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—No sé… qué decirle. ¿Qué podría contarle? ¿No pretende usted que me tienda en un diván?

—¡Ah! ¿Alude ahora a los recuerdos de sus sueños y todo lo demás? No me refería a eso en particular. Me gustaría conocer el ambiente en que se ha desenvuelto su existencia. Ya se lo puede usted figurar: lugar de nacimiento, si ha vivido en la ciudad o en el campo, si tiene hermanos y hermanas o si es hija única, etcétera. La muerte de su madre debió de producirle una fuerte impresión, ¿no?

—Desde luego —contestó Norma, irritada.

—Es usted muy aficionada a esa expresión, señorita West. A propósito… West es su verdadero apellido, ¿verdad? ¡Oh! No importa. No tengo mucho interés en conocer otro. Lo mismo da que se llame West que otra cosa. Eso queda a su elección. Dígame qué sucedió a raíz del fallecimiento de su madre.

—Mi madre estuvo inválida durante mucho tiempo, antes de morir. Visitó algunas clínicas. Yo me quedé a vivir con una tía, mujer de avanzada edad, en Devonshire. Era, exactamente, una prima hermana de mi madre. Más adelante, mi padre había de regresar… Esto ocurrió hace unos seis meses. Fue estupendo —la faz de Norma pareció iluminarse en aquellos instantes, repentinamente. No sorprendió la rápida y astuta mirada con que siguió sus últimos gestos su joven interlocutor, el hombre que la había salvado por casualidad… al parecer—. Apenas podía recordarlo. Se había marchado cuando yo sólo contaba cinco años de edad. Nunca había pensado volver a verle. Mi madre me habló de él en muy pocas ocasiones. Me figuré que abrigaba la esperanza de que se cansara de la otra mujer pronto, reintegrándose seguidamente al hogar.

—¿La otra mujer?

—Sí. No se fue solo. Mi madre me contó que aquélla era muy mala. Siempre que se refería a la otra mi madre lo hacía con amargura. Mi padre, naturalmente, no se libraba de sus furiosos ataques. Yo me decía muchas veces que lo más seguro era que mi padre no fuese tan perverso como ella aseguraba, que todo había sido una «cuestión de faldas»…

—¿Contrajeron matrimonio los fugitivos?

—No. Mi madre no quiso divorciarse. Pertenecía a una rama de la Iglesia anglicana de severas costumbres, semejantes a las de la Iglesia romana. No era partidaria del divorcio, ni se lo autorizaba su religión.

—¿Prosiguieron su vida en común? ¿Cómo se apellidaba la otra mujer? Bueno… Si eso no es un secreto también.

—No me acuerdo de su apellido —Norma movió la cabeza a un lado y a otro—. Creo que no vivieron juntos mucho tiempo… Sobre este punto, sin embargo, sé muy poco. Se trasladaron a África del Sur. Me parece que luego riñeron, separándose. En esto se fundamentaba mamá para pensar que mi padre no tardaría en regresar. Se equivocó. Ni siquiera escribió. En cambio, al llegar la Navidad siempre me enviaba algún obsequio.

—¿La quería entonces?

—No sé. ¿Qué puedo decirle yo sobre el particular, doctor? Nadie me hablaba de él… Solamente tío Simon, ¿sabe? Cuidaba de sus negocios en la City y se enfadó mucho al enterarse de que mi padre lo había arrojado todo por la borda. Manifestó que siempre había sido el mismo, que no tenía constancia, pero que no era un malvado, ni mucho menos… Era débil, simplemente. No crea usted que yo veía a tío Simon con frecuencia. Tenía más relación con los amigos de mamá, que en su mayor parte eran tipos muy aburridos. Toda mi vida ha sido así: aburrida.

»Pues sí… Me pareció maravilloso que mi padre regresara. Me esforcé por recordarle mejor. Intenté evocar ciertas cosas que había dicho; pensé en los ratos que habíamos pasado juntos jugando… Había sabido hacerme reír. Busque por nuestra casa un puñado de fotografías en las que aparecía él. Habían desaparecido. Me figuré que mi madre las habría roto.

—Por lo que veo, no perdonó nunca.

—Su hostilidad se dirigía principalmente contra Louise.

—¿Louise?

La postura de Norma se tornó más rígida, observó el doctor.

—No me acuerdo… Ya se lo dije… No puedo recordar bien los nombres.

—Da igual. Está usted hablando de la mujer que huyó con su padre, ¿no es eso?

—Sí. Mamá decía que bebía mucho, que tomaba drogas y que terminaría mal.

