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– Lo haré lo mejor que pueda -masculló Bell con incertidumbre.

Steve Farr se apoyó en la puerta.

– Acabo de hablar al hospital -anunció-. Ed todavía está en estado crítico.

– ¿Ha dicho algo? ¿Acerca del mapa que vio?

– Ni una palabra. Todavía está inconsciente.

Rhyme se volvió a Sachs.

– Bien… Idos. Deteneos donde desaparece el rastro en Blackwater Landing y esperad mis noticias.

Lucy miraba indecisa las bolsas de pruebas.

– ¿Realmente piensas que es la manera de encontrar a esas chicas?

– Sé que lo es -respondió Rhyme secamente.

Ella dijo con escepticismo:

– Me parece que va a ser magia.

Rhyme se rió.

– Oh, eso es exactamente lo que es. Juegos de manos, sacar conejos de la chistera. Pero recuerda que la ilusión se basa… ¿en qué, Ben?

El muchacho aclaró la garganta, se ruborizó y negó con la cabeza:

– Hum, no sé a lo que se refiere, señor.

– La ilusión se basa en la ciencia. Es así -dirigió una mirada a Sachs-. Os llamaré tan pronto como encuentre algo.

Las dos mujeres y Jesse Corn dejaron el cuarto.

Entonces, con la valiosa evidencia preparada frente a él, el equipo familiar en calentamiento, solucionada la política interna, Lincoln Rhyme apoyó la cabeza en el cabecero de la silla de ruedas y observó las bolsas que Sachs le había entregado deseando, o forzando, o quizás sólo permitiendo que su mente vagara por donde sus piernas no podían caminar, que tocara lo que sus manos no podían sentir.

Capítulo 8

Los policías estaban conversando.

Mason Germain, cruzado de brazos, se apoyaba en el muro del pasillo, al lado de la puerta que conducía a las taquillas policiales del departamento del sheriff. Apenas podía oír sus voces.

– ¿Por qué estamos aquí sin hacer nada?

– No, no, no… ¿No lo habéis oído? Jim ha enviado una patrulla de rescate.

– ¿De veras? No, no lo sabía.

Maldición, pensó Mason, que tampoco lo había escuchado.

– Lucy, Ned y Jesse, y la policía de Washington.

– No, es de Nueva York. ¿Visteis su pelo?

– No me importa el pelo que tenga. Me importa que encontremos a Mary Beth y a Lydia.

– A mí también. Sólo estoy diciendo…

A Mason se le revolvieron más las tripas. ¿Sólo enviaron cuatro personas a perseguir al Muchacho Insecto? ¿Bell estaba loco?

Corrió con ímpetu por el pasillo, hacia la oficina del sheriff y casi chocó con el propio Bell que salía del depósito donde se había establecido ese tipo extraño, el que estaba en silla de ruedas. Bell miró al veterano policía con sorpresa.

– Eh, Mason…Te estaba buscando.

No buscabas mucho, pensó, al menos no lo parece.

– Quiero que vayas a buscar a Culbeau.

– ¿Culbeau? ¿Para qué?

– Sue McConnell ofrece algún tipo de recompensa por Mary Beth y Culbeau quiere obtenerla. No queremos que estropee la búsqueda. Quiero que lo mantengas controlado. Si no está allí, espera en su casa hasta que aparezca.

Mason ni siquiera se molestó en contestar a este extraño pedido.

– Enviaste a Lucy a buscar a Garrett y no me lo dijiste.

Bell miró de arriba abajo al policía.

– Ella y un par más se dirigen a Blackwater Landing, a ver si pueden encontrar su rastro.

– Sabías que yo quería ir con la patrulla de rescate.

– No puedo mandar a todos. Culbeau ya estuvo en Blackwater una vez en el día de hoy. No puedo dejar que fastidie la búsqueda.

– Vamos, Jim. No me digas estupideces.

Bell suspiró.

– Está bien. ¿La verdad? Mason, estás tan enloquecido por prender a ese muchacho, que he decidido no enviarte allí. No quiero que se cometa ningún error. Hay vidas en juego. Debemos encontrarlo y encontrarlo rápido.

– Ésa es mi intención, Jim. Tú ya lo sabes. Hace tres años que estoy detrás de este chico. No puedo creer que me dejes afuera y entregues el caso a ese anormal que está allí.

– Eh, basta de hablar así.

– Vamos. Yo conozco Blackwater diez veces mejor que Lucy. Solía vivir allí, ¿recuerdas?

Bell bajó la voz.

– Quieres encontrar al chico con demasiado fervor, Mason. Podría afectar tu juicio.

– ¿Lo piensas tú? ¿O lo piensa él? -Señaló con la cabeza el cuarto desde donde ahora se escuchaba el espeluznante quejido de la silla de ruedas. Lo ponía tan nervioso como el torno de un dentista. Mason no deseaba ni imaginar los problemas que acarrearía que Bell le hubiera pedido ayuda a ese anormal.

– Vamos, los hechos son los hechos. Todo el mundo sabe lo que sientes por Garrett.

– Y todo el mundo está de acuerdo conmigo.

– Bueno, se va a hacer lo que te he dicho. Tienes que aceptarlo.

El policía rió con amargura.

– De manera que ahora hago de niñera para un patán que destila licor ilegal.

Bell miró más allá de Mason, se acercó a otro policía.

– Hola, Frank…

El oficial, alto y robusto, se movió sin prisas hacia los dos hombres.

– Frank, tu vas con Mason. A casa de Rich Culbeau.

– ¿Le vamos a llevar una citación judicial? ¿Qué ha hecho ahora?

– No, ningún papel. Mason te lo contará. Si Culbeau no está en su casa, limitaos a esperar y dejadle claro a él y a sus compinches que no deben acercarse a la patrulla de rescate. ¿Lo has comprendido, Mason?

El policía no contestó. Dio la vuelta y se alejó de su jefe, que le gritó:

– Es lo mejor para todos.

No lo creo así, pensó Mason.

– Mason…

Pero el hombre no contestó y entró en la oficina donde estaban los otros policías. Frank lo siguió un momento después. Mason ignoró al grupo de hombres uniformados que hablaban del Muchacho Insecto y de la linda Mary Beth y de cómo Billy Stail corrió de forma increíble 92 yardas. Caminó hacia su oficina y buscó una llave en el bolsillo del uniforme. Abrió su escritorio y sacó un Speedloader extra, le puso seis proyectiles 357. Deslizó el arma en la funda de cuero, abrochándola a su cinturón. Se detuvo en la puerta de la oficina. Su voz sobrepasó el ruido de las conversaciones cuando se dirigió a Nathan Groomer, un policía de pelo rubio rojizo de cerca de treinta y cinco años.