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—¡Regulo! —Rob mostró su primera señal de interés—. ¿Me estás diciendo que trabajas para Darius Regulo?

—Así es. El Rey de los Cielos en persona, y quiere verte.

Rob miró la nave.

—¿Él te ha pedido que me dijeras todo esto?

—No. —Sacudió la cabeza, y los cabellos castaños acompañaron el movimiento—. Todavía no conoces a Regulo. Jamás daría una orden de ese tipo. No es su estilo. «Ve allá abajo», me ha dicho. «Impide que ese tonto se mate en la montaña y tráelo para hablar conmigo». Ésas son todas las instrucciones que me ha dado. Nunca diría a nadie cómo hacer un trabajo; dice que para eso paga a la gente. Lo que le importa son los resultados. —Notó que Rob miraba la nave—. Como ingeniero que eres, deberías conocer a ese hombre.

Rob miró el camino que le esperaba y luego a la mujer.

—No me engañes. Si voy contigo, ¿iremos directamente a ver a Regulo?

—Eso he dicho.

—Bien. —Rob caminó hasta la nave y arrojó la mochila a la parte de atrás—. Ignoro cómo lo has sabido, pero este asunto sí me tienta.

Ella aún sonreía para sus adentros cuando los dos subieron juntos a la cabina: la mujer en los controles y Rob detrás de ella junto al equipo de la cámara. Miró todo con curiosidad, y luego descubrió la pantalla de televisión al otro lado de la cabina.

—Ahora entiendo eso de que no me habías quitado los ojos de encima. ¿Has tenido ese telescopio todo el tiempo enfocado sobre mí?

Ella asintió sin mirarlo.

—Da una imagen muy buena.

Rob refunfuñó.

—No lo dudo. No creo tener ningún secreto ya para ti. Escucha, estoy aquí, me has pescado con el nombre de Regulo. Pero, ¿quién eres tú y por qué le intereso?

—Yo soy Cornelia Plessey. No te molestes porque te haya estado observando. Me dijeron que estuviera pronta a asistirte si tenías algún problema en la K-2. Piensa en mí como en un intermediario.

Fijó una ruta y colocó el piloto automático, y luego giró en la silla para mirar a Rob. Sonreía. Él escudriñó su rostro, buscando finas cicatrices indicadoras de un rejuvenecimiento. No había ninguna. ¿Sería de verdad tan joven como parecía? No era coherente con su manera de comportarse.

—Tengo veintiséis años —dijo ella, interpretando la mirada de él—. Pero no te preocupes, tengo toda la autoridad que hace falta; podemos hablar de dinero, si es lo que más te interesa. Regulo me deja decidir con qué tentarte, ya sea mucho dinero, mi cuerpo, mi cerebro o cualquier otra cosa que funcione… Lo único que debo decirte es que Regulo quiere hablar contigo de un proyecto que hará que todos los otros proyectos en los que has trabajado parezcan juegos infantiles. Cuando sepas de qué se trata, el dinero será lo de menos.

Rob levantó las cejas. Eran oscuras y espesas, y ocultaban sus ojos profundos.

—Y supongo, por coincidencia, por supuesto, que al final de cuentas su proyecto tendrá que ver con la utilización de la Araña.

—Será necesario que introduzcas mejoras en la Araña, que la aceleres en un factor de veinte. No conozco los detalles, pero eso dijo Regulo.

—¡Dios santo! —Rob volvió a restregarse la barba y resopló—. ¿Tienes idea de la velocidad de la Araña? No sé nada de Regulo, excepto su fama como excelente ingeniero, pero sobre esto el viejo no sabe lo que dice. Escúchame, Cornelia…

—Corrie.

—Bueno, Corrie. Estoy intrigado, como tú querías. Pero tendré que saber mucho más de lo que quiere Regulo antes de decidir nada. Estoy seguro de que habéis estudiado mi currículum y sabéis que no tengo ninguna experiencia en construcciones fuera de la Tierra. Ahora bien, lo único que yo sé de Regulo es que jamás trabaja aquí en la Tierra. Es el «Rey de los Cohetes» para trasladar materiales por todo el Sistema Solar. ¿Por qué le intereso, entonces?

