Выбрать главу

Hizo una pausa. Rob miró la pantalla, a la expectativa.

—¿Eso es todo? —dijo, transcurridos algunos segundos.

—¡Todo! —Anson miró la pantalla con los ojos muy abiertos—. ¿Tienes idea de cuánto trabajo nos dio averiguar lo que acabo de contarte? Revisamos más de cuatrocientos mil informes, desde las secciones de sucesos de la prensa hasta los archivos de los hospitales psiquiátricos. A lo mejor no te parece mucho, pero tendrías que ver con qué empezamos.

—No te quito méritos, Howard, pero me has señalado al principio que había tres cosas importantes. De momento, sólo has mencionado dos.

—Iba a pasar a la tercera, si me hubieras dejado hablar. Lo otro no se refiere a los Duendes en sí mismos, sino a mi opinión sobre la calidad de la información. Es terrible. Ya te he explicado cómo eran mis fuentes de información. No te he hablado de la antigüedad de los informes. Uno de ellos es de hace diecisiete años, el otro de hace cinco. La única razón por la que me siento dispuesto a darles credibilidad es que son coherentes entre sí. No hay manera de que los dos grupos involucrados hayan sabido el uno de la existencia del otro. Ambos grupos de Duendes aparecieron en la Tierra, pero en continentes diferentes. Uno apareció en una caja de medicamentos, el otro en un depósito de libros.

—¿Alguno de los dos lugares estaba cerca de un puerto espacial?

—Ya he pensado en eso —dijo Anson—. Si están relacionados con Morel, y si Morel ha estado en Atlantis durante todos estos años, entonces los Duendes debieron venir desde fuera de la Tierra. Pero no nos sirve. Los lugares quedaban bastante cerca de puertos espaciales, pero no hemos podido establecer ninguna relación. No hemos encontrado nada sobre ellos anterior al lugar y el momento en que fueron hallados, en ninguno de los dos casos.

Rob estaba sentado con los hombros encogidos, estudiando la hoja que le había transmitido Howard Anson.

—Esperaba que hubieras averiguado algo sobre la causa de la muerte. Algo tuvo que matarlos.

—Nada nuevo. Oíste lo que dijo Senta sobre falta de aire en la cápsula de medicamentos. Pudo haber sido falta de oxígeno en los dos casos. Supongo que no había señales evidentes de violencia, de lo contrario habría aparecido en alguno de los informes.

—Sigo sin poder dejar de lado mi pregunta básica, Howard. ¿Estamos hablando de algo que es humano? Tengo una idea muy extraña que me ronda la cabeza.

—Desde luego parecían más humanos que otra cosa, según los informes. ¿Adónde quieres llegar? ¿Piensas que pueden ser alguna especie animal?

—Tampoco eso. No sé de dónde vienes, Howard, pero donde yo me crié no había personas barbudas de cuarenta centímetros de altura. No había vuelto a oír cosas así desde que mi tía dejó de contarme cuentos de hadas. Pero no paro de pensar en algunas de las cosas que me contaste de Morel, de cuando estudiaba. Incluso antes de tener a Caliban ya trabajaba con grandes cefalópodos, ¿no?

—Estudió su estructura cerebral, es verdad. Le interesaba el hecho de que tienen quiasma óptico, como los vertebrados superiores. No hay otro molusco que lo tenga. Se supone que es una de las pruebas de su inteligencia. Significa que cada ojo está conectado a ambos hemisferios del cerebro, de modo que éste debe tener una estructura más compleja.

—No recuerdo que me hayas dicho eso. Lo que recuerdo es el trabajo experimental de Morel. ¿No me dijiste que intentaba aumentar su inteligencia realizando cruces genéticos?

—Así es —Anson se reclinó en la silla, jugando distraído con un hilo suelto en la solapa de la bata—. Ya sé adónde quieres llegar, Rob, y no me gusta nada. Morel hacía experimentos cruzando ADN de vertebrados y de invertebrados, hasta que tuvo que interrumpirlos porque la universidad decidió que resultaban demasiado costosos. ¿Crees que comenzó de nuevo y realizó más cruces? Eso supondría que los Duendes son producto de un cruce de especies —sacudió la cabeza—. Estoy convencido de que lo que sugieres es genéticamente imposible.

