Выбрать главу

Tres chicas solteras comparten piso en Londres. Una trabaja como secretaria, otra es artista y la tercera, que acaba de pedir ayuda a Poirot, desaparece repentinamente al creer que es una asesina.

Hércules Poirot encuentra una joven que le dice una frase que probablemente no escuchara antes, confesándole que creía haber cometido un homicidio, pero que no tenía total certeza y que probablemente él no podría ayudarla pues era demasiado viejo.

Es así que el detective comienza a investigar el extraño caso y descubre quien es la chica que no sabe si cometió un crimen. Uno de sus primeros descubrimientos es que ella comparte un apartamento en Londres con otras dos jóvenes, razón por la que era conocida como la tercera muchacha, sin contar que muchos la creían enferma mental. En la investigación, Poirot encuentra varios hechos en el pasado de los familiares de la muchacha, tramas paralelos, conexiones misteriosas, que lo ayuda a descubrir la verdad detrás de esta inquietante joven.

Se habla de pistolas, navajas y manchas de sangre pero, a falta de pruebas concluyentes, Poirot necesitará hacer uso de su tenacidad para esclarecer el asunto y descubrir si la tercera chica es culpable, inocente o si está loca.

Agatha Christie

La tercera muchacha

Hércules Poirot - 37

ePUB v1.0

Ronstad 07.01.13

Título originaclass="underline"

Third girl

Agatha Christie, 1966.

Traducción: Ramón Margalef Llambrich

Editor originaclass="underline" Ronstad (v1.0)

ePub base v2.1

Para Nora Blackborow.

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

BAKER (David): Un «beatnik» moderno, que corteja a Norma.

BATTERSBY: Directora, ya retirada, del antiguo colegio.

CHARPENTIER: Dama algo madura, muerta misteriosamente por defenestración.

FRANCES (Cary): Completa, con Norma y Claudia, el trío de muchachas que viven juntas.

GEORGE: Ayuda de cámara de Hércules Poirot.

GOBY: De una agencia informativa, de la que se sirve Poirot.

HORSEFIELD (sir Roderick): Ya muy anciano, miembro que fue de los servicios secretos. Es tío de Andrew.

LOUISE: Ex amante de Andrew Restarick.

MACFARLANE: Administrador del piso de las «tres muchachas».

NEELE: Inspector jefe de Policía.

OLIVER (Ariadne): Dama escritora de relatos detectivescos, amiga de Poirot.

POIROT (Hércules): Nuestro ya bien conocido detective belga.

REECE-HOLLAND (Claudia): Empleada de Andrew, convive con su hija Norma.

RESTARICK (Andrew): Acaudalado negociante casado en segundas nupcias con Mary.

RESTARICK (Mary): Esposa segunda de Andrew; madrastra de Norma.

RESTARICK (Norma): La tercera muchacha. Hija de Andrew.

SIMÓN: Hermano, ya difunto, de Andrew Restarick.

SONIA: Jovencita secretaria de sir Roderick.

STILLINGFLEET: Doctor, especialista en psiquiatría.

WEST: Apellido que utiliza algunas veces Norma.

Capítulo I

Hércules Poirot se hallaba sentado frente a la mesa donde solía desayunarse. Tenía a la derecha una humeante taza de chocolate. Siempre había sido un hombre goloso. Para acompañar al chocolate disponía de un brioche. Le iban bien a aquél… Hizo unas leves y mudas afirmaciones, unos ligeros movimientos que evidenciaban su aprobación. La pasta procedía de la cuarta tienda por él visitada. Tratábase de una confitería danesa, pero que superaba en mucho a la que se decía francesa de las inmediaciones. Un fraude, un engaño claro, era la que había venido siendo la última.

Gastronómicamente se consideraba satisfecho. En su estómago reinaba la paz. También en su mente… Bueno. Quizás así la tranquilidad fuese excesiva. Había terminado su Magnum Opus, un análisis de los grandes escritores del género detectivesco. Se había atrevido a hablar poco de Edgar Allan Poe; se lamentaba de la falta de método, de la carencia de orden en las románticas producciones de Wilkie Collins; había puesto por las nubes a dos escritores americanos que, prácticamente, eran desconocidos… En general, había honrado en aquellas páginas a quienes lo merecían, regateando severamente los elogios a los que no se hallaban en tal caso.

Había visto el volumen ya confeccionado. Hojeándolo descubrió un sinfín de errores de imprenta en sus páginas. Pero con todo, estimó que se hallaba ante una obra bien hecha. Había pasado muy buenos ratos enfrascado en aquella empresa literaria, causándole no pocas satisfacciones las sesiones de lecturas correspondientes. En ocasiones, disgustado había acabado por arrojar lejos de sí el libro de turno, cogiéndolo finalmente del suelo para acomodarlo en la papelera.

Bien. Y ahora, ¿qué? Vivía un paréntesis agradable de despreocupación, muy necesario tras la labor intelectual. Pero no se puede estar así indefinidamente. Lo normal es que, sobre la marcha, se piense en la siguiente meta. Desgraciadamente, no tenía la menor idea sobre la naturaleza y carácter de su próximo empeño. ¿Otra labor de tipo literario? Se contestó negativamente. Había que esmerarse en lo que se acometiera hasta el máximo, olvidándose luego de ello. Tal era su máxima. La verdad era que se aburría. Había desarrollado una actividad mental intensa, excesiva quizás… Este proceder le llevó poco a poco a adquirir malos hábitos, causándole un gran desasosiego.

Poirot movió la cabeza, impaciente, tomando otro sorbo de chocolate.

Abrióse la puerta de la habitación y entró en ésta George, su servidor, un hombre muy al tanto de todo siempre. Su actitud era deferente y algo así como de excusa. Tosió con discreción antes de murmurar:

—Acaba de llegar… ¡ejem!… una joven, señor.

Poirot le miró, sorprendido y levemente contrariado.

—Nunca recibo a nadie a esta hora —dijo en tono de reproche.

—No, señor —convino George.

Amo y criado se contemplaron mutuamente. La comunicación, entre ellos, era una cosa complicada a veces. Mediante una inflexión de voz, una indirecta o una selección de ciertos vocablos, George podía significar que tenía algo que decir, siempre y cuando fuese formulada la pregunta oportuna. Poirot consideró brevemente cuál era la que procedía en el presente caso.

—¿Es una joven de buen aspecto? —inquirió cuidadosamente.

—En mi opinión… no, señor. Claro que sobre gustos no hay nada escrito…

Poirot estudió esta réplica. Recordó el titubeo de George antes de pronunciar la palabra «joven». George era un hombre delicado en la cuestión del trato social. No había podido calibrar la categoría real de la visitante y prefería favorecerla con su duda.

—Usted opina que se trata de una joven mujer más bien que de una persona joven, por así decirlo, ¿no?

—Sí, señor… Naturalmente, en la actualidad no siempre es fácil concretar, dar la medida exacta —manifestó George, con pesar que se adivinaba auténtico.

—¿Le dio a conocer el motivo de su visita?

—Me dijo… —George pronunció estas palabras con evidente desagrado, excusándose anticipadamente por ellas—, me dijo que deseaba consultarle algo referente a un crimen que quizás había cometido.

Hércules Poirot miró fijamente a George. Luego, enarcó las cejas.

—¿Que quizá había cometido? ¿No está segura?

—Eso es lo que la joven me dijo, señor.

—Una declaración nada satisfactoria, pero interesante, tal vez —señaló Poirot.

—Puede que se trate de una broma, señor —anunció George, dudoso.