—Repites lo que dicen los periodistas, que no saben nada. —Suspiró—. Regulo odia los cohetes. Ya lo verás en tu primera entrevista con él. Desearía que recibieras la información directamente de él. —Se quedó pensativa un momento y luego se inclinó hacia él. Tenía la piel clara y lisa, un profundo bronceado debajo del cual había marfil—. Escucha, hay muchísimas personas que no llegarían a ver a Regulo jamás, aunque se pasaran un año intentándolo. Es un hombre muy reservado y está obligado a vivir fuera de la atmósfera de la Tierra, con poca gravedad. No le interesa la publicidad, ni siquiera le interesa corregir las tonterías que se dicen de él. Pero hay un rumor que es verdad: Regulo se queda con el dos por ciento de todo lo que se transporta en el Sistema, y eso incluye materiales que van hacia la órbita de la Tierra o que vienen de ella. Si fuera cuestión de dinero, Regulo podría ganarle a cualquiera en el Sistema. Si es eso lo que te preocupa, olvídalo. Pero si lo que buscas en un proyecto es algo más que el dinero, y yo creo que así es, entonces debes venir a ver a Regulo. Te doy mi palabra de honor de que te fascinará lo que va a proponerte.

Rob la estuvo observando con atención mientras la muchacha hablaba, fijándose más en el estilo que en las palabras. Asintió y miró hacia adelante.

—Me arriesgaré a perder uno o dos días. Estaremos en Suget Jangal dentro de veinte minutos. Quiero darme un baño y comer algo caliente, luego estaré listo para ir contigo. ¿Dónde está ahora Regulo?

—Nos espera en una base provisional en el espacio, en una órbita geoestacionaria sobre Entebbe. Viajaremos en dos etapas. Desde aquí hasta Nairobi en esta nave (eso nos llevará unas tres horas) y luego cogeremos un Remolcador desde allí hasta la órbita geosincrónica. ¿Cuánto tiempo necesitas para estar listo? No olvides que debes hallar la manera de eludir a la gente que te espera en el hotel.

—Tengo experiencia —dijo Rob, encogiéndose de hombros—. No pueden obligarme a que hable con ellos. Pero, ¿cómo sabremos cuándo sale el próximo Remolcador? Puede no haber ninguno hasta dentro de veinticuatro horas. ¿Qué sentido tiene salir de aquí tan rápido si luego tenemos que esperar en Nairobi?

Cornelia Plessey había vuelto a los controles y se preparaba para aterrizar en el primitivo aeropuerto de Suget Jangal. No era más que un largo trecho de roca plana. Se volvió a Rob un momento, con una mirada divertida en los pálidos ojos azules.

—Deberás acostumbrarte a la idea de que las cosas son diferentes cuando empiezas a trabajar para Darius Regulo. Dudo de que haya ningún Remolcador con partida prevista para dentro de doce horas, al menos. Pero lo habrá para cuando lleguemos. ¿Cuánto tardarás en regresar a la nave?

—Dame una hora. —Rob comenzó a bajarse apenas la nave se detuvo y quedó en suspenso en el aire. Luego se volvió y vaciló antes de bajar—. Dejaré la mochila aquí para ahorrar tiempo. Sólo por curiosidad, ¿qué habrías hecho si tu argumento no hubiera funcionado? ¿Qué tal si te hubiera dicho que te hicieras humo, cuando intentaste convencerme de subir a ver a Regulo?

Corrie sonrió.

—Lo hubiera intentado de otra manera, por supuesto. Es algo que Regulo me enseñó. Cuando lleguemos a él, échale un vistazo a su escritorio. Verás cosas escritas sobre él. Una de las leyendas dice: «Hay novecientas sesenta maneras de erigir hogares tribales, y cada una de ellas es la correcta». Contemplé esa leyenda años y años, sin tener la menor idea de lo que significaba, hasta que por fin comprendí por qué la tenía allí. Ahora sigo intentando, un método tras otro, hasta dar con uno que dé resultado.