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Los cables de carga, los superconductores y los elementos de la escalera impulsora, estaban siendo extrusionados como una única unidad compleja. Ese montaje sería lanzado al Control de Amarre. El resto —los vagones de carga y de pasajeros, los robots de mantenimiento y los sensores— sería agregado más tarde, una vez que el Tallo estuviera afianzado. Había mantenido una pequeña discusión con Regulo sobre la cuestión de los transportadores de materia prima. Regulo había querido hacerlos en el mismo proceso de extrusión, ansioso por ver cuánto podía hacerse con la Araña. Parecía considerarla su nuevo juguete. Rob le convenció de que complicaría el viaje hasta el amarre en la Tierra, aun cuando la extrusión en sí misma fuera factible. Agregar los transportadores de materia prima implicaría otra instalación, realizada por un equipo dispuesto a trabajar a lo largo del Tallo, pero podía hacerse en menos de un mes con ayuda de los robots de mantenimiento.

Los hilos de silicona del cable de carga resplandecían a la luz del Sol, como una fina gasa que saliese de L-4 hacia la distante Tierra. Rob podía seguirla con la mirada apenas unos kilómetros. Más allá, miles de diminutos sensores ubicados a lo largo de su serpenteante recorrido enviaban frecuentes emisiones de radio a los programas de Sycorax para el ajuste de órbita. Los resultados del proceso de estos datos eran canalizados hacia Rob, y si él no aprobaba algo, se iniciaba la corrección necesaria en el Tallo. Unos pequeños motores a reacción, que se movían a lo largo del Tallo, mantenían la delicada estabilidad de la inmensa cuerda. Regulo había aceptado de inmediato la sugerencia de Rob de utilizar dos Arañas, unir los primeros pocos kilómetros de cable que fabricara cada una y generar un cordón largo que reduciría a la mitad el tiempo total de manufactura. Las maniobras previas al vuelo de entrada serían más complicadas así, pero Rob estaba convencido de que podrían controlarse.

Miró hacia adelante. A lo lejos se veía el asteroide que Regulo había hecho traer desde el Cinturón. Cerca de la superficie, y aún invisibles a sus ojos, flotaban las dos Arañas, de cuyas hileras salían infinitas corrientes de brillante cable. Las buscó mientras se acercaba al asteroide cuando una nave de inspección similar a la que él usaba pero más pequeña se apartó de la sombra del asteroide y avanzó en su dirección.

—¿Corrie?

—Sí —la voz sonó clara—. Se me ocurrió venir a buscarte y de paso ver cómo iba esto. ¿Cómo va el Tallo?

—Hasta el momento, sobre ruedas. —Cuando Rob se puso a nivel de la otra nave, ésta se volvió y comenzó a seguirlo a lo largo del cable—. Lo he recorrido todo y no he visto nada de qué preocuparnos. Oscilaba y se retorcía un poquito en el extremo, pero cuando he llegado, los motores a reacción ya lo estaban solucionando. El que lo controla desde Atlantis trabaja bien.

—Es Sycorax, tal vez con un poco de ayuda de Caliban.

—¿Hablas en serio? Si es así, voy a comenzar a preocuparme. No creo que Caliban sepa nada de ordenadores.

Corrie rió.

—No sé si hablo en serio o no. Sycorax se ha vuelto tan complicada que ya ni Regulo ni Morel saben quién hace qué. Hay elementos indefinidos construidos en el ordenador, y hay conexiones de tiempo real entre Sycorax y Caliban. Incluso han puesto randomizadores (fue idea de Regulo) como parte de los circuitos de Sycorax, para agregar un elemento heurístico a algunos de los algoritmos de optimización. Uno de los circuitos lee el ruido de radio del entorno estelar y lo convierte en datos de entrada. Según Regulo, de vez en cuando Sycorax tiene el equivalente de una «idea loca». Te doy una respuesta extensa, pero es otra manera de decir que sabes tanto como yo y como cualquiera. Nadie excepto Sycorax podría decirte exactamente dónde y cómo se hacen esos cálculos, y Sycorax no tiene ganas de decirlo.

