidad la silla de ruedas y las piernas de Rhyme.
Bell dijo:
– ¿Qué quieres?
– Bueno, estoy buscando al señor Bell.
– Yo soy el sheriff Bell.
Los ojos del muchacho seguían observando con embarazo las piernas de Rhyme. Desvió rápidamente la mirada, luego aclaró su garganta y tragó.
– Oh, bueno. ¿Soy el sobrino de Lucy Kerr? -parecía que formulaba preguntas en lugar de afirmar.
– ¡Oh, mi asistente forense! -dijo Rhyme-. ¡Excelente! Justo a tiempo.
Otra mirada a las piernas, a la silla de ruedas.
– La tía Lucy no me dijo…
¿Qué dirá ahora? Se preguntó Rhyme.
– …No me dijo nada acerca de un trabajo forense -continuó entre dientes-. Soy sólo un estudiante, estoy en la UNC en Avery. Hum, señor, ¿qué significa «justo a tiempo»? -la pregunta estaba dirigida a Rhyme pero Ben miraba al sheriff.
– Significa: ve a esa mesa. En cualquier minuto llegarán muestras y tienes que ayudarme a analizarlas.
– Muestras… Está bien. ¿Qué clase de peces serán? -preguntó a Bell.
– ¿Peces? -respondió Rhyme-. ¿Peces?
– Lo que pasa, señor -dijo suavemente el hombretón, todavía mirando a Bell-, es que me gustaría mucho ayudar pero debo decir que tengo una experiencia muy limitada.
– No estamos hablando de peces. ¡Estamos hablando de muestras de una escena de crimen! ¿Qué pensabas?
– ¿Escena de crimen? Bueno, no lo sabía -Ben se dirigió al sheriff.
– Puedes hablarme a mí -lo reprendió Rhyme.
Un leve rubor apareció en el rostro del muchacho y sus ojos se aprestaron a atender. Su cabeza pareció temblar cuando se obligó a mirar a Rhyme.
– Yo sólo… Quiero decir… él es el sheriff.
Bell respondió:
– Pero Lincoln dirige las operaciones. Es un científico forense de Nueva York. Nos está ayudando en esta situación.
– Seguro -sus ojos seguían en la silla de ruedas, en las piernas de Rhyme, en el controlador bucal. Volvían a la seguridad del suelo.
Rhyme decidió que odiaba a aquel hombre, que actuaba como si el criminalista fuera la clase más extraña de fenómeno circense.
Una parte de su ser también odiaba a Amelia Sachs, por organizar toda esta distracción, y sacarlo de sus células de tiburón y de las manos de la doctora Weaver.
– Bueno, señor…
– Llámame Lincoln.
– La cosa es que yo me especializo en socio-zoología marina.
– ¿Y qué es eso? -preguntó con impaciencia Rhyme.
– Básicamente el comportamiento de la vida animal en el mar.
Oh, espléndido, pensó Rhyme. No sólo tengo un ayudante que siente fobia ante los inválidos sino que también es una especie de psiquiatra de peces.
– Bueno, no importa. Eres un científico. Los principios son los principios. Los protocolos son los protocolos. ¿Has utilizado un cromatógrafo de gases?
– ¡Sí, señor!
– ¿Y microscopios de combinación y comparación?
Un movimiento de cabeza afirmativo, si bien no tan convencido como le hubiera gustado a Rhyme.
– Pero… -miró a Bell por un momento pero volvió obedientemente a la cara de Rhyme-. La tía Lucy sólo me pidió que pasara por aquí. No sabía que ella suponía que yo podría ayudarles en un caso… No estoy realmente seguro… Quiero decir, tengo que asistir a clase.
– Ben, tú tienes que ayudarnos -dijo Rhyme secamente.
El sheriff explicó:
– Garrett Hanlon…
Ben dejó que el nombre se asentara en algún lugar de su imponente cabeza.
– Oh, ese chico de Blackwater Landing.
El sheriff le explicó acerca de los secuestros y el ataque de las avispas contra Ed Schaeffer.
– Dios, lo siento por Ed -dijo Ben-. Lo conocí una vez en la casa de la tía Lucy.
– De manera que te necesitamos -asintió Rhyme, tratando de reconducir la conversación por carriles adecuados.
– No tenemos ni un indicio de dónde se ha ido con Lydia -siguió el sheriff-. Apenas si tenemos tiempo para salvar a esas mujeres. Y, bueno… como puedes ver, el señor Rhyme necesita que alguien lo ayude.