Выбрать главу

—Claro que lo que haremos ahora es apenas un ensayo para cuando lo hagamos en serio —dijo a Rob cuando estuvieron sentados una vez más en el gran estudio en penumbra—. He elegido uno pequeño, de no más de unos cientos de metros de ancho. Te parecerá que no vale la pena, pero quiero saber si todo funciona como espero.

—Estoy de acuerdo con usted, siempre hay que hacer una prueba. —Rob miró las facciones tensas del otro hombre. Parecía haber una urgencia y una dureza en la cara del otro que Rob no había visto antes—. ¿Ya ha escogido algún asteroide «en serio»?

—Me gusta Lutecia. No está lejos, mucho más próximo al Sol que cualquiera de los grandes. Según Sycorax, Lutecia está lleno de metales y es lo suficientemente grande como para resultar interesante.

—¿Qué diámetro tiene?

—Unos ciento quince kilómetros, más o menos.

Rob se reclinó en la silla.

—¿Y cree que podrá explotar eso?

Regulo sonrió ante la expresión de Rob.

—Claro. —Se inclinó despacio sobre el escritorio y apoyó la palma de una mano sobre él. Al apartarla quedó resplandeciendo el texto PENSAR A LO GRANDE—. ¿Ves eso? Estás llegando, pero aún te falta un poco. Todavía te dejas ofuscar por tus pensamientos. Te anuncié que usaría un nuevo método para explotar asteroides, y lo dije en serio. Pongamos las pantallas en funcionamiento y te mostraré lo que vamos a hacer.

Se enderezó, lenta y dolorosamente a pesar de la poca gravedad. Rob lo veía encogerse al mover cada articulación.

—¿Le puedo ayudar en algo? —preguntó.

—En nada —gruñó Regulo—. No me siento bien hoy, eso es todo. Culpa mía. Debía someterme a tratamiento hace tres días, y lo aplacé porque tuvimos problemas otra vez con esos asquerosos permisos de embarque. Si yo manejara mi empresa como la Tierra maneja sus leyes de comercio, iría a la bancarrota en un mes.

—Lamenté mucho enterarme de su enfermedad —arriesgó Rob—. Si quiere dejar la demostración para cuando se sienta mejor, no hay problema. El Tallo va bien, no tengo por qué regresar enseguida.

—De ninguna manera —Regulo frunció el ceño y haciendo un esfuerzo, se apoyó con los brazos tiesos sobre el escritorio—. Ni lo sugieras. ¿Qué crees que es lo que me mantiene en pie? El trabajo y las ideas nuevas. Si uno deja de mirar hacia adelante, está acabado. Y por cierto, ¿quién se ha ido de la lengua hablándote de enfermedades? No me gusta que se sepa. Ya es bastante malo tener la enfermedad, la compasión lo empeora todo. ¿Quién te lo ha contado?

Rob vaciló, sin saber si la honestidad sería la mejor manera de responder a la brusca pregunta.

—Senta Plessey —dijo por fin.

Regulo permaneció inmóvil un largo rato, sin expresión alguna.

—Senta, ¿eh? —Unos segundos después rió, un sonido áspero y sin humor surgido de lo profundo de la garganta—. Pobrecita Senta. Bueno, ella se enteró de mi enfermedad antes que nadie. ¿Cómo está?

—Está bien —Rob volvió a vacilar, pues ignoraba cuánto sabía ya Regulo—. Aunque no tanto como podría estar. Tiene un problema de drogas. Es adicta a la taliza, dependiente del todo.

—No hay otro tipo de adicción a la taliza —Regulo sacudió la cabeza—. Qué lástima. Pero debí de haberlo adivinado. Siempre probaba cualquier novedad, siempre estaba dispuesta a las experiencias nuevas. Yo se lo advertía, pero en vano. —Suspiró, mirando más allá de Rob, con la mirada perdida—. Qué mala noticia. Dios mío, era una belleza hace treinta años. Nunca vi una mujer tan hermosa. —Volvió a mirar a Rob—. Te dijo que vivimos juntos, ¿verdad?

—No habló mucho del tema —dijo Rob, encogiéndose de hombros—. Sólo que había sido hace mucho tiempo.