Se acercaban a las Arañas. En realidad Rob no necesitaba controlarlas, pero siempre le producía placer verlas, había sido su primer invento, y el que más le gustaba. Los dos grandes cuerpos ovoides pendían cerca de la superficie del asteroide, a unos cien metros de distancia el uno del otro. Las ocho largas patas mecánicas apuntaban hacia abajo, suspendidas delicadamente a pocos centímetros de la superficie. Entre ellas, hurgando en el interior del asteroide, había una larga trompa. Mientras Rob miraba, los grandes ojos facetados se volvieron hacia él. Las Arañas se daban cuenta de su presencia. En algún lugar en lo más profundo de sus componentes orgánicos se ocultaba un atisbo de conciencia.

Corrie había quedado encantada con ellas desde la primera vez que las vio.

—¿Por qué ocho patas? —había preguntado.

Rob se había encogido de hombros.

—Hilan el material como una araña. ¿Cuántas patas les habrías puesto tú?

Las alteraciones efectuadas a las Arañas para acelerar el proceso de extrusión se habían hecho con rapidez y habían dado a Rob y a Darius Regulo la primera sorpresa. La velocidad de abastecimiento de material necesaria para mantener a las Arañas funcionando a todo ritmo era mayor de la que habían supuesto. Los métodos convencionales de extracción de metales en asteroides habían resultado insuficientes. Producían materias primas en abundancia: silicona para el cable de carga, niobio y aluminio para los cables superconductores y los mecanismos de impulso. Extraerlos con la suficiente rapidez era otro asunto.

Había sido un problema, hasta que Rob llamó con urgencia a Rudy Chernick y le preguntó si había alguna manera de modificar a un Topo Carbonero para que trabajara con diferentes materiales y en un entorno de vacío. Tras muchas discusiones técnicas y arduas negociaciones entre Chernick y Regulo, el proyecto del Tallo-de-habichuela había incorporado otro socio industrial. En ese momento una familia completa de Topos modificados masticaba alegremente en las entrañas del asteroide, engulléndose su interior y escupiendo millones de toneladas diarias de materia prima por los tubos conectados a las trompas expectantes de cada Araña. Rob había estado dentro del asteroide sólo una vez, cuando Chernick llevaba un abastecimiento de elementos nutrientes. Ni siquiera el extraordinario metabolismo de los Topos podía subsistir sólo con lo que el interior rocoso podía proveerles. Rob se había asombrado y desorientado ante la colmena de túneles que atravesaban los tres kilómetros del planetoide.

—¿Cómo sabes dónde están todos los Topos, y cuál de ellos está trabajando en qué? —le preguntó a Chernick, que parecía muy a sus anchas en la madriguera de pasadizos conectados.

El otro era un hombre alto, delgadísimo, con ojos tristes y un bigote de largas guías. Había reído con alegría.

—No tengo la menor idea. —Dirigió a Rob una mirada pícara—. Fuiste tú el que me dio la idea de usar los circuitos de felicidad. Seguro que los míos son casi iguales a los que tienes en las Arañas. A los Topos les encanta planificar las excavaciones, y sería incapaz de quitarles su único placer. Les he dado las especificaciones en cuanto a cantidades y velocidades y dejo el resto para que ellos lo decidan. Son de lo más sencillo, no como esos monstruos que tienes ahí afuera. —Miró hacia atrás por el túnel que conducía hasta la trompa de una de las Arañas—. ¿Cuántas criaturas de ésas tienes ya? Son sobrenaturales.

—Cinco grandes y estamos haciendo crecer los componentes biológicos para tres más en la Tierra. Acabo de pedir los elementos electrónicos para ellas. Tengo una en la Tierra, estas dos y otras dos prestadas a Regulo. Sala Keino las está utilizando cerca de Atlantis.