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—A mí me dio la misma impresión —dijo Rob, encogiéndose de hombros—. No sé cómo trabaja Morel, pero yo lo único que hago es seguir las cosas que me interesan, me lleven a donde me lleven. Tal vez por eso no me gusta Morel. Queremos perseguir objetivos diferentes, mientras que Regulo y yo nos interesamos en casi las mismas cosas.

—¿Has visto su escritorio? —le preguntó Senta. Él asintió—. Ya lo tenía hace treinta años —prosiguió ella—. Por aquel tiempo comenzó a poner esas extrañas leyendas en el escritorio. Decía que estaba construyendo su filosofía. Me gustaría ver lo que tiene ahora, comprobar si ha cambiado algo en estos treinta años.

Negó con la cabeza, mirando hacia atrás, a su pasado, pero esta vez sin el poder de la droga.

—¿Cómo era? Los cohetes no sirven. Ése fue el primero que puso. Comenzaba a construir Atlantis. Yo entonces no me di cuenta de que su intención era convertirlo en un mundo privado, un mundo en el que pudiera retirarse y dejar que el resto del Sistema hiciera lo que quisiera. Y ahora después de todo este tiempo, ahí tenéis el Tallo, su réplica a los cohetes. Howard tiene razón: Regulo no se da por vencido así como así. —Miraba a Rob con una expresión diferente, viendo en él algo que no había visto antes—. Ten cuidado, Rob. No exageres. Es bueno tener metas, pero es malo permitir que se conviertan en obsesiones. Darius es adicto a algo tan fuerte como la taliza. No puede soportar perder. Que no te pase lo mismo.

Rob frunció el ceño. Senta estaba poniendo el dedo en la llaga.

—Trataré de no hacerlo, sé a qué te refieres, pero siempre he hecho todo lo mejor que he podido. No será fácil cambiar.

—Lo sé. —Tomó la mano derecha de Rob entre las suyas y le pasó un dedo con suavidad por la superficie—. No intentes compensar con creces esto, Rob. Hace ya mucho que has demostrado ser tan bueno como cualquiera que tenga manos naturales. Hablé con Cornelia ayer, y dice que no has parado de trabajar desde que conociste a Regulo. No olvides que el trabajo también puede ser una adicción y una forma de escape.

—No exageraré. —Rob notó que las manos de Senta habían vuelto a temblar otra vez. Estaban mucho más calientes que las suyas—. Corrie y yo nos tomaremos un descanso esta noche, iremos a Nápoles a pasar un día, antes de dirigirnos a Quito, al Control de Amarre. Sé que respetas a Regulo, pero ahora comprendo que hay algunas cosas de él que no te gustan. ¿Qué te parece que Corrie trabaje con él? Algunas de las tareas que le encomienda son bastante extrañas, como por ejemplo decirle que vaya a buscarme y me lleve a la órbita a conocerlo. Son demasiadas responsabilidades para su edad. ¿Fuiste tú quien se la presentaste a Regulo?

Rob estiró el brazo y tocó a Anson en los riñones. El otro se incorporó, miró a Senta y enseguida metió la mano en el bolsillo.

—Ven, querida —dijo—. Es la hora de un sedante. Gracias, Rob.

Senta no había oído las palabras de Anson. Miraba a Rob asombrada.

—No sé a qué os habéis dedicado tú y Cornelia todo el tiempo que habéis pasado juntos. ¿Ella no te ha contado nada de sí misma?

—¿Qué ocurre? —preguntó Anson. Había levantado el brazo desnudo de Senta y apoyaba un inyector de vapor contra él—. No estaba prestando atención. ¿Qué le ha dicho Corrie a Rob?

—Lo que no te ha dicho es lo que me sorprende. —Permitió que Anson la llevara hacia la cama—. Rob, hay cosas que no ves, tan absorto estás en tu trabajo. Regulo y yo vivimos juntos más de cinco años. ¿Qué supones que estuvimos haciendo durante ese tiempo? ¿Diseñar cohetes? Cuando veas a Cornelia esta noche, mírala bien. Mírale los ojos, y la forma de la cabeza. Es hija mía y usa mi nombre, pero es hija de Darius también. Yo la crié, pero no pude mantenerla en la Tierra. Apenas tuvo la edad suficiente, se fue a Atlantis. ¿No te contó nada de eso?

Rob la miraba azorado.

