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– ¡¡Ah, perdigones!! Claro. Debí pensarlo -movió la cabeza como un niño de escuela que acaba de aprender algo nuevo e interesante.

Se acercaron a la casa. Parecía un bonito lugar, pensó Culbeau. Probablemente una casa de veraneo, quizá de algún abogado o médico de Raleigh o Winston-Salem. Un lindo pabellón de caza, un buen bar, dormitorios, un frigorífico para la carne de venado.

– Oye, Harris -llamó O'Sarian.

Culbeau nunca había oído al joven usar el nombre de pila de nadie.

– ¿Qué?

– ¿Esta cosa dispara alto o bajo? -preguntó mostrándole el Colt.

Tomel miró a Culbeau, probablemente tratando también de imaginar dónde habría ido a parar el lado oscuro de O'Sarian.

– El primer tiro da justo en el blanco, pero el retroceso es un poco más alto del que estás acostumbrado. Baja el cañón para los próximos tiros.

– Porque la caja es de plástico -comentó O'Sarian-. ¿Significa que es más liviano que la madera?

– Sí.

Sean asintió otra vez. Su cara estaba aún más seria que antes.

– Gracias.

¿Gracias?

Los bosques terminaron y los hombres pudieron ver un gran claro alrededor de la casa, fácilmente cincuenta metros en todas direcciones, sin siquiera un árbol para cubrirse. Acercarse sería difícil.

– ¿Crees que están dentro? -preguntó Tomel, acariciando su espléndida escopeta.

– Yo no… ¡Esperad, agachaos!

Los tres hombres se agacharon con rapidez.

– Vi algo en la planta baja. Por esa ventana a la izquierda. -Culbeau miró por la mira telescópica de su rifle para ciervos-. Alguien se mueve. En la planta baja. No puedo ver bien por las persianas. Pero estoy seguro de que hay alguien allí -escudriñó las otras ventanas-. ¡Mierda! -Un susurro aterrado. Se tiró al suelo.

– ¿Qué? -preguntó O'Sarian, alarmado, empuñando su arma y haciendo un círculo.

– ¡Agachaos! Uno de ellos tiene un rifle con una mira telescópica. Miran justo frente a nosotros. En la ventana de arriba. ¡Maldición!

– Debe de ser la chica -dijo Tomel-. El chico es demasiado marica para saber de qué extremo sale la bala.

– Que se joda esa perra -musitó Culbeau. O'Sarian estaba escondido detrás de un árbol, apretando su arma de Vietnam cerca de la mejilla.

– Desde allí puede cubrir todo el campo -dijo Culbeau.

– ¿Esperamos a que se haga de noche? -preguntó Tomel.

– ¿Oh, con esa pequeña señorita policía sin tetas detrás de nosotros? No pienso que vaya a funcionar, ¿eh, Harris?

– Bueno, ¿le puedes disparar desde aquí? -Tomel señaló la ventana.

– Probablemente -dijo Culbeau con un suspiro. Estaba a punto de regañar a Tomel cuando O'Sarian dijo con voz curiosamente normaclass="underline"

– Pero si Rich dispara, Lucy y los otros lo oirán. Pienso que debemos acercarnos por los costados. Ir alrededor de la casa y tratar de entrar. Un disparo dentro será más silencioso.

Era exactamente lo que Culbeau estaba a punto de decir.

– Eso nos llevará media hora -soltó Tomel, quizá enfadado porque O'Sarian se les había adelantado con la idea.

Sean seguía con su conducta inusual. Sacó el seguro del arma y frunció el entrecejo mirando la casa.

– Bueno, diría que tenemos que hacerlo en menos de media hora. ¿Qué piensas, Rich?

Capítulo 30

Steve Farr condujo nuevamente a Henry Davett al laboratorio. El empresario le dio las gracias y luego saludó a Rhyme.

– Henry -dijo Rhyme-, gracias por venir.

Como antes, el empresario no prestó atención al estado del criminalista. Esta vez, no obstante, Rhyme no se alegró por esta actitud. La preocupación por Sachs lo consumía. Seguía oyendo la voz de Jim Bell.

Generalmente se tienen veinticuatro horas para encontrar a la víctima; después, ésta se deshumaniza a los ojos del secuestrador que puede matarla sin dar importancia al hecho.

Esta regla, que había aplicado a Lydia y Mary Beth, ahora incluía también el destino de Amelia Sachs. La diferencia estribaba, según creía Rhyme, en que Sachs podría tener mucho menos de veinticuatro horas.

– Pensé que habían detenido a ese muchacho. Es lo que oí.

Ben dijo:

– Se nos escapó.

– ¡No! -Davett frunció el ceño.

– Sí, se escapó -comentó Ben-. Una huida de cárcel a la vieja usanza.

Rhyme añadió:

– Tengo más evidencias, pero no sé como interpretarlas. Esperaba que me pudiera ayudar otra vez.

El empresario se sentó.

– Haré lo que pueda.

Rhyme fijó la mirada a la tira de corbata y a la inscripción WWJD. Inmediatamente señaló el diagrama con la cabeza y dijo:

– ¿Podría echarle una mirada?… a esa lista de la derecha.

– El molino, ¿es allí donde lo encontraron? ¿En ese viejo molino al noreste de la ciudad?

– Correcto.

– Conocía ese lugar -Davett hizo una mueca airada-. Debería haber pensado en él.

Los criminalistas no deben permitir que el verbo «debería» se introduzca en su vocabulario. Rhyme dijo:

– Es imposible pensar en todo en este oficio. Pero mire el diagrama. ¿Hay algo en él que le resulte familiar?

Davett leyó cuidadosamente.

ENCONTRADO EN LA ESCENA SECUNDARIA DEL CRIMEN – EL MOLINO

Pintura marrón en los pantalones

Drosera

Arcilla

Musgo de turba

Zumo de frutas

Fibras de papel

Cebo de bolas malolientes

Azúcar

Canfeno

Alcohol

Keroseno