– Groomer, voy a hablar con Culbeau. Te vienes conmigo.
– Bueno -empezó Frank lentamente, sosteniendo en la mano el sombrero que había ido a buscar a su taquilla-. Pensé que Jim quería que fuera yo.
– Yo quiero a Nathan -dijo Mason.
– ¿Rich Culbeau? -preguntó Nathan-. Somos como el agua y el aceite. Lo fui a buscar tres veces para interrogarlo y acabé haciéndole un poco de daño la última vez. Yo llevaría a Frank.
– Sí -apuntó Frank-. El primo de Culbeau trabaja con mi suegro. Piensa que soy pariente suyo. Me escuchará.
Mason miró fríamente a Nathan.
– Te quiero a ti.
Frank probó nuevamente.
– Pero Jim dijo…
– Y te quiero ahora.
– Vamos, Mason -dijo Nathan con voz quebrada-. No hay razón para que te enfades conmigo.
Mason estaba mirando un trabajado señuelo, un pato silvestre, que estaba en el escritorio de Nathan, su talla más reciente. Este hombre tiene talento, pensó. Luego preguntó al policía:
– ¿Estás listo?
Nathan suspiró y se puso de pie.
Frank preguntó:
– ¿Pero qué le diré a Jim?
Sin contestar, Mason salió de la oficina. Nathan lo siguió. Se dirigieron al coche patrulla de Mason y se montaron en él. Mason sintió un calor agobiante; encendió el motor y el acondicionador de aire a toda marcha.
Después de ponerse los cinturones, como un cartel aconsejaba que hicieran todos los ciudadanos responsables, Mason dijo:
– Ahora escucha. Yo…
– Oh, vamos, Mason, no te pongas así. Sólo te decía lo que es más sensato. Quiero decir, el año pasado Frank y Culbeau…
– Cállate y escucha.
– Bien, escucharé… Creo que no tienes por qué hablarme en esa forma… Bien. Estoy escuchando. ¿Qué ha hecho Culbeau ahora?
Pero Mason no contestó. Le preguntó:
– ¿Dónde está tu Ruger?
– ¿Mi rifle para ciervos? ¿El M77?
– Sí.
– En mi camión. En casa.
– ¿Tienes montada la mira telescópica Hightech?
– Por supuesto que sí.
– Lo iremos a buscar.
Salieron del aparcamiento y tan pronto como estuvieron en la calle principal, Mason apretó el botón que encendía el faro de destello, la luz roja y azul giratoria ubicada en el techo del coche, pero no hizo funcionar la sirena. Aceleró y salieron de la ciudad.
Nathan se metió a la boca un chicle Red Indian, lo que no podía hacer cuando estaba Jim presente. A Mason no le importaba.
– El Ruger… entonces ésa es la razón por la que me querías a mí y no a Frank.
– Correcto.
Nathan Groomer era el mejor tirador de rifle del departamento, uno de los mejores en el condado Paquenoke. Mason lo había visto acertar a un ciervo macho de diez puntos a setecientos metros.
– Entonces. ¿Después de que buscamos el rifle nos vamos a casa de Culbeau?
– No.
– ¿Adonde vamos?
– Nos vamos de caza.
– Hay casas bonitas por aquí -observó Amelia Sachs.
Ella y Lucy Kerr se dirigían al norte por Canal Road, de regreso a Blackwater Landing, desde el centro de la ciudad. Jesse Corn y Ned Spoto, un policía regordete en la treintena, se encontraban detrás en un segundo coche patrulla.
Lucy echó un vistazo a las mansiones que miraban hacia el canal, las elegantes casas coloniales que había visto Sachs, sin decir nada.
Nuevamente Sachs se sintió impresionada por la situación de abandono de las casas y patios, la ausencia de niños. Justo como las calles de Tanner's Corner.
Niños, reflexionó otra vez.
Luego se dijo: No caigamos en eso.
Lucy dobló a la derecha de la ruta 112 y luego salió al arcén, donde habían estado hacía exactamente media hora, la cresta desde donde se veía la escena del crimen. El coche de Jesse Corn se detuvo detrás. Los cuatro descendieron por el embarcadero hacia la orilla del río y subieron al esquife. Jesse se puso nuevamente en posición para remar y murmuró:
– Hermano, al norte del Paquo -lo dijo con un tono lúgubre, que al principio Sachs tomó por una broma, pero luego se dio cuenta de que ni ella ni los demás sonreían. Al otro lado del río bajaron del bote y siguieron las huellas de Garrett y Lydia hasta el refugio de caza donde Ed Schaeffer había sido picado. Más allá, a unos quince metros en dirección a los bosques, éstas desaparecían.
A la orden de Sachs se desplegaron en abanico, moviéndose en círculos cada vez más amplios, buscando cualquier indicio de la dirección que Garrett podría haber tomado. No encontraron nada y regresaron al lugar donde desaparecían las huellas.
Lucy dijo a Jesse:
– ¿Conoces ese sendero? ¿Aquel por el que se largaron los traficantes después de que Frank Sturgis los encontrara el año pasado?
Él asintió y comentó a Sachs:
– Está a unos cincuenta metros hacia el norte. Por ese lado -señaló-. Garrett debe conocerlo probablemente y es la mejor manera de atravesar los bosques y los pantanos de aquí.
– Vamos a comprobarlo -dijo Ned.
Sachs se preguntó cómo manejar de la mejor manera el conflicto inminente y decidió que había sólo un camino: de frente. No funcionaría ser demasiado delicada, no cuando eran tres contra uno (Jesse Corn, creía, estaba de su lado sólo amorosamente).
– Deberíamos quedarnos aquí hasta saber de Rhyme.
Jesse mantuvo una débil sonrisa en su cara, sintiéndose dividido.
Lucy negó con la cabeza.
– Garrett debe de haber tomado ese camino.