Acostada en aquel asqueroso remolque, hecha una delincuente, afrontando sola su propio tiempo de esfuerzos, Amelia Sachs por fin admitió para sí misma lo que la había perturbado tanto de la insistencia de Rhyme en la operación. Naturalmente, se encontraba angustiada por la posibilidad de que muriese durante la misma. O de que quedase peor que antes. O de que no diera resultado y Rhyme se hundiera en una depresión.
Pero esos no eran sus temores principales. No eran la razón por la que había hecho todo lo que había podido para evitar que se operara. No, no. Lo que más le asustaba era que la operación tuviera éxito.
Oh, Rhyme, ¿no lo comprendes? No quiero que cambies. Te amo como eres. Si fueras como todo el mundo, ¿qué pasaría con nosotros?
Dices: «Siempre estaremos tú y yo, Sachs». Pero el tú y el yo se basa en lo que somos ahora. Yo y mis malditas uñas y mi impulsiva necesidad de moverme, moverme, moverme… Tú y tu cuerpo dañado, tu brillante mente funcionando con más velocidad y a mayor distancia de lo que yo podría andar con mi Cámaro, preparado y despojado de todo lo superfluo.
Esa mente tuya que me atrapa con más fuerza que el amante más apasionado.
¿Y si volvieras a la normalidad? Cuando tengas tus propios brazos y piernas, Rhyme, ¿entonces para qué me querrías? ¿Por qué me necesitarías? Me convertiré en una policía de calle más con cierto talento para la ciencia forense. Encontrarás a otra de las traicioneras mujeres que en el pasado descarrilaron tu vida, otra esposa egoísta, otra amante casada, y te irás de mi vida de la misma forma en que el marido de Lucy Kerr la abandonó después de la cirugía.
Te quiero como eres…
Se estremeció al pensar cuan tremendamente egoísta era aquel deseo. Sin embargo, no lo podía negar.
¡Quédate en tu silla, Rhyme! No la quiero vacía… Quiero pasar mi vida contigo, una vida como la que hemos tenido siempre. Quiero hijos contigo, hijos que crecerán para saber exactamente cómo eres.
Amelia Sachs descubrió que estaba mirando el techo negro. Cerró los ojos. Pero pasó una hora antes que el sonido del viento y las cigarras, con sus élitros sonando como monótonos viollines, la indujeran finalmente al sueño.
Capítulo 33
Sachs se despertó justo después de la aurora a causa de un zumbido, que en su sueño era provocado por plácidas cigarras, pero que en realidad era la alarma de su reloj Casio. La apagó.
Le dolía todo el cuerpo, la respuesta de la artritis por haber dormido sobre una fina estera en el suelo de metal remachado.
Pero se sentía extrañamente optimista. Tomó como un buen presagio que los primeros rayos del sol atravesaran las ventanas del remolque. Aquel día iban a encontrar a Mary Beth McConnell y volverían con ella a Tanner's Corner. La chica confirmaría la historia de Garrett y Jim Bell y Lucy Kerr comenzarían a buscar al verdadero asesino, el hombre del mono castaño.
Observó cómo despertaba Garrett en el dormitorio y se erguía sobre el apelmazado colchón. Con sus largos dedos se peinó el desordenado cabello. Se parece a cualquier otro adolescente por las mañanas, pensó Amelia. Larguirucho, listo y adormilado. Preparado para vestirse, tomar el autobús para la escuela y ver a sus amigos, para aprender cosas en clase, para tontear con las chicas, para jugar a la pelota. Al observarlo buscar a tientas la camisa, percibió su estructura huesuda y vio la necesidad de proporcionarle buena comida, cereales, leche, frutas, lavar su ropa y asegurarse de que tomara una ducha. Esto, pensó, es lo que significa tener hijos propios. No pedir prestados a los amigos niños por algunas horas, como su ahijada, la niña de Amy. Sino estar allí todos los días cuando se despiertan, en sus desordenados cuartos y enfrentar sus difíciles actitudes adolescentes, prepararles la comida, comprarles ropa, discutir con ellos, cuidarlos. Ser el norte de sus vidas.
– Buenos días -Sachs sonrió.
El chico le devolvió la sonrisa.
– Tenemos que irnos -dijo-. Debemos llegar a donde está Mary Beth. Ha estado sola mucho tiempo. Debe sentirse muy asustada y sedienta.
Sachs se puso de pie torpemente.
Garrett se miró el pecho, con las manchas de la hiedra venenosa, y pareció avergonzado. Se puso la camisa con rapidez.
– Salgo afuera. Tengo que ocuparme de algunas cosas, ya sabes. Dejaré un par de nidos de avispas vacíos en los alrededores. Puede retrasarlos un poco, si vienen por aquí -salió pero regresó un instante después. Dejó una taza de agua en la mesa que estaba al lado de Sachs-. Es para ti -Salió de nuevo.
Sachs la bebió. Añoró un cepillo de dientes y tiempo para una ducha. Quizá cuando llegaran a…
– ¡Es él! -dijo la voz de un hombre en un susurro.
Sachs quedó paralizada y miró por la ventana. No vio nada. Pero de un grupo de arbustos altos cercano al remolque el forzado susurro continuó:
– Lo tengo en la mira. Tengo un blanco perfecto.
La voz le resultó familiar y decidió que sonaba como la del amigo de Culbeau, Sean O'Sarian. El flacucho. El trío de bribones los había encontrado, iban a matar al chico o a torturarlo para que dijera donde estaba Mary Beth con el propósito de cobrar la recompensa.
Garrett no había oído la voz. Sachs lo podía ver, estaba a diez metros, poniendo un nido de avispas en el sendero. Escuchó pisadas en los arbustos, que se acercaban hacia el claro donde estaba el chico.
Sachs cogió el Smith & Wesson y salió en silencio fuera del remolque. Se agachó e hizo desesperadas señas a Garrett. Él no la vio.
Las pisadas de los arbustos se acercaron.
– Garrett -murmuró.
El muchacho se dio vuelta y vio a Sachs que le hacía señas para que se acercara. Frunció el ceño al ver la urgencia en los ojos de ella. Luego dirigió la mirada a su izquierda, a los arbustos. Sachs vio el terror pintado en su rostro. El chico extendió los brazos en un gesto defensivo. Gritó:
– ¡No me hagas daño, no me hagas daño, no me hagas daño!
Sachs se puso de cuclillas, rodeó con su dedo el gatillo, martilló la pistola y apuntó hacia los arbustos.
Todo sucedió muy rápido…
Garrett se tiró al suelo, asustado, y gritó:
– ¡No, no!
Amelia levantó el arma, adoptó la postura de combate con ambas manos en el revólver, con el gatillo preparado y esperando que se presentase el blanco…
El hombre saltó de los arbustos hacia el claro, con su arma levantada contra Garrett…
En ese momento el policía Ned Spoto daba la vuelta a la esquina del remolque y aparecía al lado de Sachs, parpadeaba con sorpresa y saltaba hacia ella, con los brazos extendidos. Asustada, Sachs trastabilló tratando de alejarse de él. Su arma se disparó y la golpeó fuerte en la mano.