Subieron a gatas una suave pendiente, a través de una maraña de arbustos y se dejaron caer en un claro cubierto de hierba. Permanecieron así unos minutos, recuperando el aliento. Sachs sacó del interior de su camiseta la bolsa de plástico. Perdía un poco de agua, pero no se había producido ningún daño serio. Le entregó al chico su libro de insectos y abrió el tambor de su revólver. Lo puso encima de una mata de césped quebradizo y amarillo para que se secara.
Se había equivocado acerca de lo que planeaba Garrett. Es cierto que deslizaron botellas de agua vacías debajo del bote volcado para que flotara, pero luego él lo había enviado a la mitad de la corriente sin ponerse debajo. Le indicó que se llenara los bolsillos de piedras. Hizo lo mismo y corrieron río abajo, sobrepasando el bote unos dos metros, para luego entrar ambos en el agua, cada uno con una botella de agua semillena para ayudarles a flotar. Garrett le enseñó cómo poner la cabeza hacia atrás. Con las piedras como lastre, sólo sus rostros sobresalían del agua. Flotaron río abajo de la corriente, delante del bote.
– La araña acuática lo hace así -le explicó-. Como un submarinista que lleva el aire a su alrededor -en el pasado lo había hecho varias veces para «huir», aunque tampoco explicó de quién había estado escapando ni hacia dónde se dirigía. Garrett le había dicho que si la policía no estaba en el puente, entonces nadarían hasta el bote, lo traerían a la playa, lo sacarían del agua y continuarían el camino remando. Si los policías estaban en el puente, su atención se centraría en del bote y no verían a Amelia y a Garrett flotando delante. Una vez que pasaran el puente, volverían a la orilla y seguirían el viaje andando.
Bueno, tuvo razón en esa parte; pasaron el puente sin ser detectados. Pero Sachs estaba todavía conmocionada por lo que había pasado a continuación: sin mediar provocación alguna, los policías habían disparado varias veces contra el bote volcado.
Garrett también estaba muy trastornado por los disparos.
– Pensaron que estábamos abajo -susurró-. Los malditos trataron de matarnos.
Sachs no dijo nada.
Él agregó:
– He hecho algunas cosas malas… pero no soy ninguna phymata.
– ¿Qué es eso?
– Un bicho que prepara emboscadas. Se queda esperando y mata. Es lo que pensaban hacer con nosotros. Dispararnos. No darnos ninguna posibilidad.
Oh, Lincoln, qué desastre es esto. ¿Por qué lo hice? Debería rendirme ahora. Esperar aquí a los policías, abandonar todo. Volver a Tanner's Corner y rendir cuentas de lo que hice.
Pensando así, Amelia miró a Garrett, quien se abrazaba y temblaba de miedo. Supo que no podía echarse atrás. Tendría que seguir, llegar hasta el fin del juego.
Tiempo de esfuerzos…
– ¿Dónde vamos ahora?
– ¿Ves esa casa de allí?
Una casa marrón con techo a dos aguas.
– ¿Está allí Mary Beth?
– No, pero tienen un pequeño bote para pescar que podemos tomar prestado. Y nos podemos secar y comer algo.
Bueno, ¿qué podría importar irrumpir y entrar en una propiedad frente a los cargos criminales que ya había acumulado?
Garrett de repente tomó el revólver. Sachs se paralizó, mirando el arma negra y azul en manos del chico, que observó el tambor, viendo que estaba cargado con seis balas. Lo colocó en su lugar y balanceó el arma con una familiaridad que la puso nerviosa.
Pienses lo que pienses de Garrett, no confíes en él…
El chico la miró y sonrió. Luego le entregó el arma, tomándola del cañón.
– Vamos por aquí -señaló un sendero.
Sachs volvió a poner el revólver en su funda y sintió el revoloteo de su corazón por el susto.
Caminaron hacia la casa.
– ¿Está vacía? -preguntó Sachs, señalándola con la cabeza.
– No hay nadie ahora. -Garrett se detuvo y miró hacia atrás. Después de un momento murmuró-: Ahora los policías están furiosos y nos buscarán con todas sus armas y ganas. ¡¡Mierda!! -gritó. Se volvió y la condujo por una senda hacia la casa. Estuvo callado unos minutos-. ¿Quieres saber algo, Amelia?
– ¿Qué?
– Estaba pensando en esta polilla, la polilla gran emperador.
– ¿Qué pasa con ella? -preguntó distraída, escuchando todavía los terribles disparos de escopeta, dirigidos a ella y al chico. Lucy Kerr trataba de matarla. El eco de los tiros nublaba todo lo que tuviera en la mente.
– La coloración de sus alas -le dijo Garrett-. Cuando están abiertas parecen los ojos de un animal. Quiero decir que es muy interesante, hasta tiene una pequeña manchita blanca como si reflejara la luz en la pupila, los pájaros la ven y piensan que se trata de un zorro o un gato, se asustan y se van.
– ¿Los pájaros no pueden oler que es una polilla y no un animal? -preguntó Sachs, sin concentrarse en la conversación.
Él la miró un instante para ver si bromeaba. Dijo:
– Los pájaros no pueden oler -replicó, como si ella acabara de preguntar si la tierra era plana. Volvió a mirar atrás, río arriba otra vez-. Tenemos que hacer que vayan más despacio. ¿Crees que están cerca?
– Muy cerca -respondió Sachs.
Con todas sus armas y sus cosas.
– Son ellos.
Rich Culbeau estaba mirando las huellas de pies en el barro de la orilla.
– El rastro es de hace diez o quince minutos.
– Y se encaminan a la casa -dijo Tomel.
Se movieron con cautela por un sendero.
O'Sarian seguía sin comportarse de la forma extraña en que solía. Lo que en él era realmente singular. Daba miedo. No había tomado ningún trago de licor no había hecho travesuras, ni siquiera hablado, y Sean era el charlatán número uno de Tanner's Corner. El tiroteo en el río lo tenía conmocionado. Ahora, mientras caminaban por el bosque, apuntaba con el cañón de su rifle militar a todo sonido proveniente de los matorrales.
– ¿Vieron disparar a ese negro? -dijo al fin-. Debe de haber dado con diez proyectiles en ese bote en menos de un minuto.
– Eran perdigones -lo corrigió Harris Tomel.
En lugar de negar y tratar de impresionarlos con lo que sabía de armas y actuar como el imbécil voluble que era, O'Sarian se limitó a decir: