– No hay juez en el mundo que fije una fianza en un caso como este. Garrett sólo espera eso para escapar.
– ¿Hay algo que podamos hacer para que lo lleven a otro centro? Lincoln tiene amigos en Nueva York.
– ¿Nueva York? -Fredericks le obsequió con una sonrisa sureña, amable pero forzada-. No creo que esas relaciones tengan mucho peso al sur de la línea Mason-Dixon. Probablemente ni siquiera al oeste del Hudson. -Señaló a Penny con la cabeza-. No, nuestra mejor apuesta consiste en hacer que Garrett coopere y luego conseguir una alegación.
– ¿No deberían estar aquí sus padres adoptivos?
– Sí que deberían. Los llamé pero Hal dijo que el chico se las tiene que arreglar solo. Ni siquiera me dejó hablar con Maggie, su madre.
– Pero Garrett no puede estar tomando decisiones por sí mismo -protestó Sachs-. Sólo es un chico.
– Bueno -explicó Fredericks-, antes de que se acuerde la acusación o el alegato, el juzgado designará un tutor ad litem. No se preocupe, estará protegido.
Sachs se volvió al doctor:
– ¿Qué va a hacer? ¿Qué es este test de la silla vacía?
El doctor Penny miró al abogado, que asintió con la cabeza, autorizando la explicación.
– No es un test. Es una especie de terapia Gestalt, una técnica conductual, conocida porque se obtienen resultados muy velozmente en la comprensión de ciertos tipos de conducta. Voy a hacer que Garrett imagine que Mary Beth está sentada en una silla frente a él y haré que le hable. Que le explique por qué la secuestró. Espero hacerle comprender que la chica está trastornada y asustada y que lo que hizo es incorrecto. Que ella estará mejor si nos dice donde está.
– ¿Y eso funcionará?
– En realidad no suele utilizarse para este tipo de situaciones pero pienso que dará resultado.
El abogado miró su reloj.
– ¿Está listo, doctor?
El doctor asintió.
– Vamos -el doctor y Fredericks desaparecieron en el cuarto de interrogatorios.
Sachs se quedó atrás y sacó un vaso de agua del refrigerador. Lo bebió lentamente. Cuando el policía que estaba tras el mostrador volvió a prestar atención al periódico, Sachs se introdujo rápidamente en el cuarto de observación, donde estaba la cámara de video que grababa a los sospechosos. El cuarto estaba vacío. Cerró la puerta y se sentó. Observó el cuarto de interrogatorios. Podía ver en el medio a Garrett, en una silla. El doctor se sentaba a la mesa. Cal Fredericks permanecía en el rincón, de brazos cruzados, con un tobillo sobre una rodilla, lo que revelaba la altura de sus gruesos tacones.
Una tercera silla, desocupada, estaba frente a Garrett.
Sobre la mesa había refrescos. Los botes transpiraban por la condensación.
A través del altavoz barato y ruidoso, puesto sobre el espejo, Sachs escuchó sus voces.
– Garrett, soy el doctor Penny. ¿Cómo estás?
No hubo respuesta.
– Hace un poco de calor aquí, ¿verdad?
Garrett no dijo nada. Miró hacia abajo. Hizo sonar sus uñas. Sachs no pudo escuchar el sonido. Descubrió que su propio pulgar se hundía en la carne de su dedo índice. Sintió la humedad. Vio la sangre. Detente, detente detente, pensó y se obligó a bajar los brazos.
– Garrett, estoy aquí para ayudarte. Trabajo con tu abogado, el señor Fredericks, y estamos tratando de conseguirte una sentencia reducida por lo que pasó. Podemos ayudarte pero necesitamos tu cooperación.
Fredericks dijo:
– El doctor te hablará, Garrett. Vamos a tratar de descubrir algunas cosas. Pero todo lo que digas quedará entre nosotros. No se lo contaremos a nadie sin tu permiso. ¿Lo entiendes?
Garrett asintió.
– Recuerda, Garrett -dijo el doctor-, nosotros somos los chicos buenos. Estamos de tu lado… Ahora quiero probar algo.
Los ojos de Sachs observaban al muchacho, que se rascó una roncha. Dijo:
– Está bien.
– ¿Ves esta silla aquí?
El doctor Penny señaló la silla con la cabeza y el chico la miró.
– La veo.
– Vamos a hacer una especie de juego. Tú vas a simular que hay alguien muy importante sentado en la silla.
– ¿Como el presidente?
– No, quiero decir alguien muy importante para ti. Alguien a quien conozcas en la vida real. Vas a fingir que está sentado frente a ti. Quiero que le hables. Y quiero que seas muy sincero con esta persona. Que le digas todo lo que quieres decirle. Comparte tus secretos con ella. Si estás enfadado, se lo dices. Si la quieres también. Si la deseas, como desearías a una chica, se lo dices. Recuerda que está bien decir absolutamente todo. Nadie se sentirá mal contigo.
– ¿Sólo hablar con la silla? -Garrett preguntó al doctor-. ¿Por qué?
– Por una parte, te hará sentir mejor acerca de las cosas que sucedieron hoy.
– ¿Quiere decir cosas como que me detuvieron?…
Sachs sonrió.
El doctor Penny pareció reprimir una sonrisa también y movió la silla vacía hacia Garrett.
– Ahora, imagina que alguien importante está sentado aquí. Digamos Mary Beth McConnell. Y que tienes algo que decirle, ahora es tu oportunidad. Algo que nunca dijiste antes porque es demasiado fuerte. Algo realmente importante. No alguna tontería.
Garrett miró nerviosamente alrededor del cuarto, contempló a su abogado, que lo alentó con un movimiento de cabeza. El chico respiró profundamente y luego expiró con lentitud.
– Bien. Creo que estoy listo.
– Bueno. Ahora imagínate a Mary Beth en la…
– Pero no quiero decirle nada a ella -interrumpió Garrett.
– ¿No quieres?
Negó con la cabeza.
– Ya le dije todo lo que quería decirle.
– ¿No hay nada más?
El chico vaciló.
– No sé… Quizá. Sólo… la cosa es que me imagino a otra persona en la silla. ¿Podría ser de esta manera?
– Bueno, por ahora quedémonos con Mary Beth. Dices que quizá haya algo que querías decirle. ¿Qué es? ¿Quieres decirle cómo te falló o te lastimó? ¿O te hizo enfadar? ¿Cómo quieres arreglar las cosas con ella? Cualquier cosa, Garrett. Puedes decir cualquier cosa. Estará bien.
Garrett se encogió de hombros.
– Hum, ¿por qué no puede ser otra persona?