– Haremos que te lo miren, que te pongan alguna crema o algo. Bien, seré tu abogado. El Estado me designó. No tienes que pagarme. ¿Te leyeron tus derechos? ¿Te dijeron que no tienes que decir nada?
– Sí, señor. Pero el sheriff Bell quería hacerme unas preguntas.
El abogado le dijo a Belclass="underline"
– Oh, esto es muy interesante, Jim. ¿En qué estabas pensando? ¿Cuatro policías en el cuarto?
Mason dijo:
– Estábamos pensando en Mary Beth McConnell. La chica que secuestró.
– Supuestamente.
– Y violó -murmuró Mason.
– ¡No lo hice! -gritó Garrett.
– Tenemos un maldito pañuelo de papel con su semen en él -gruñó Mason.
– ¡No, no! -dijo el chico y su cara se puso roja como un tomate-. Mary Beth se lastimó. Eso es lo que pasó. Se golpeó la cabeza y yo, digamos, le limpié la sangre con un kleenex que tenía en el bolsillo. Y acerca de lo demás… a veces yo, sabéis, me toco… Sé que no debo. Sé que está mal. Pero no puedo evitarlo.
– Shhh, Garrett -dijo Fredericks- no le tienes que explicar nada a nadie. Ahora, este interrogatorio terminó -le dijo a Bell-. Llevadlo de vuelta a su celda.
Mientras Jesse Corn lo conducía hacia la puerta, Garrett se detuvo de repente y miró a Sachs.
– Por favor, tienes que hacer algo por mí. ¡Por favor! En mi cuarto en casa, tengo unos botes.
– Vamos, Jesse -ordenó Bell-. Llévatelo.
Pero Sachs se encontró diciendo:
– Espera. ¿Los botes? ¿Con tus insectos?
El chico asintió.
– ¿Les pondrás agua? O al menos déjalos salir. Para que tengan una posibilidad. El señor y la señora Babbage no harán nada para mantenerlos con vida. Por favor…
Sachs vaciló, sintiendo sobre ella los ojos de todos. Luego asintió.
– Lo haré. Te lo prometo.
Garrett le sonrió débilmente.
Bell le lanzó a Sachs una un mirada inquisitiva, luego señaló la puerta y Jesse se llevó al muchacho. El abogado iba a ir tras ellos, pero Bell le incrustó un dedo en el pecho.
– Tú no vas a ningún lado, Cal. Nos sentamos aquí hasta que aparezca McGuire.
– No me toques, Bell -murmuró. Pero se sentó como le indicaron-. Señor Jesús, qué es todo este follón, vosotros hablando con un adolescente de dieciséis años sin…
– Joder, Cal, cállate. No estaba induciendo a una confesión, que de todos modos no nos dio, y aunque lo hubiera hecho no la usaría. Tenemos más pruebas de las necesarias para encerrarlo de por vida. Todo lo que me importa es encontrar a Mary Beth. Está en algún lugar de los Outer Banks y ese territorio constituye un pajar muy grande para encontrar una aguja sin ayuda.
– De ninguna manera. No dirá otra palabra.
– Podría morir de sed, Cal, de inanición. De insolación, enfermar…
Como el abogado no le contestó, el sheriff dijo:
– Cal, ese chico es una amenaza. Hay gran cantidad de informes de denuncias contra él…
– Que mi secretaria me leyó cuando veníamos hacia aquí. Demonios, la mayoría son por vagancia. Oh, y por fisgonear, lo que resulta cómico, ya que ni siquiera estaba en la propiedad del demandante, sólo holgazaneando en la acera.
– El nido de avispas hace unos años -dijo Mason con ira-. Meg Blanchard.
– Vosotros lo dejasteis libre -señaló contento el abogado-. Ni siquiera se le acusó de ello.
Bell dijo:
– Esta vez es diferente, Cal. Tenemos testigos, tenemos evidencias incontrastables y ahora Ed Schaeffer está muerto. Podemos hacerle a este chico todo lo que queramos.
Un hombre delgado, con traje azul de lino, entró en el cuarto de interrogatorios. Tenía el pelo gris y ralo, la cara arrugada de un hombre de cincuenta y cinco años. Saludó a Amelia con un leve movimiento de cabeza y a Federicks con expresión sombría.
– He escuchado lo suficiente como para pensar que se trata de uno de los casos más fáciles de asesinato en primer grado, secuestro y ataque sexual que he tenido en años.
Bell le presentó a Sachs a Bryan McGuire, el fiscal del condado de Paquenoke.
– Tiene dieciséis años -dijo Fredericks.
Con una voz firme, el fiscal del distrito dijo:
– Si no fuera esta jurisdicción lo juzgarían como un adulto y le darían doscientos años de cárcel.
– Dése prisa McGuire -dijo Fredericks con impaciencia-. Usted quiere lograr un trato. Conozco ese tono.
McGuire movió la cabeza hacia Bell y Sachs dedujo que el sheriff y el fiscal de distrito ya habían tenido, con anterioridad, una conversación a este respecto.
– Por supuesto que queremos un trato -siguió Bell-. Hay una buena posibilidad de que la chica esté viva y queremos encontrarla antes que pase algo irreparable.
McGuire dijo:
– Cal, tenemos tantos cargos contra este chico, que te asombrarás de lo flexibles que podemos ser.
– Asómbreme -dijo el gallito abogado defensor.
– Podría conformarme con dos cargos de detención ilegal y violencia y dos cargos de homicidio involuntario en primer grado, uno por Billy Stail y otro por el policía que murió. Sí, señor, estoy dispuesto a hacerlo. Todo condicionado a que se encuentre viva a la chica.
– Ed Schaeffer -contraatacó el abogado-. Eso fue accidental.
Mason exclamó con furia:
– Fue una jodida trampa que preparó el muchacho.
– Te daré homicidio involuntario en primer grado por Billy -ofreció McGuire- y homicidio por negligencia por el policía.
Fredericks reflexionó un momento sobre la oferta.
– Dejadme ver qué puedo hacer -haciendo ruido con los tacones, el abogado desapareció en dirección a las celdas para consultar con su cliente. Volvió cinco minutos después. No estaba contento.
– ¿Qué pasó? -preguntó Bell, desalentado al ver la expresión del abogado.
– No hubo suerte.
– ¿Se opone rotundamente?
– Por completo.
Bell musitó:
– Si sabes algo y no nos lo dices, Cal… no me interesa un rábano el secreto entre abogado y cliente.
– No, no, Jim, de verdad. Dice que está protegiendo a la chica, que está contenta donde está y que deberíais ir a buscar a ese otro tipo de mono marrón y camisa blanca.