Rob suspiró. Estaba perplejo; se restregó los ojos.

—Entonces me doy por vencido. Temía que me dijeras eso. A mí tampoco me parece posible. Pero debo hallar la manera de averiguar qué son los Duendes. ¿Has encontrado algo sobre sus otros nombres, los que mencionó Senta?

—Nada. Ni mención de «Expes» o «Minis», nada sobre esos nombres. Seguiré buscando, Rob, pero estoy en un callejón sin salida. Necesito más puntos de partida o alguna clave. ¿Te parece que puede haber algo en Atlantis?

—Estoy seguro —Rob permaneció en silencio un momento, recordando la estructura interna del asteroide—. Hay un sector de los laboratorios que está siempre cerrado con llave, en medio de la esfera central, en la zona de las habitaciones. Te comenté lo molesto que se puso Morel cuando me acerqué a ese sector. Veré si esta vez tengo una oportunidad mejor para investigar ahí dentro, y te enviaré lo que averigüe apenas regrese. No me arriesgaré a enviar ningún mensaje desde Atlantis, ni siquiera en código.

—¿Cuándo podrás volver a llamarme?

—Todo depende de lo que me haya preparado Regulo; quizá sea un par de semanas. Mientras no te llame, ¿podrías concentrarte en otras dos cositas? Averigua algo sobre Sala Keino. Sé que es el experto de Regulo en estructuras espaciales, pero querría saber algo sobre su personalidad.

—Lo intentaré. ¿Te interesa algo en especial?

—Sí. Quiero saber hasta qué punto le interesa el dinero.

—¡Pues no pides nada! —Anson se restregó el mentón otra vez—. No sé si podría responder a esa pregunta con respecto a mí mismo, mucho menos con respecto a Keino. ¿Quieres sobornarlo?

—No. Quiero saber hasta qué punto Regulo controla sus acciones. No conozco a Keino. —Rob se acercó a la pantalla—. Howard, se me termina el tiempo. Otra cosa. ¿Has podido averiguar cómo Senta se convirtió en adicta a la taliza?

—Todavía no. Ella no tiene ni la menor idea. Estoy empezando a pensar que es adicta desde hace mucho, mucho más de los doce años que ella recuerda. Sospecho que alguien ha interferido su memoria, bloqueando ese dato así como le bloquearon los recuerdos de los Duendes.

—¿Morel? —Rob vio la mirada de Anson—. Sé que no tenemos pruebas. Pero Senta le tiene terror y a mí tampoco me gusta ese tipo.

—Ése parece uno de mis argumentos. Vamos, Rob, nunca serás uno de los diez más importantes en el plantel de ingenieros de Darius Regulo si no te basas en lógica pura. —Anson levantó la mano despidiéndose—. Seguiré investigando. Saludos a la hermosa Cornelia. ¿Has notado que, al parecer, la única persona que la llama Cornelia y no Corrie es su madre?

—No es así —dijo Rob mientras estiraba la mano para cortar la comunicación—. Así la llama Regulo: Cornelia, nunca Corrie.

Y yo me tendría que haber dado cuenta de eso hace mucho tiempo, pensó, mirando todavía la pantalla en blanco. Había pospuesto las cosas durante demasiado tiempo. A pesar del desagrado que le producía la idea, debería tocar el tema con Corrie. Pero esperaría el momento apropiado. Una conversación privada sería difícil en el yate atiborrado de gente que los llevaría a los dos a Atlantis.

No se le ocurrió que eso le daba una excusa más que conveniente para retrasar la molesta confrontación.

12

«… EN EL SILENCIOSO LÍMITE DEL MUNDO, UNA SOMBRA DE CABELLOS BLANCOS QUE MERODEA COMO UN SUEÑO…»

Atlantis seguía en su lento movimiento hacia afuera, apartándose de la Tierra y alejándose del Sol. Con una aceleración de sólo una milésima de g le llevaría mucho tiempo salir en espiral al Cinturón de Asteroides, la región donde Regulo planeaba su próximo proyecto.