—Pero usted ignora lo que sucedió después, ¿verdad?

—Yo… no sé nada, doctor… —la muchacha estaba cada vez más agitada—. No me haga más preguntas, ¡por favor! No sé nada acerca de ella: no volví a oír hablar de ella… Yo no me acordaba de esa persona hasta que usted la mencionó. ¡Le he dicho que no sé nada!

—Está bien, está bien —dijo el doctor Stillingfleet—, no se excite. No se preocupe por lo pasado. Pensemos en el futuro. ¿Qué va a hacer ahora?

Norma suspiró.

—Lo ignoro. No tengo a dónde ir. No puedo… Será mejor… Seguro que es mejor acabar de una vez con todo… Pero…

—¿No estará pensando en un segundo intento de suicidio, eh? Cometería una grave tontería. Es una insensatez, amiga mía. De acuerdo. Convengo con usted que no tiene a dónde ir, que no puede confiar en nadie… ¿Dispone de dinero?

—Si. Mi padre me abrió una cuenta corriente en un banco. Cada quince días hace en ella un ingreso, para mis gastos. Me asigna más dinero del que en realidad preciso. No estoy segura, sin embargo… Es posible que anden buscándome por ahí. Quiero impedir que descubran mi paradero, que me encuentren.

—No la localizarán, si no quiere. Yo me ocuparé de eso. Pensaba en un sitio denominado Kenway Court. El lugar no es tan grande como suena. Se trata de un hogar para convalecientes. La gente va allí para sus curas de reposo. Nada de médicos o literas. Nadie la encerrará en ninguna habitación, se lo prometo. Podrá salir cuando lo desee. Le servirán el desayuno en la cama si le apetece; se quedará en la cama todo el día sí ése es su gusto. Descanse allí a placer. Un día de éstos le haré una visita. Ya verá cómo de común acuerdo solucionamos algunos de sus problemas ¿Le agrada mi proposición? ¿Está dispuesto a aceptar mi sugerencia?

Norma miró al doctor Stillingfleet. Sus ojos eran inexpresivos. Luego, lentamente, bajó la cabeza…

* * *

Más adelante, en las últimas horas de la tarde, el doctor Stillingfleet hizo una llamada telefónica.

—Una operación de secuestro perfecta —comentó—. Se ha dirigido a Kenway Court. Se adaptó a todo dócilmente, como una corderita. No me es posible hacer afirmaciones todavía. La chica se halla saturada de drogas. Yo diría que ha estado tomando continuamente tranquilizantes, somníferos y «L.S.D»., probablemente. Durante algún tiempo ha estado bien «cargada»; ella afirma que no. Ahora bien, yo me inclino por no dar mucho crédito a lo que cuenta.

Hubo una pausa.

—¡No me diga! Hay que ir con cuidado por lo que a eso respecta. Se torna recelosa fácilmente… Sí. Hay algo que le causa terror. Puede ser, asimismo, que se empeñe en querer dar tal impresión.

»No lo sé todavía. No puedo decir nada. Las personas habituadas al uso de las drogas tienen reacciones engañosas. No siempre se pueden tomar como artículo de fe sus declaraciones, ni mucho menos. Hemos caminado paso a paso, sin precipitaciones, y no quiero sobresaltarla.

»Un complejo maternal, de niña. Yo diría que no sentía mucho cariño por su madre, una mujer, por los detalles que conozco, sombría; el tipo de mártir clásico en estas situaciones. El padre debió de ser un individuo de carácter alegre, incapaz de soportar la monótona existencia del hogar… ¿Sabe de alguien llamada Louise…? Este nombre pareció asustarla… Yo afirmaría que fue el primer odio de la muchacha. (El primer amor a la inversa, ¿eh?) “Se llevó al padre” cuando la niña contaba cinco años. La facultad de comprensión de los chiquillos, a esa edad, es muy limitada. En cambio, son capaces de albergar graves resentimientos contra las personas que estiman responsables de cualquier hecho ingrato para ellos.

»La joven volvió a ver a su padre recientemente, hace unos meses. Se sentiría dominada por sentimentales sueños… Aspiraría, quizás, a convertirse en la compañera inseparable de él… Quería ser su juguete preferido, la “niña de sus ojos”… Al parecer, sufrió una decepción. El padre se presentó aquí con su esposa, otra mujer, joven y atractiva. No se llama Louise, ¿verdad…? ¡Oh, bien! Sólo era una pregunta. Le estoy facilitando los detalles generales del caso: estoy elaborando un cuadro a grandes trazos…