—Ni una palabra. Tal vez le pareció tan evidente que no creyó necesario aclarármelo, y ahora me doy cuenta, ahora que me lo dices. Corrie me comentó que había visto las leyendas en el escritorio de Regulo durante años y años, la primera vez que hablamos. Me pareció extraño, porque ella parece muy joven, pero no pensé más en el tema. Y me confesó que nunca te había visto utilizando la taliza. Howard me dijo que hace doce años que eres adicta. Eso significa que Corrie tendría apenas catorce años. No entendía por qué nunca te había visto, a menos que se hubiera ido a Atlantis antes, y no podía haberse ido tan joven a trabajar. Pero todo tiene sentido si se fue a vivir con su padre. He sido un tonto, claro.

Senta asentía con la cabeza; pero mientras Rob hablaba, los ojos de ella habían comenzado a perder foco. Cuando la inyección le hizo efecto, Howard Anson la recostó con delicadeza contra la almohada.

—Algún día, Rob —dijo con pena—, dentro de muy poco, descubriré quiénes fueron los hijos de puta que convirtieron a Senta en una adicta a la taliza. Nunca estuve seguro de que lo hubiera hecho por voluntad propia, y ahora estoy convencido de que pretendían provocarle amnesia; pero les ha salido el tiro por la culata: recuerda exactamente lo que ellos quisieran que olvidara, pero que tan arraigado quedó. Debemos averiguar quién lo hizo. Te darás cuenta de que yo también tengo mis obsesiones.

—¿Vas a intentarlo otra vez, a ver qué recuerda Senta?

—No lo sé. Es obvio que aún no lo sabemos todo, pero no podemos usar una dosis tan fuerte muy a menudo, los efectos posteriores son terribles. Seguiré investigando el pasado de Morel; tú busca alguna prueba mientras estés en Atlantis. Pero sigue el consejo de Senta. Ten cuidado. La he oído hablar de Joseph Morel, y le tiene terror. Que él no sospeche lo que quieres hacer.

—Tal vez sea algo tarde ya —Rob se puso de pie—. Ya sospechó algo la última vez. Tendré cuidado. Pero debemos continuar. Debo saber quién mató a mis padres y por qué lo hizo. Hay otra cosa que quiero que averigües mientras estoy ausente. Investiga informes sobre cualquier cosa que pueda ser un Duende; en la Tierra o fuera de ella.

Howard Anson sacudió la cabeza.

—Lo intentaré, Rob, pero no sé por dónde empezar. ¿Qué es un Duende? No tienes idea de todas las referencias que hay en los archivos sobre la «gente pequeña». Ni siquiera sabemos si los Duendes son pequeños. Deberé hurgar entre montañas de material sobre enanos, elfos, y todo otro tipo real o imaginario de seres casi humanos.

—Lo sé. Si no tuviera una fe extraordinaria en tu talento, Howard, ni te lo mencionaría. Pero creo que ya sabemos que los Duendes son pequeños. Senta ha dicho que había dos Duendes en una caja de medicinas; esas cajas, por lo general, son de menos de un metro de largo. Supongo que ya habrás comenzado a buscar datos sobre los Expes, el nombre que habías oído otras veces.

—Hace ya mucho tiempo. No encontré la menor alusión. Pero volveré a intentarlo. Me llevará bastante tiempo y costará mucho.

—No pienses en el dinero. Tengo bastante. —Rob se detuvo ante la puerta, volviendo la mirada hacia la forma silenciosa que estaba sobre la cama—. Otra pregunta, antes de irme. Me dijiste que Senta le tenía pánico a la pobreza, y que viene de un medio pobre. Ahora parece tener todo el dinero que desee. ¿Sabes de dónde lo obtiene? Si es tuyo, está bien, y no quiero ser indiscreto.

—Sí que lo sé. —El tono de voz de Anson fue más amargo que nunca—. Nunca ha recibido nada de mí, no ha habido necesidad. Tiene crédito ilimitado. Rastreé el código en nuestros archivos, y todo termina en un único número. Todo lo que gasta Senta se carga en la cuenta central de Empresas Regulo.

10

EL NACIMIENTO DE OUROBOUROS

La ciudad de Quito quedaba a menos de cincuenta kilómetros al sureste. Desde el lugar de las excavaciones ya no se veía. Inmensos cúmulos de tierra y piedra rota rodeaban el pozo por completo, ocultando el paisaje de alrededor a cualquiera que estuviera dentro del cráter.