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Entonces sonó el teléfono y tanto Lucy como Jesse la miraron con expectación, esperando, como Sachs, que Rhyme tuviera alguna nueva sugerencia acerca del camino a tomar.

Sachs respondió, escuchó al criminalista y asintió. Colgó. Tomó aliento y miró a los tres policías.

– ¿Qué? -preguntó Jesse Corn.

– Lincoln y Jim acaban de saber de Ed Schaeffer. Parece que se despertó el tiempo suficiente para decir, «amo a mis hijos», y luego murió… Piensan que anteriormente había dicho algo como «Olivo», pero resulta que todo lo que trataba de decir es «amo». Es todo lo que dijo. Lo lamento.

– Oh, Jesús -murmuró Ned.

Lucy bajó la cabeza y Jesse le puso un brazo alrededor de los hombros.

– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó.

Lucy levantó la vista. Sachs pudo ver lágrimas en sus ojos.

– Vamos a detener a ese muchacho, eso es lo que vamos a hacer -dijo con una triste determinación-. Vamos a elegir el sendero más lógico y seguiremos en esa dirección hasta encontrarlo. Y vamos a caminar rápido. ¿Estás de acuerdo? -preguntó a Sachs, que no tenía problema en ceder el mando momentáneamente a la policía.

– Por supuesto.

Capítulo 15

Lydia había visto cien veces esa mirada en los ojos de los hombres.

Una necesidad. Un deseo. Un apetito.

A veces, una urgencia sin sentido. A veces, una inepta expresión de amor.

Esta muchacha grandota, con pelo grasoso, que en su adolescencia tuvo granitos y luego el rostro como picado de viruelas, creía que tenía poco que ofrecer a los hombres. Pero sabía también que le pedirían, al menos durante algunos años, una cosa y hacía tiempo que había decidido que para pasarlo bien tendría que explotar el poco poder que poseía; por ello, Lydia Johansson se encontraba ahora en un terreno de juego que le era muy familiar.

Estaban de regreso en el molino, nuevamente en la oscura oficina. Garrett estaba de pie a su lado y su cuero cabelludo relucía por el sudor a través de su pelo corto e irregular. Su erección era muy evidente a través de los pantalones.

Sus ojos se deslizaron por el pecho de Lydia, donde el uniforme empapado y translúcido se había desgarrado en su caída al canal (¿o lo había hecho él cuando la cogió en la senda?), el tirante de su sostén estaba roto (¿lo había roto Garrett?).

Lydia se alejó un poco, con una mueca de dolor por su lesión en el tobillo. Apretándose contra la pared, sentada, con las piernas extendidas, estudió esa mirada en los ojos del muchacho. Sintió una repulsión fría, como ante una araña.

Y sin embargo, pensó: ¿Debería permitirle?

Él era joven. Se correría en un instante y todo acabaría. Quizá después se durmiera y Lydia podría encontrar su cuchillo y liberarse las manos. Luego le daría un golpe y lo ataría a él.

Pero esas manos rojas y huesudas, la cara llena de granos próxima a la mejilla, el repugnante aliento y el hedor de su cuerpo… ¿Cómo podría soportarlos? Lydia cerró los ojos un instante. Rezó una plegaria tan insustancial como su sombra de ojos Blue Sunset. ¿Sí o no?

Pero si había ángeles cerca se mantuvieron en silencio sobre esta decisión particular.

Todo lo que tendría que hacer sería sonreírle. Estaría dentro de ella en un minuto. O ella podría tomarlo en su boca… No significaría nada.

Fóllame rápido y luego veamos una película… Una broma entre su novio y ella. Lo recibía en la puerta, con el conjunto rojo que había comprado en Sears por correo. Le echaba los brazos alrededor de los hombros y le susurraba esas palabras.

Si lo haces, pensó, podrías escapar.

¡Pero no puedo!

Los ojos de Garrett estaban fijos en ella. Recorrían su cuerpo. Su pene no la podía violar con más plenitud de lo que la violaban sus ojos en aquellos momentos. Jesús, no era sólo un insecto, el chico era una mutación de uno de los libros de terror de Lydia, algo que podrían haber imaginado Dean Koontz o Stephen King.

Sus uñas hacían ruido.

Ahora estaba examinando sus piernas, redondas y suaves, su mejor parte, creía Lydia.

Garrett rugió:

– ¿Por qué estás llorando? Fue culpa tuya que te hicieras daño. No deberías haberte escapado. Déjame ver. -Señaló el tobillo hinchado-. Unos imbéciles de la escuela me empujaron colina abajo detrás de la estación Mobile el año pasado -dijo-. Me torcí el tobillo. Tenía ese mismo aspecto. Dolía como la gran puta.

Termina con todo esto, se dijo Lydia. Estarás mucho más cerca de casa.

Fóllame rápido…

¡No!

Pero no se alejó cuando Garrett se sentó frente a ella. Tomó su pierna. Sus largos dedos, Dios, qué grandes, la sujetaron por la pantorrilla y luego rodearon el tobillo. Temblaba. Miró los agujeros de sus medias blancas, por donde sobresalía su carne rosada. Estudió su pie.

– No hay una herida. Pero está todo negro. ¿Por qué?

– Puede ser una fractura.

El chico no respondió, tampoco parecía condolido. Era como si el dolor no tuviera sentido para él. Como si no pudiera entender que un ser humano podía estar sufriendo. Su interés constituía sólo una excusa para tocarla.

Ella extendió un poco más la pierna y los músculos palpitaron con el esfuerzo de levantarla. Su pie tocó el cuerpo de Garrett cerca de la ingle.

Los párpados del chico bajaron. Su respiración se hizo más rápida.

Lydia tragó saliva.

El movió el pie de Lydia. Frotó su pene a través de la ropa mojada. Estaba tan rígido como la paleta de madera de la rueda hidráulica con la que la chica se había golpeado tratando de escapar.

Garrett deslizó la mano hacia arriba de la pierna. Lydia sintió que las uñas rasgaban su panty.

No…

Sí…

Entonces el chico se paralizó.

Su cabeza se echó hacia atrás y se dilataron las ventanas de su nariz. Inhaló profundamente. Dos veces.

Lydia también olisqueó el aire. Tenía un olor agrio. Pasó un momento hasta que lo reconoció. Amoniaco.

– Mierda -murmuró el chico, con los ojos muy abiertos de horror-. ¿Cómo han llegado tan rápido?