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– Le escucho.

Capítulo 18

La cárcel de Tanner's Corner era una estructura que quedaba a doscientos metros largos del Departamento del sheriff.

Sachs y Bell caminaron hacia el lugar a lo largo de la acera abrasadora. Ella se sintió nuevamente afectada por la cualidad de ciudad fantasma de Tanner's Corner. Los borrachos que habían visto cuando llegaron por primera vez aún estaban en el centro de la ciudad, sentados en un banco, silenciosos. Una mujer huesuda y bien peinada aparcó su Mercedes en una hilera de lugares vacíos, salió del coche y caminó hacia el salón de manicura. El coche reluciente parecía por completo fuera de lugar en la pequeña ciudad. No había nadie más en la calle. Sachs notó que media docena de tiendas habían quebrado. Una de ellas había sido una juguetería. En el escaparate se podía ver el maniquí de un bebé que tenía puesto un body desteñido por el sol. ¿Dónde, pensó otra vez, están todos los niños?

Miró entonces al otro lado de la calle y vio un rostro que la observaba desde las oscuras profundidades del bar de Eddie. Entrecerró los ojos.

– ¿Esos tres tipos? -dijo, señalando con la cabeza.

Bell miró.

– ¿Culbeau y sus compinches?

– Sí. Son conflictdvos. Me quitaron el arma -dijo Sachs-. Uno de ellos. O'Sarian.

El sheriff frunció el ceño.

– ¿Qué sucedió?

– La recuperé -contestó ella, lacónica.

– ¿Quieres que lo haga arrestar?

– No. Sólo pensé que deberías saberlo: están molestos porque perdieron la recompensa. Si me lo preguntas, sin embargo, te diré que es algo más que eso. Están a la caza del chico.

– Ellos y el resto del pueblo.

Sachs dijo:

– Pero el resto del pueblo no lleva armas cargadas.

Bell rió y dijo:

– Bueno, no todos, por supuesto.

– También tengo cierta curiosidad por saber cómo aparecieron en el molino.

El sheriff pensó un momento.

– ¿Estás pensando en Mason?

– Sí -dijo Sachs.

– Quiero que se vaya de vacaciones esta semana. Pero no hay posibilidad de que ello suceda. Bueno, ya llegamos. No es una cárcel muy grande. Pero funciona.

Entraron al edificio de una planta, construido con bloques livianos de hormigón. Por suerte, el ruidoso acondicionador de aire mantenía los cuartos frescos. Bell dijo a Sachs que colocara su pistola en un cajón. Él también lo hizo y ambos se dirigieron al cuarto de interrogatorios. Bell cerró la puerta.

Con un mono azul, cortesía del Estado, Garrett Hanlon estaba sentado frente a una mesa, frente a Jesse Corn. El policía sonrió a Sachs y ella contestó con una sonrisa más pequeña. Luego miró al chico y le impresionó su expresión de tristeza y desesperación.

Estoy asustado. ¡Haz que se detenga!

En su cara y en sus manos había ronchas que no estaban allí antes. Sachs preguntó:

– ¿Qué le pasa a tu piel?

Él se miró el brazo y se lo frotó tímidamente.

– Hiedra venenosa -musitó.

Con una voz amable, Bell le dijo:

– ¿Te leyeron tus derechos, verdad? ¿Te los leyó la policía Kerr?

– Sí.

– ¿Y los comprendes?

– Creo que sí.

– Hay un abogado en camino. El señor Fredericks. Viene de una reunión en Elizabeth City y llegará enseguida. No tienes que decir nada hasta que esté aquí. ¿Lo entiendes?

El chico asintió.

Sachs miró al espejo que permite ver sin ser visto. Se preguntó quién estaría del otro lado, manipulando la cámara de vídeo.

– Pero esperamos que hables con nosotros, Garrett -siguió Bell-. Tenemos cosas realmente importantes que preguntarte. Primero de todo, ¿es verdad? ¿Mary Beth está viva?

– Seguro que lo está.

– ¿La violaste?

– Pero, nunca lo haría -dijo el muchacho y el sentimiento dio paso momentáneamente a la indignación.

– Pero tú la secuestraste -dijo Bell.

– Realmente no.

– ¿Realmente no?

– Ella, digamos, no comprendía que Blackwater Landing es peligroso. Tuve que sacarla de allí o no estaría segura. Eso es todo. La salvé. Digamos que a veces uno tiene que hacer que alguien haga cosas que no quiere hacer. Por su propio bien. Y… ¿sabe?, luego lo entienden.

– ¿Ella está en algún lugar cerca de la playa, no? ¿En los Outer Banks, verdad?

El chico parpadeó al oír esto y sus ojos rojos se estrecharon. Se estaría dando cuenta de que habían encontrado el mapa y hablado con Lydia. Bajó los ojos a la mesa. No dijo nada más.

– ¿Dónde está exactamente, Garrett?

– No puedo decírselo.

– Hijo, estás en una situación difícil. Tienes por delante una posible condena por asesinato.

– Yo no maté a Billy.

– ¿Cómo sabes que es Billy de quién te estoy hablando? -preguntó rápidamente Bell. Jesse Corn levantó una ceja mirando a Sachs, impresionado por el ingenio de su jefe.

Las uñas de Garrett sonaron.

– Todo el mundo sabe que mataron a Billy -sus ojos veloces abarcaron el cuarto. Se detuvieron inevitablemente en Amelia Sachs. Ella pudo soportar la mirada suplicante sólo durante un instante, luego tuvo que mirar a otro lado.

– Tenemos tus huellas dactilares en la pala que lo mató.

– ¿La pala? ¿Que lo mató?

– Sí.

El chico pareció pensar en lo que había sucedido.

– Recuerdo haberla visto tirada sobre el suelo. Quizá la levanté.

– ¿Por qué?

– No lo sé. No pensaba en lo que hacía. Me sentía muy raro al ver a Billy tirado allí, todo ensangrentado.

– Bueno, ¿tienes idea de quién mató a Billy?

– Ese hombre. Mary Beth me dijo que estaba, digamos, haciendo este proyecto para la universidad allí, cerca del río y Billy se detuvo para hablar con ella. Entonces apareció ese hombre. Había estado siguiendo a Billy, comenzaron a discutir, a pelear y ese tipo tomó la pala y lo mató. Entonces llegué yo y se escapó.