—Vaya si hace tiempo. Antes de que esto —Regulo se pasó la mano por la mandíbula— antes de que esto me afectara así. En cuanto tuvimos la certeza de que era algo malo que iba a peor, Senta hizo las maletas. No intenté disuadirla. Se acercaban momentos difíciles, y hay dos cosas que Senta no puede soportar: la pobreza y la fealdad. Resultó más fuerte el temor a la segunda. Me contaste que te habían hecho muchas operaciones, ¿verdad? Pues yo supero tus sesenta y dos.

Permaneció en silencio un momento, reflexionando. Su rostro no dejaba ver miedo ni resentimientos, sólo concentración en sus propios pensamientos.

—Siempre ha temido perder su belleza —dijo por fin—. Ése era el mayor de sus miedos. ¿Cómo está ahora? ¡Ha pasado tanto tiempo!

—Sigue siendo hermosa —Rob intentaba asimilar esta nueva imagen de Senta Plessey. Una de Howard Anson, otra diferente de Corrie, y ahora ésta—. Escuche, Regulo, no es asunto mío, pero, ¿dice que Senta le dejó? ¿Y usted sigue manteniéndola?

La pregunta le valió una mirada afilada de esos brillantes ojos de color azul grisáceo.

—¿Y de dónde mierda sacaste eso? —preguntó Regulo con voz suave.

—Ah, me lo contó alguien en la Tierra —Rob se sintió incómodo, sabiendo que se había extralimitado—. No era mi intención inmiscuirme. Lo oí.

—Es cierto. —La voz de Regulo sonó más áspera que de costumbre—. Yo sé cuáles son las preocupaciones de Senta. Pasamos muy buenos años juntos, y no puedo permitir que lo pase mal. Los dos sabemos que tengo mucho dinero, más del que puedo gastar, más de lo que Senta sabe. Gasta bastante, pero no le digo nada. Pero dejemos ese tema. —La voz adoptó su vehemente tono habitual—. Quiero ver qué has estado haciendo, y quiero mostrarte qué hemos estado haciendo nosotros. Verás para qué te quería aquí. Mira esto.

Había encendido una gran pantalla holográfica que cubría toda la pared, del techo al suelo, a un lado del estudio. En ella apareció un pequeño asteroide, flotando libre en el espacio. A un lado de éste, Rob vio una figura conocida. Frunció el ceño.

—Es una de las Arañas. Creía que estaban en el Cinturón.

—Lo estará, apenas termine la demostración —Regulo ajustó el control para agrandar un sector de la imagen, y señaló la parte superior de la pantalla—. Ahora mira la parte de arriba de esa roca.

—Parece una unidad propulsora —dijo Rob. Se inclinó y aumentó la imagen—. Hay otra abajo, parece.

—Así es. No se ve en la imagen, pero toda la roca ha sido cubierta con una capa de fibras de tungsteno. Resistirán hasta casi dos mil grados. ¿Ves algo más cerca de donde está la Araña?

Rob movió el control y la zona aumentada se desplazó hasta centrarse en la oscura figura de la Araña.

—Veo un alojamiento en la superficie de la roca. Parece un encaje para un satélite de energía.

—Has acertado otra vez —Regulo estaba en su elemento—. Le acoplaremos un satélite de energía dentro de cuatro horas. Hemos hecho las conexiones para que funcionen con eso o con un núcleo de potencia, para tomar electricidad de la fuente de energía y distribuirla por toda la roca. Una cosa más y te dejo solo. —Si Regulo sentía algún dolor lo había apartado de su mente. La voz seguía sonando llena de satisfacción—. Acerca más la imagen a la Araña y dime qué más ves.

Rob se inclinó hacia adelante, moviendo la cabeza a un lado y otro para ver mejor el holograma.

—Ha modificado la trompa —dijo por fin—. La ha alargado y tiene un poder de reflexión diferente. ¿Ha variado la composición?

—Ahora es una cerámica de alta temperatura —explicó Regulo—. Debería repasar la anatomía de las arañas. En mi ignorancia, lo he estado llamando aguijón. Sí, le hemos cambiado la trompa. Soportará temperaturas altísimas y sigue siendo flexible. Ahora que lo has visto todo, dime algo. ¿Qué estamos haciendo aquí?

Rob miró largo rato la imagen frente a él, pensando con rapidez. Regulo no se habría tomado tanto trabajo a menos que tuviera algo muy serio en mente. Era cuestión de descartar posibilidades y elegir la que tuviera un buen rendimiento económico.