Rhyme olió la potente loción de afeitar del hombre cuando el policía echó hacia atrás el puño. El criminalista se encogió y apartó la cara.
– Voy a matarte. Voy a… -pero la voz de Mason se ahogó cuando un enorme brazo se enroscó alrededor de su pecho y lo levantó en vilo.
Ben Kerr llevó al policía lejos de Rhyme.
– Kerr, maldita sea, ¡suéltame! -jadeó Mason-. ¡Imbécil! ¡Estás arrestado!
– Cálmate, Mason -dijo el hombretón lentamente.
Mason movió la mano hacia la pistola, pero con la otra mano Ben le cogió con fuerza la muñeca. Ben miró a Bell, quien esperó un instante y luego asintió. Ben soltó al policía, que dio un paso atrás, mostrando furia en los ojos. Le dijo a Belclass="underline"
– Voy a ir allí y encontraré a esa mujer y…
– No lo harás, Mason -dijo Bell-. Si quieres seguir trabajando en este departamento, harás lo que yo te diga. Vamos a manejar esto a mi modo. Te quedarás aquí en la oficina. ¿Comprendes?
– Puta mierda, Jim. Ella…
– ¿Comprendes?
– Sí, joder, te entiendo -salió del laboratorio co mo una tromba.
Bell preguntó a Rhyme:
– ¿Estás bien?
Rhyme asintió.
– ¿Y tú? -miró a Thom.
– Estoy bien -el ayudante arregló la camisa de Rhyme y a pesar de las protestas del criminalista, le tomó nuevamente la presión-. La misma. Demasiado alta pero no crítica.
El sheriff sacudió la cabeza.
– Debo llamar a los padres de Jesse. Señor, no quiero hacerlo.
Caminó hacia la ventana y miró afuera.
– Primero Ed y luego Jesse. Qué pesadilla está resultando todo esto.
Rhyme respondió:
– Por favor, Jim. Déjame encontrarlos y dame la oportunidad de hablar con ella. Si no lo haces, será más grave. Lo sabes. Terminaremos con más muertos.
Bell suspiró. Miró al mapa.
– Tienen una ventaja de veinte minutos. ¿Piensas que puedes encontrarlos?
– Sí -contestó Rhyme-. Puedo encontrarlos.
– En esa dirección -dijo Sean O'Sarian-. Estoy seguro.
Rich Culbeau miraba hacia el oeste, hacia donde señalaba el joven, hacia donde habían oído los disparos y el griterío quince minutos antes.
Culbeau terminó de orinar contra un pino y preguntó:
– ¿Qué hay por allí?
– Pantano, unas pocas casas viejas -dijo Harris Tomel, quien había cazado por todos los lugares del condado de Paquenoke-. No mucho más. Vi un lobo gris por allí hace un mes. Se suponía que los lobos se habían extinguido pero han reaparecido.
– No bromees -dijo Culbeau-. Nunca he visto un lobo y siempre lo he deseado.
– ¿Le disparaste? -preguntó O'Sarian.
– No lo debes hacer -contestó Tomel.
Culbeau añadió:
– Están protegidos.
– ¿Y qué?
Culbeau se dio cuenta de que no podía responderle.
Esperaron unos minutos más pero no hubo más disparos ni más gritos.
– Creo que podemos seguir -insistió Culbeau, señalando el lugar desde donde provenían los tiros.
– Podemos -dijo O'Sarian, tomando un trago de una botella de agua.
– Hace calor hoy también -comentó Tomel, mirando el disco ascendente del sol radiante.
– Todos los días hace mucho calor -musitó Culbeau. Levantó su rifle y marchó por el sendero, con su ejército de dos caminando penosamente detrás de él.
Tunc.
Los ojos de Mary Beth se abrieron de pronto, sacándola de un sueño profundo e indeseado.
Tunc.
– Eh, Mary Beth -llamó alegremente la voz de un hombre. Como un adulto hablando con un niño. En su obnubilación, ella pensó: «¡Es mi padre! ¿Qué hace de regreso del hospital? No tiene fuerza para cortar leña. Tendré que hacer que vuelva a la cama. ¿Tomó su medicamento?»
¡Espera!
Se sentó, mareada, con la cabeza palpitante. Se había quedado dormida en la silla del comedor.
Tunc.
Espera. No es mi padre. Está muerto… Es Jim Bell…
Tunc.
– Maryyyyy Beeeeeth…
Saltó cuando apareció en la ventana la cara con la mirada lasciva. Era Tom.
Otro golpe en la puerta cuando el hacha del Misionero penetró en la madera.
Tom se inclinó hacia adentro, entrecerrando los ojos por la oscuridad.
– ¿Dónde estás?
Ella lo miró, paralizada.
Tom continuó:
– Oh, aquí estás. Caray, eres más bonita de lo que recordaba -levantó la muñeca y mostró los gruesos vendajes-, perdí medio litro de sangre, gracias a ti. Pienso que es justo que recupere algo.
Tunc.
– Debo decirte algo, cariño -manifestó Tom-. Me dormí anoche con el pensamiento de que toqué tus tetitas ayer. Muchas gracias por ese dulce recuerdo.
Tunc.
Con este golpe el hacha atravesó la puerta. Tom desapareció de la ventana y se unió a su amigo.
– Sigue, muchacho -gritó para darle aliento-. Lo estás haciendo muy bien.
Tunc.
Capítulo 35
Su mayor preocupación consistía en saber si Amelia se había hecho daño.
Desde que la conocía, Lincoln Rhyme había observado cómo sus manos desaparecían en su cuero cabelludo hasta sacarse sangre. Había observado cómo se comía las uñas y cómo se rascaba la piel. Recordaba haberla visto conducir a doscientos cuarenta kilómetros por hora. No sabía exactamente qué la impulsaba, pero sabía que había algo en su interior que la impulsaba a vivir al borde.